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Una mesa es una mesa

    EL CURSO político viene aderezado con sus discursos, ya lo tenemos dicho, no hay curso sin discurso, propagandístico o sólo emotivo. Sánchez ha pasado de las entrevistas de pretemporada en la televisión y la prensa a sus asuntos, lo cual que ahora toca la mesa catalana. Todo ello mientras en Madrid se libra esa batalla interior, esa batalla que da titulares, con la que dicen que Ayuso quiere conquistar mayores glorias, aunque ella estaba en Milán recogiendo un premio, con la sonrisa puesta. (Vi a Martínez-Almeida en La Sexta diciendo todo lo que no iba a decir, con simpatía y tal, aunque le apretaran los periodistas y aunque le preguntaran por perifrástica activa: Aguirre, en cambio, va por libre y reparte vocablos guapamente) Los augures otoñales creen que hay hueco en las encuestas de Sánchez, que vienen tocadas por el arreón de la luz, y la oposición piensa que en habiendo hueco hay alegría.

    Sánchez sabe lo del calambrazo de las eléctricas, son ya varias descargas en pocas semanas y no se le escapa que las elecciones se pierden más por estas cosas que por las banderas y las ideologías. La segunda parte de la legislatura se ha dibujado muy diferente a la primera, como si el entrenador pudiera cambiar a casi todo el equipo, en plan torneo de verano. Pero no es un torneo de verano, porque, ya decía la Casa Stark, el invierno se aproxima, Winter is coming, con su hielo y su fuego, y con su factura.

    La curva de la electricidad es difícil de domar. La ministra del ramo, Teresa Ribera, y el propio presidente aplican medidas coyunturales, cortan por aquí y por allí, porque la factura de la luz es un compendio de pequeñas historias que necesitarían seguramente un traductor. Pero el mercado se resiste y todo toma características épicas, porque está Europa que dice lo que no se puede tocar. Es otra guerra, y no precisamente baladí. No hay manera de meter mano a la legislatura con la luz sobre nuestras cabezas, no hay forma de centrarse, y el mayor temor es que esta movida acabe fundiendo los plomos.

    Sánchez se ha ido a Cataluña, donde Aragonès le ha sacado de inmediato el otro recibo, el del referéndum y así, pero el presidente del Gobierno conoce el escenario, también los actores, seguramente los decorados, y sabe que allí se iba a poner una mesa, y las que hagan falta, y esa mesa es el centro de todo y a ellas se aferran los contertulios con pasión. Una mesa es una mesa, un lugar en el que apoyarse, para mover algo o para no moverlo.

    La mesa no es un mueble sino una metáfora del diálogo hasta el infinito y más allá, un lugar protector, después de todo, porque no hay nada más terrible que un escenario vacío y desnudo, donde no se pueda tocar madera. Una mesa es un acto de fe, aunque fe barnizada, porque el diálogo prometido parte, dijo Sánchez, de posiciones muy alejadas, aunque parezca que todos están a unos centímetros. Todos menos Junts, me refiero.

    Con el escenario, los actores y el mobiliario ya dispuestos, se puede dar rienda suelta a los diálogos. La cosa está en los guiones, y seguramente en los apuntadores. Lo del Palau fue algo así como la introducción, la escena primera, con profusión de cámaras y micrófonos. Aseguran que no es puro teatro y que no faltarán apartes más discretos. Algunos analistas creen que Sánchez ve la división y espera salir triunfante de la mesa. Aragonès pone la meta en dos años, pero en Moncloa no quieren plazos, ni tutelas, ni tutías.

    17 sep 2021 / 01:00
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