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Pablo Costa Buján

Por Pablo Costa Buján, Doctor arquitecto. Profesor titular en la ETS Arquitectura de la UDC

Llegado el momento de plasmar algunas breves notas sobre la restauración de la catedral de Compostela, quisiera empezar contundentemente con dos argumentos que juzgo firmes y consistentes.

El primero de ellos se asienta en la impresionante calidad arquitectónica o artística de nuestra basílica, juicio para mí indiscutible, al ser nuestra referencia más emblemática en el país; también la clave de bóveda que sostiene y lidera todo orden entre los bienes de interés cultural del patrimonio del conjunto histórico de Santiago, hoy Patrimonio de la Humanidad, y que alguien definió como lugar de hermanamiento de estilos, culturas, conocimiento y pensamientos.

Nuestra Basílica atesora desde su fundamento en la Edad Media, por estas y otras circunstancias, importantes simbolismos que la convirtieron, junto con Jerusalén y Roma, en uno de los polos cardinales de peregrinación de la cristiandad y meta cultural de la vieja Europa.

El segundo apunte toma sus referencias en las obras ejecutadas durante las dos últimas décadas en el conjunto catedralicio compostelano; la suma de unas y otras, como si de un gran puzle se tratase configura un marco perfecto, en su engarce se puso en presencia su singular identidad asentada en esa dispar amalgama de tiempos, ideas, proyectos y saberes. El resultado pone en evidencia una experiencia única y al tiempo acuña un nuevo hito en la recuperación de una parte esencial del rico patrimonio histórico-cultural de Galicia. El resultado de lo acometido es de tal transcendencia que es un regalo para el mundo.

La suma de actuaciones conformadas en las estructuras morfológicas catedralicias dieron solución a numerosos problemas que incidían en su continuo deterioro, primera cuestión a resolver, aunque, además, por la metodología seguida por los diferentes equipos multidisciplinares configurados (historiadores, arquitectos, químicos, biólogos, cartógrafos, canteros y otras profesiones) también ayudaron a testificar hechos y a recuperar las huellas perdidas del esplendor alcanzado en sus tiempos pretéritos.

Nunca antes en la historia la basílica fuera sometida a tal intensidad de gestión, estudio, programación y ejecución. En opinión del que suscribe, las singulares e importantes actuaciones acometidas por el arquitecto Pons Sorolla y el investigador Chamoso Lamas, hace más de tres cuartos de siglo, fueron superadas por la dinámica de los hechos y la eficacia de la metodología disciplinar desarrollada.

En general las obras pusieron su atención en corregir los daños existentes y establecer las necesarias correcciones capaces de mejorar su estado y proteger en el futuro cada zona intervenida con sus distintos elementos compositivos: en unos casos, los menos, producidos por microasentamientos de sus grandes masas pétreas y, en general, por la humedad provocada por filtraciones de agua a través de sus cubriciones o procedentes del subsuelo, también por los efectos de la condensación derivada de las malas condiciones de ventilación de los habitáculos que la integran y que afectaban gravemente a sus revocos y pinturas.

Cada nueva intervención fue sometida a investigación. Cada área deteriorada fue explorada, analizada y debatida en todos sus ámbitos de influencia para determinar en todas ellas su origen, comprobar los daños causantes y medir sus secuelas.

En todo momento se utilizaron los medios adecuados técnicos y humanos capaces de regular una programación eficaz en la cual muy poco o nada quedó al azar, entre ellos: estableciendo la extensión y concreción de la zona a tratar, ilustrando cada sector con los levantamientos gráficos necesarios, precisos, entre ellos, los establecidos con técnicas de lectura de “láser” o trazados fotogramétricos; igualmente, examinando con técnicas de infrarrojo y georradar zonas ocultas en paramentos y terreno; de modo similar se realizaron numerosas revisiones de investigaciones de este o aquel elemento volviendo a recurrir a sus textos germinales y a indagar nuevamente en lo depositado en anaqueles de archivos, bibliotecas o museos.

En consecuencia, en la programación ejecutiva se regularon el modo de compatibilizar y escalonar las distintas fases ejecutivas, determinar el número de actuaciones y su grado de prioridad en función del valor del elemento a tratar, valorar la naturaleza de su deterioro y su oportunidad. Pausadamente se sistematizaron las medidas cautelares a acometer y las acciones-tratamientos a desarrollar o, incluso, establecer la medición y valoración de cada fase pretendida y sus tiempos de ejecución.

La actividad restauradora desarrollada, asimismo, puso en presencia otras realidades vinculadas a la capacidad real de esta tierra en alcanzar éxitos colectivos complejos: en unos casos, atreviéndose a gestionar proyectos de país, programando actuaciones y consensuando las inversiones necesarias; en otros, administrando intervenciones multidisciplinares de difícil ejecución técnica.

En todo momento se adoptaron y testaron novedosos tratamientos a seguir en razón de su eficacia o eficiencia racional respecto a este o aquel material; todos ellos siguieron los protocolos validados por distintos comités de expertos bajo la supervisión de un abanico de organismos nacionales o internacionales entre los que destacan los propios de la Fundación Catedral, la Xunta de Galicia, el Instituto del Patrimonio Nacional o Icomos-U.

Una pequeña muestra de lo que pretendo transmitir la encontramos en la recuperación del Pórtico de la Gloria, la Capilla Mayor y las pinturas de las bóvedas o el tratamiento de toda la envolvente pétrea de la basílica; estas actuaciones ponen en presencia gran parte de lo conseguido, aunque no del todo.

El trabajo coordinado alcanzó otros muchos objetivos. Las obras ayudaron, en unos casos, a testificar, recrear y actualizar un nuevo relato sobre las realidades constructivas de diferentes períodos de su centenaria historia; en otros poniendo en valor, en todos los campos, los distintos ajustes entre los estilos arquitectónicos empleados y sus estrechos vínculos con otras artes escultóricas y pictóricas o, incluso, con el territorio sobre la que se asienta y su relación de oportunidad con momentos políticos concretos.

En todos estos ámbitos de análisis y contextos es de resaltar el papel desempeñado por la Fundación Catedral a través del “Programa Catedral de Santiago”, un plan destinado a establecer las intervenciones necesarias en aquellas zonas que sufrían evidentes deterioros, frenar su avance, establecer su restauración y, al tiempo, prevenir futuras complicaciones y efectos nocivos sobre sus ancestrales estructuras o componentes conformados:

Como compostelano y como gallego me siento muy afortunado de haber sido testigo residual de una pequeña parte de ese proceso.

17 abr 2021 / 01:00
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