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Un Sánchez por cada año

Quien cierre los ojos y piense por un momento en Pedro Sánchez –aunque ya sabemos que hay un sinfín de temas más interesantes–, es muy probable que experimente la engañosa sensación de que se trata de un hombre que lleva ya mucho tiempo instalado en la Presidencia del Gobierno. En realidad, el líder socialista es casi un recién llegado, pues cambió el colchón de La Monloa hace sólo tres años, cumplidos precisamente esta misma semana.

Tres años de apariencia muy etérea, pero que pesan como un mundo, algo que tampoco puede extrañar a nadie si se tiene en cuenta que el universo de Sánchez es de intrincada arquitectura conceptual y lenta velocidad de movimientos. Tres años que unos definirían como eternos por la desesperante inacción de sus días y otros catalogarían de perdidos por la inane osadía de sus propuestas. A nadie, sin embargo, se le ocurriría calificarlos como breves, porque de las múltiples impresiones que puede dejar en el ambiente el presidente, esa es la única que no cuaja. Todo en Sánchez se reduplica, como si llevase incorporado a su propia persona un eco automático de acciones y voces, que alarga todo lo que dice y hace en una estela de acompañamiento musical que cuando desafina desagrada y cuando es armoniosa empalaga.

Hubo en estos tres años tantas versiones de Sánchez desfilando por todas las pasarelas del poder, porque todas las ocupa, que la impresión es que lleva más tiempo gobernando que Zapatero y Rajoy juntos. Y eso que estos tres años tampoco pudieron dar para mucho, divididos como están en tres periodos bien delimitados. Primero apareció el resiliente Sánchez del colchón y libro nuevo, que como un mago sacaba de su chistera astronautas y presentadores de televisión para regalarles ministerios. Con sus nueve meses de duración, hasta que convocó elecciones, fue el más efímero de todos.

Luego vino el Sánchez de entreguerras, el más enigmático que conocimos, el que no podía dormir por las noches de sólo pensar en ciertos pactos que en realidad no pensaba. En esta época extendió su Presidencia en funciones a un año entero, imitando al Rajoy que también vagó como un alma en pena en similar situación por carecer de apoyos, pero con la genial distinción de que en el caso del dirigente socialista todo era fingido, pues desde el principio contó con el respaldo suficiente para su reelección. Pero decidió esperar en una absurda y dura batalla psicológica con Pablo Iglesias que desgastó a los dos, hundió a Rivera e impulsó a Abascal, para al final ser investido con los socios que ya tenía, pero en una posición de mayor debilidad parlamentaria.

De este calentón chulapo transitorio y su posterior gatillazo en las urnas, nació la tercera etapa presidencial de Sánchez, la más larga y atribulada, en la que acaba saliendo forzado a la pista de baile para compartir pases y pisotones con una pareja a la que no desea. Seguramente, en su mente se forjaba la maquiavélica idea de dejarla plantada en mitad de una pieza, pero la alocada orquesta que toca la banda sonora de una actualidad no menos perturbadora no le está dando pie a ello.

A Sánchez se le ve ansioso de que el balón salga del campo para realizar los cambios pertinentes, pero éste rebota en todas partes y nunca abandona el terreno de juego. Coronavirus, fondos europeos, gallegas, vascas, catalanas, madrileñas, fin del estado de alarma, reinicio del procés, la nueva factura de la luz y hasta la lista de Luis Enrique que amenaza con un nuevo disgusto parecen conjurarse en su contra.

Sánchez ya no es el “no es no” ni el “sí es sí”, sino todo lo contrario. Ya nadie sabe verdaderamente lo que es. El no es y el es no, y viceversa. Hace camino al andar. En línea recta, con renglones torcidos.

04 jun 2021 / 01:00
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