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Voyeurismo literario

    ESTOS días he tenido la oportunidad de ver la representación O mozo da última fila, una adaptación de Alex Sampaio sobre una obra de igual título de Juan Mayorga, uno de los autores más importantes del teatro español contemporáneo: Premio Nacional de Teatro 2007, ganador de cinco premios Max y miembro de la Real Academia Española.

    El chico de la última fila es una obra cuya sinopsis es: Germán, un profesor de literatura y escritor frustrado que desanimado y fatigado por las pésimas redacciones de sus nuevos alumnos (unos patanes representantes del futuro descorazonador que nos espera), descubre con sorpresa que el chico que se sienta al fondo de la clase (Claudio), muestra en sus trabajos ciertas maneras de buen narrador.

    Este, que procede de una familia desestructurada, se sienta cada tarde en un banco del parque, frente a la casa de los Artola, la familia de su compañero Rafa, que extrañamente le fascina. Con el pretexto de ayudarle con las matemáticas, se adentra en la casa y en sus vidas, para relatárselo a Germán, que poco a poco va enganchándose a la realidad que este le entrega, una especie de novela por entregas. La mirada del joven acaba volviéndose sobre el propio profesor, que escudándose en un permanente cinismo verbal, mira por encima del hombro a la familia burguesa mientras él pertenece a la misma especie.

    Claudio es un manipulador emocional de primera clase y un peligro, ya que no sólo se pitorrea de su compañero y de su familia (y con ello de la propia clase media que representan), sino que planea destruir lo que no puede tener.

    En esta historia hay muchas capas. Se trata la relación entre maestro y discípulo, padres e hijo, marido y mujer. Se habla del poder de contar historias, de la fascinación que genera asomarse a las vidas ajenas y de cómo los diferentes puntos de vista condicionan dicha observación, muy al modo de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock. Se reflexiona sobre los riesgos de entender la literatura como juego entre verdad y ficción, y a través de las aportaciones de la mujer de Germán que dirige una galería de arte contemporáneo, de los límites de la creación artística. Es una obra que saca de la sombra a los que eligen como ecosistema la última fila, el lugar desde el que se pasa desapercibido pero se controla todo.

    Pero por encima de todo destaca el cruel retrato que se hace de la clase media que tiene aspiraciones de escalar socialmente. La crítica cultural que se hace de ellos, también nos sirve de espejo para que el tándem de fabuladores (maestro y discípulo) refleje sus miedos, sus envidias y sus miserias.

    El chico de la última fila es literatura dentro del teatro, donde la profundidad psicológica tanto de la obra como de sus personajes, seguro que no deja a nadie indiferente. ¡Si tienen ocasión no lo duden, lean el libro o vayan al teatro, que obras como esta merecen la pena!

    01 jun 2021 / 01:00
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