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...y un señor de Murcia

    todo el que conozca, aunque sólo sea de oídas, la obra de Miguel Mihura echará en falta en este título a la célebre Ninette. Y si, para suplir su ausencia, abriéramos un casting entre las políticas más en boga, dos nombres se impondrían a todos: Arrimadas y Ayuso. La primera parte con una desventaja clara, todo su poder de seducción se agotó en Cataluña en 2017. Desde entonces, ya apenas enamora a nadie. La segunda, sin embargo, se encuentra en su punto fuerte de atracción. Incluso, como Aznar en EE. UU. con el texano, le cogería el puntito al acento galo con tanto gabacho de fin de semana perimetrado en Madrid. Lo suficiente para fascinar al pueblo, pero sin pasarse demasiado, no sea que no pueda celebrar el 2 de mayo por afrancesada. Sí, sin duda, el señor de Murcia la elegiría a ella.

    Pero, ¿por qué están tan de moda los señores de Murcia? Yo tenía un amigo un tanto alocado que una vez se precipitó sobre la barra de un bar y preguntó “¿tiene la máquina de café encendida?”. Cuando le contestaron que sí, soltó inesperadamente “pues deme una coca-cola”. En Murcia pasó igual: tres tránsfugas de Cs pidieron una moción de censura para merendarse al presidente del PP, pero luego acabaron merendando con él. La clave podría estar en el camarero, que con el café no suele ofrecer tapa, pero con otra consumición malo será que no caigan suculentos callos o sabrosa ensaladilla. En el PP, lo más parecido a un barman es el murciano García Egea, aunque sólo sea por su afición al lanzamiento oral de aceitunas. Y, con los productos de la huerta de su tierra a su disposición, de algo más apetitoso y codiciado que ese entrante cutre que escupe puede llenar su bandeja de señuelos.

    Es curioso cómo a veces todo se concentra de repente en una ciudad periférica para que pueda vivir su pequeño renacimiento, un momento de esplendor como el que ahora atraviesa Murcia con García Egea y sus aceitunas mágicas en la cima. Ya Federico Trillo, aquel señor de Cartagena, actuó de precursor, augurando cosas grandes con su “¡Viva Honduras!”, grito con el que no pudo ni el “¡Iniesta de mi vida!” de Camacho, otro murciano universal.

    Antes que Murcia, durante las legislaturas de Mariano Rajoy en La Moncloa, ese lugar de privilegio en la geografía política nacional lo ocupó Pontevedra. A la figura del presidente se le unía la jefa del Congreso, Ana Pastor; el rey emérito, embarcado emérito en Sanxenxo, y hasta las diosas del periodismo entronizaron a Jabois y Xabier Fortes. Era tal el auge de la capital de las Rías Baixas que incluso se hizo famoso un tal José Benito, el señor que corría con Rajoy por los senderos de Ribadumia. Pontevedra era una fiesta, la hostia en verso tomada de manera literal, que se lo pregunten a Mariano, el único presidente en ejercicio que recibió un mamporrazo en público que lo dejó aturdido y sin gafas, y fue justo allí, en la ciudad donde él pensaba que todos lo querían.

    Despejada la x de Ninette, entre divagaciones varias, habrá quien piense que no se especificó con claridad quién representa al señor de Murcia. Tómenselo como un homenaje a ese estilo de inconcreción deliberada del PP que inauguró Rajoy, al referirse a Bárcenas como “ese señor del que usted me habla”.

    23 mar 2021 / 01:00
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