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Verano, o algo así

    VAMOS construyendo el verano con los restos del naufragio. La gente intenta encontrar una salida a las cuatro paredes que bloquean el espíritu. Los mensajes de la publicidad, esos que con voz de terciopelo nos prometen una felicidad completa (la publicidad siempre promete eso, qué menos), ya no son tan abundantes, ya no parece tan necesaria la épica ni la poesía visual, ya vamos cayendo otra vez hacia la realidad terrena, donde se corta el bacalao. El personal anda descreído, pero como lleva mascarilla se nota menos.

    El verano va pasando sobre nosotros, el cielo es azul, el sol amarillo, etcétera. No hay queja en eso. Incluso hace un calor respetable, típico en estos tiempos de calentamiento, ya saben, pero la gente quiere calor en verano, después de todo. Cualquier cosa parece mejor en los días azules y en el sol de la infancia. No tenemos ganas de volver a la alarma, aunque hoy la alarma está en todo, porque es un signo de este tiempo. Apenas el virus dejó de achantar un poco, el personal intentó vestirse de verano y de normalidad, no la nueva, sino la de siempre, a algunos por lo visto se les fue la mano por ahí. El verano de los hidrogeles mola poco, o sea, pero es lo que hay, y menos da una piedra.

    Julio va pasando sin notarse, el sol aprieta, sabes que es verano, pero cuesta atreverse con la vida, por mucho que diga Sánchez que hay que hacer uso de la libertad y salir a las calles nuevamente. Detrás de la movida, lo sabemos, está la necesidad de levantar la economía del país, que los organismos europeos pintan con crudeza (además de no elegir a Calviño, ayer), pero la fragilidad que ahora sentimos no permite tener ninguna cosa clara. La incertidumbre es mala para la economía, aunque en realidad es mala para todo. El personal no puede vivir en este sinvivir, pero el asunto es que no tenemos herramientas para arrearle al bicho, no de momento, salvo la prevención. Entre tanta peña, no todos marcan distancias, aunque sí la mayoría: la gente querría disfrutar un poco, hacer algo de playa, a poder ser sin las geometrías de la pandemia que nos parcelan la arena y también la alegría. La gente corriente, o sea, la mayoría, pasa media vida trabajando (con suerte), luchando por la familia, pagando impuestos, sufriendo estrecheces, cumpliendo reglas y normas de todo pelaje, y cuando el verano por fin estalla, resulta que la realidad se ha vuelto imposible y ya no hay lugar para un poco de alegría. El ser humano se lo monta de pena, o sea.

    El verano pasará y llegará ese otoño aún con más incertidumbre. Sería bueno que la gente pudiera gozar un poco, sin alegría nada sirve. El virus nos controla y nos estabula, casi como promete hacer el futuro con sus tecnologías. Me dicen que el Renacimiento apareció porque la gente no aguantaba más y mandó a la Edad Media a hacer puñetas, con todo lo que eso implicaba. Salió bien para algunos. El hombre se dio cuenta de que se moría después de haber trabajado como un animal. Pensó que merecía un poco de arte y un poco de vino. Ahora estamos en las mismas. No aprendemos. Nos mantenemos en la lucha absurda, en la feroz competencia, y cuando despertemos, si eso ocurre, el verano y el cielo azul habrán pasado, como pasarán este julio y este agosto, antes de comer las uvas de la ira.

    09 jul 2020 / 23:55
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