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Una escritora galdosiana

    ENTONCES me entero de que ha muerto Almudena Grandes, veo su nombre en el primer titular de algunos periódicos, también en este, y eso en literatura suele ser una rareza. Y sabes de inmediato que algo ha podido ocurrir.

    No porque Almudena no mereciera titulares, ni porque no los haya tenido, claro está. Ha sido una de las escritoras más influyentes en las últimas décadas, una heredera, en la forma, en la minuciosidad en el tratamiento de la Historia, del mismo Galdós, del que hablaba con gran entusiasmo, encantada de que sus ‘Episodios’ se miraran en el espejo extraordinario del canario, al que tenía por uno de sus maestros literarios.

    Sabía que estaba enferma, había hablado ella misma, tan habitual en los medios, tan presente en todos los debates de la actualidad, de sus problemas de salud de los últimos meses. Había escrito con desasosiego, porque la enfermedad y las visitas al hospital le impidieron acudir a la Feria del Libro de Madrid, algo que había prometido volver a hacer, porque Almudena Grandes contaba con legión de lectores cercanos, gente que no sólo la leía, sino que la quería.

    No podrá ser. Su anuncio nos sorprendió a mediados de octubre y su muerte nos golpeaba ayer, en primera línea de los titulares, como pocas veces se encuentra la cultura en las informaciones, y supimos así que se había ido con tan sólo 61 años, y muchos libros por escribir. Aunque también con muchos escritos y celebrados, con un caudal de éxito absolutamente indiscutible.

    La entrevisté en 2017, por Los pacientes del Doctor García (Tusquets), y debería haberlo hecho el año pasado si no hubiera sido por una circunstancia personal, con motivo de la aparición de La madre de Frankenstein, la más gallega de las entregas de sus Episodios de una guerra interminable, en torno a la historia de Aurora Rodríguez Carballeira, la madre de Hildegart Rodríguez, aquella hija prodigio a la que llevó a la muerte en 1933, al considerar que había fracasado en su educación como ‘mujer ideal’. Un viaje crudo a los años 50 y a la situación de la psiquiatría en aquel contexto.

    Aquel día ya lejano de 2017 hablé largamente con Almudena Grandes. Ella, con su voz profunda, y rasgada, parecía abarcar toda la realidad en el ‘hall’ del hotel. “El modelo de Galdós es transitable, por eso lo he utilizado para recorrer 25 años de la dictadura”, me dijo entonces. “Pero entre Galdós y yo está Max Aub, quizás algo olvidado por el exilio. El laberinto mágico es un conjunto de libros maravilloso”. Para Almudena, nuestra literatura del exilio era un tesoro que siempre tenía presente: “no nos damos cuenta de la suerte que tenemos de que podamos decir que Cernuda era español, y Buñuel español, y Max Aub español, porque la tónica en el siglo XX es que exilios muchos más cortos acabaran con la naturalización radical de los exiliados”.

    Creía sobre todo en las vidas pequeñas para explicar las cosas más grandes. “Al final, estas novelas hablan de la vida cotidiana en la posguerra española. Es lo que quería hacer”, me contaba. “Pero son historias, tienen que mantener también esa tensión narrativa”. No hay espacio aquí para recoger su método literario, en el que se incluían aportaciones anónimas, cosas que le decían y que ni ella misma esperaba. Volveremos sobre Almudena. En realidad, todavía tiene mucho que decirnos.

    28 nov 2021 / 01:00
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