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Vulnerables

    NO han pasado ni dos meses de curso para darnos cuenta de que no era cuestión de retomarlo donde lo dejamos.

    Las pantallas no son suficientes, los niños y niñas tienen la necesidad de abrazarse, de correr, de compartir... por mucho que tengamos que instaurar unas normas sanitarias. Y nosotros ¿cómo nos enfrentamos a la desaparición de las relaciones interpersonales directas y a un contexto escolar que nada tiene que ver con la escuela que queremos? El contacto, el cuidado mutuo, el acogimiento han pasado a ser cuestiones de primer orden en la escuela, quizás porque lo son desde siempre, pero las habíamos ocultado ante el espejismo de la autosuficiencia.

    Esta pandemia ha venido a resaltar que somos vulnerables, que necesitamos de los demás y que los demás nos necesitan. Nada nuevo desde el punto de vista antropológico y nada extraño a una institución como la escuela que debe seguir ejerciendo su importante papel como cohesionador de la comunidad.

    El confinamiento sacó a la luz vulnerabilidades que pasaban desapercibidas en la escuela: la necesidad de más tiempos y espacios de contacto entre toda la comunidad educativa, el cuidado de la profesión docente y, sobre todo, de responder a los cuatro aprendizajes fundamentales que propone la Unesco “aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser”.

    Hemos puesto el foco de atención en las medidas que el sistema educativo ha impuesto para proteger a las niñas y los niños, a la comunidad escolar y las familias, pero son necesarias acciones institucionales. Cuestiones como la gestión del estrés o el cuidado físico del personal docente o metodologías directamente relacionadas con el cuidado, como la disciplina positiva o la educación emocional, deberían contemplarse en el plan de formación anual del profesorado.

    El largo periodo de desconexión escolar ha afectado especialmente al alumnado procedente de familias y entornos más vulnerables, por lo que parece urgente apoyar a estos colectivos desde distintos ámbitos.

    Desde el centro escolar, como un entorno inclusivo que garantice la posibilidad de trabajo en grupos flexibles y reducidos, posibilite el seguimiento de aquellos alumnos en riesgo de vulnerabilidad y disponga de medios técnicos para responder al confinamiento de alumnos con enseñanza no presencial.

    Desde las instituciones educativas con un incremento significativo de las dotaciones de personal docente y de otros profesionales como técnicos de integración social, educadores sociales, o psicólogos, además de garantizar la conectividad del alumnado y del profesorado.

    Desde las entidades locales con planes de educación personalizada en los barrios y para el alumnado más vulnerable.

    Más que nunca, se necesita de un plan de actuaciones conjuntas que ya deberían estar funcionando. Por lo pronto, ya se ha perdido la oportunidad de incluir en la evaluación inicial componentes cualitativos que permitiesen valorar el estado emocional del alumnado y que debería haber sido elaborado por una comisión de expertos y validado por la institución competente. Nunca es tarde para rectificar.

    Como reto inminente, educar al alumnado en la ética del cuidado y resiliencia y aportarles seguridad en un momento de fragilidad social y educativa.

    Ojalá que esta crisis nos mueva a repensar con lucidez una educación cuyos pilares fundamentales sean la vulnerabilidad y los cuidados.

    03 nov 2020 / 00:00
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