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Vacunología

    CON la primavera en marcha y las terrazas en flor es cierto que el personal se anima, por no hablar de las colas de la vacuna. Todo en medio de gran polémica y debate entre los virólogos habituales (rostros ya muy conocidos en nuestras pantallas) y las gentes menos puestas en lo científico, como yo mismo, pero con su corazoncito y su sistema circulatorio, y en este plan.

    Ayer, por ejemplo, el comunicado de la Agencia Europea del Medicamento agitó la tarde. Fue un mensaje equilibrado, ni a favor ni en contra. Se concluyó, dijeron, que “los coágulos de sangre deberían ser incorporados como efectos secundarios raros” de esa vacuna de la que usted me habla. Pero al tiempo se alababa su eficacia y se insistía en que la vacunación “es extremadamente importante”. Y sin duda lo es. Y la seguridad, también.

    Este es un debate que crece porque el ciudadano mira por sí mismo, por su cuerpo serrano, y hace muy bien. Estuve saltando de tertulia en tertulia y de magacín en magacín donde se insistía, como un mantra, que los efectos positivos de la vacuna son infinitamente superiores a los raros efectos secundarios que pueda causar, especialmente ese, el de los trombos, que además de raro parece bastante grave. Así toda la tarde y parte de la noche.

    Entiendo la insistencia de los virólogos, que no quieren que decaiga la campaña de vacunación, lo más potente que tenemos para detener la implacable marcha de este virus. Lo entiendo. Pero también es lógico que la gente no se conforme con el alivio que nos proporcionan las estadísticas y los porcentajes. Eso está bien en política, y también en la ciencia, pero aquí hablamos de cada ser humano individual, ese lugar en el que se deshace la estadística: cada uno se tiene a sí mismo, su carne mortal y rosa. Por otro lado, uno comprende que casi cualquier medicamento produce efectos indeseados, es cierto, pero permítanme decir, en nombre de Perogrullo, que el miedo aquí tiene que ver con la naturaleza de esos efectos, aunque raros y escasos: no se trata, me parece de un simple dolor de cabeza.

    Lo cierto es que, en las últimas horas, al calor del documento de la Agencia Europea del Medicamento, se atisbaron cambios, mientras se revolucionaba un poco el tema de las compras y el de las vacunas aún por venir. En todo momento hemos estado rodeados de informaciones contradictorias, sobre las intenciones de algunas comunidades de gestionar sus propios lotes (eso se dijo ayer: pero parece que se trataba de contactos informativos). Quien compra es Europa, y, como dijo otro de esos virólogos, o quizás fue un político, está bien que así sea. Se haya hecho mejor o peor, que es otro asunto.

    Los periodistas se fueron a las colas de la vacuna, donde había resignación en algunos casos (“es lo que hay”, decían) y otros que ponían su hombro con los ojos cerrados ante la llegada inminente del vial, contentos con haber alcanzado al fin el pinchazo, convencidos de que todo tiende a convertirse en guerra y en conflicto en los tiempos que corren. Esto último es bien cierto.

    La Vacunología podría ser una ciencia, pero no sólo médica. También informativa. Y me temo que política. Horas antes, Sánchez había salido a los micrófonos, en una de esas charlas suyas, para prometernos al fin vacunas para todos, fin próximo del estado de alarma y un setenta por ciento de inmunidad, o así, aunque a finales de verano. Todo bien. Pero no olvidemos nunca que en cuestiones de salud la seguridad es lo más importante.

    08 abr 2021 / 01:00
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