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¿Viene la guerra?

    SI ustedes tienen un poco de paciencia, les sugiero que hagan el ejercicio de colorear en un mapa los países, o simplemente espacios, porque a veces son algo más indefinido, que o están directamente en guerra o enturbiados en situaciones que parece que pueden desembocar en ella en cualquier momento. Fíjense como puede formarse la lista: China-Taiwan, Rusia-Ucrania, Libia, ahora también Iraq, Siria, Afganistán, Corea del Norte con el resto del mundo, Israel-Palestina y yo que se cuantos más, que a mi ya se me hace larga la lista.

    Ahora, si estos estaban coloreados en rojo, utilicen el amarillo, por ejemplo, para pintarle la silueta a aquellos otros en los que, aun sin guerra, se vive en situaciones de grave desorden político y económico, generalmente abrasados por una pobreza extrema y origen de movimientos migratorios masivos y desordenados, o bueno, eso nos parece a nosotros, porque hay tras ellos una sustancial organización de tipo mafioso. Media África y una parte de lo que damos en llamar Europa del Este. O Haití, fuera de ahí.

    En los primeros hay gente que se mata y en los segundos que huye. En los dos, entre la muerte y el hambre, no hay esperanza que pueda nacer, mirando al futuro. Las generaciones se suceden, desde hace ya demasiado tiempo, rindiéndose. Con la excepción, dolorosamente comprensible, de los grupos de diversa índole, incluida la religiosa, que se rebelan contra la situación, frecuentemente con armas en la mano, luchando contra cualquiera, incluso contra ellos mismos.

    Quizá se pudiese señalar ahora a otros países, grandes, ricos, potencias, como ellos suelen decir, atrapados en debates y enfrentamientos de ínfima calidad política y hasta diría que humana: el reino Unido huyendo de Europa, los Estados Unidos sin ser capaces de solventar el deterioro de su paz social, Rusia sin serlo de su pasado y China creyendo haber descubierto de nuevo el mundo. Y todos ellos perdiendo a manos llenas el prestigio y la capacidad de liderazgo que alguna vez creyeron haber tenido.

    Y así, cuando acaben de ponerle colores al mapa, díganme si no se puede decir, sin miramientos ni escrúpulos formales, que vivimos en un mundo que es una mierda. Y peor aún: que se pueda decir esto a esta altura de la historia, con tantos siglos ya de experiencia intelectual y cultural –empiecen a contarlos, por ejemplo, en la Antigüedad, cuando nuestros ancestros griegos, árabes, romanos o los de más allá, chinos o indios, asiáticos en general– es, inevitablemente, deprimente. Como si nuestro propio pasado no sirva para nada. ¡Un horror! ¿O no?

    01 sep 2022 / 01:00
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