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¿Un patrón de la peregrinación?

A nadie que viva o visite Santiago en estos días se le escapa que está lleno de gente. Parte importante son jóvenes que, procedentes de múltiples lugares del continente, llegan para participar en la Peregrinación Europea de los Jóvenes (PEJ22). Es un evento que se celebra cada año santo en agosto.

Son bulliciosos a ratos y meditabundos a otros. Cuando se les ve tanto en una actitud u otra no cabe pensar otra cosa: representan el futuro, son esperanza.

Llegan con consignas y lemas del papa, de obispos, de las diócesis, de sus formadores, etc. No les faltan temas en los que poner su atención, ya sea para abordarlos en grupo o individualmente, o permitiendo sin más que pasen por su corazón y su mente. Cada uno a su nivel beberá de la misma fuente y sacará diferente fruto, según su disposición y su vital momento.

Dan, sin alardes, testimonio de sus convicciones y, a su vez, son ahora testigos en acción para otros que les precedieron y quizás de los que se incorporarán otro año a este encuentro.

No me detengo en esos aspectos pues creo que, si alguien en verdad está interesado en ello y en lo que supone vivir estos días reunidos en Compostela, puede sin esfuerzo tener acceso más directo y cercano a sus contenidos a través de los diversos dossiers de prensa y noticias que se estén generando ahora o de cara al próximo Jubileo.

En lo que sí quiero reparar es en cómo la ciudad, por unos días, se convierte en una inmensa Torre de Babel y también en una gran caja de resonancia sonora, no necesariamente musical, que impresiona. Estamos habituados, pero no deja de sorprendernos. Algunos les ponen ciertos reparos: ¡que son 12.000! Sí, muchos, o quizás no tantos: depende cómo se mire. En todo caso, con una agenda tan repleta y unos circuitos tan puntualmente acotados, poco resta para la improvisación, descontrol e incordio a la vecindad. Una vecindad que, dentro de lo que cada uno puede y estima, aprovecha para zafarse de Santiago e irse de veraneo, con un “¡sal si puedes!” por delante.

A estos peregrinos los calificaría de “peregrinos pobres”, de los de bocata y garrafa de agua, para diferenciarlos de los “pobres peregrinos” a los que estamos acostumbrados a ver con los pies descalzos repletos de llagas y aquejados de agujetas por todo el cuerpo.

En general, mantienen el decoro, vistiendo de forma natural y, sobre todo, cómoda. Nada piden, salvo, si acaso, un poco de agua. Pero, aunque lo hicieran, como bien rezan las carteleras que penden en la entrada del Hostal de los Reyes Católicos, sería efectivo. Dice una: El hombre generoso es bendecido porque da al pobre de su pan (Libro de Proverbios XXII 9). Y la otra: A que da al pobre no tendrá pobreza (Libro de los Proverbios XXVIII 27).

No llegan lisiados ni enfermos, aunque alguno precise cierta asistencia sanitaria. Y esto, también los diferencia.

A este propósito me viene a la cabeza el listado de casi docena y media de hospitales de Santiago que, desde la Edad Media y, hasta bien entrado el s. XVIII, se distribuyeron por Compostela. Tienta mentarlos sin detenerse en sus funciones ni en los años en que acogieron mayor afluencia de maltrechos peregrinos: el Hospital Real y el Hospital Viejo; el de Jerusalén en la Ruela del mismo nombre; el de Salomé; los de Rúa da Troia, Carnicerías Vellas y Santa Cristina; los de Sta. Ana, S. Andrés, S. Lázaro, Sta. Marta, S. Miguel y S. Roque; los de Carretas y la Casa-Galera (ambos fundados por el arzobispo Rajoy en el XVIII), y algún otro de difuso y confuso pasado.

Compostela, pues, además de centro cultural de relieve ha sido siempre una ciudad asistencial como pocas.

Lejos quedan los tiempos en que Santiago se veía superada por el hacinamiento de enfermos contagiosos, especialmente afectados por el cólera o la lepra.

En estas fechas del mes de S. Roque, el santo protector contra la peste, bueno es recordarlo. El edificio y la iglesia contigua que hoy todavía conserva ese nombre en Compostela, si bien ha perdido sus funciones, es claro vestigio de esa lacra que asoló Santiago y parte de Europa.

Su fiesta es señalada. Más en esta ciudad donde se venera como su santo patrón, pese a no serlo, según nos recuerda el historiador Domingo L. González Lopo: San Roque no es patrón de Santiago, pero sí es un santo muy importante en la vida de la ciudad porque en un momento determinado, en 1517, hay un episodio de peste y se decide por parte del gobierno municipal y con el apoyo del cabildo [de la Catedral] hacer un voto a san Roque (2020).

La representación más usual de este santo es la de un joven con bordón y calabaza en mano, esclavina con conchas y un perro a su lado. Esta estampa lastimera ensombrece una escena menos frecuente: la de san Roque encerrado en una cárcel. Es un hecho que se toma como cierto: pasó varios años en la prisión, donde murió con poco más de treinta.

Los participantes de la PEJ tendrían buen patrón en S. Roque, joven y peregrino, desprendido y con macuto y cantimplora como ellos.

06 ago 2022 / 01:00
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