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¿Víctimas y culpables?

    DE niños nos alertaron sobre el hambre en África, y todos nos comprometimos con esos negritos que sólo podrían salir de la pobreza con nuestra ayuda. Le preguntabas a un colegial sobre sus anhelos, y todos decíamos: “que se acabe el hambre en el mundo”. Lo mismo ocurría con las guerras. “Que haya paz en la tierra”, deseábamos al unísono.

    Luego llegó la crisis económica y financiera. Nos apretamos el cinturón, y rezamos para “poder trabajar y llevar el pan a nuestros hogares”. Más tarde nos hicieron sentir responsables de la contaminación. Y aprendimos a reciclar; pese a que ya amábamos el medioambiente, y evitábamos llenar de basura campos, costas y montes.

    Llegó la covid-19, y como nuestros gobiernos no encontraban soluciones ni apoyaban a nuestros científicos, había que esperar a que las farmacéuticas completasen sus investigaciones; y la responsabilidad de controlar la pandemia, de nuevo, recayó sobre nuestros hombros. Guardamos la distancia social, nos confinarnos, y respetamos las restricciones sanitarias. Pero apareció otra guerra en Europa, motivada por los alardes militares de unos, sus huidas de contextos bélicos estratégicos, y las ansias imperialistas de quienes vieron en la debilidad de Occidente una oportunidad para saciar su apetito voraz.

    La invasión rusa de Ucrania trajo la crisis energética. Ahora, otra vez, somos nosotros, los trabajadores, los que tenemos que pagar las facturas de quienes no supieron predecir el conflicto, aplicar la diplomacia, o evitar que las familias tengan que limitar el consumo de gas, electricidad y gasolina, y afrontar la inflación y la pérdida de poder adquisitivo.

    Y es que son nuestras instituciones internacionales las que hasta hunden nuestro sector pesquero; ése que apenas conocen y asegura nuestra sostenibilidad económica y laboral. Lo hacen con la misma ligereza con la que nos piden estudiar y trabajar en penumbra (para ahorrar energía), aunque nuestros comerciantes, productores e industrias sufran las consecuencias.

    Guerra y transición ecológica, el binomio perfecto para hundir más a ciudadanos y pymes. Eso sí; mientras nuestros recursos naturales en Baleares y Canarias siguen sin explotarse debido a poses ideológicas y ecológicas, China e India se frotan las manos, y apoyan la Agenda 2030 de desarrollo sostenible, pues saben que serán otros, nosotros, los que pagaremos el pato de renunciar a una energía nuclear sin emisiones, al carbón que Alemania y otros de la UE continúan quemando, y a emitir un CO2 que ellos aumentan cada año.

    Entretanto, seguiremos comprando más caro ese gas natural licuado y ese petróleo que EE.UU. obtiene a través de un fracking que nosotros evitamos aquí. Si se trata de autodestrucción, o de mantener el poder a costa de los débiles, estamos en el buen camino.

    25 sep 2022 / 23:48
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