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Vacuna, regalo de Navidad

    HAY que tentarse la ropa con el exceso de alegría, porque en tiempos oscuros conviene no dejarnos llevar por los arrebatos festivos. Hay un intento de que la Navidad pueda llevarse guapamente, sin ser lo que era, de acuerdo, pero manteniendo algo de su esencia. La Navidad es la fiesta, sí, pero también el comercio y la cosa, lo cual que todo viene en el mismo paquete. Fernando Simón no ha pronunciado la última palabra, Salvador Illa tampoco, pero se sabe que las cenas y las comidas tendrán que ser breves y con pocos miembros, en cuanto a los villancicos, mejor no cantar, por los aerosoles.

    Sucede que somos muy de fiestas, pregunten por ahí a los extranjeros. Hemos exportado la palabra al mundo anglosajón, aunque también guerrilla y siesta, y otras muchas, más de las que parece, de tal forma que una fiesta es algo que no puede decirse en inglés, propiamente. El personal viene muy quemado del puto virus, como se dice en algunos magacines para que todo quede claro, y no es que esté para mucha Navidad, con estas economías.

    El largo descenso de diciembre, con ese sol brillante instalado en el cielo, mezcla el optimismo de la vacuna venidera con un alto escepticismo. Se abre el último mes con la esperanza de Pfizer y Moderna, de tal forma que los anuncios de cava han pasado a segundo plano, con aquellas burbujas de oro. Ahora se habla más bien de las burbujas familiares, burbujas sociales de seis personas, etcétera.

    No nos imaginábamos esperando la vacuna como el regalo de Navidad, que leí en los rótulos
    de lo de Ferreras. En la sobremesa de Risto, donde se pasa en segundos del humor al encabronamiento sobre el crudo devenir de la actualidad, en Cuatro, dijeron que lo mismo habría que guar-
    dar esta Navidad para el año próximo, y celebrar entonces dos Nochebuenas y dos Fines de Año,
    hala, así, a lo loco.

    Pero esto no va por acumulación, queridos. Tenemos cogida la postura del calendario, incluso aquellos que huyen de la Navidad fría y nevada, que tanto nos marcó a algunos en los días de infancia, para instalarse en el calor y la playa, muy lejos de aquí. Nada de eso va a pasar ahora, evidentemente. Nadie puede evitar esta abrupta ruptura temporal, porque el final de la pesadilla, en el mejor de los casos, es más bien una promesa de la primavera.

    He escuchado a los que no podrán regresar, por el precio de las PCR y el billete de avión. Pero Sánchez, como cualquier gobernante, está pendiente de esas noticias que vienen, de los millones de dosis que se preparan, de los porcentajes de eficacia que pueblan los titulares de los informativos, del veredicto de los epidemiólogos. Ese es el único horizonte. Hay quien ve a los padres de la vacuna como los auténticos Reyes Magos de este tiempo.

    Aunque hay muchos detractores del conocimiento, desde Harvard advierten que mucha fiesta hoy podría ser la desgracia de mañana. No hace falta que lo digan en Harvard: el peligro es un hecho. Las prisas son malas consejeras. En la política y en la pandemia. Margarita del Val, una de las voces más sensatas e informadas, ha dicho que no podremos quitarnos las mascarillas tan rápidamente. Tampoco la estupefacción y el miedo. Las sonrisas tendrán que esperar. La vida, también.

    02 dic 2020 / 00:00
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