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    COMO si de una novela de ciencia ficción se tratara,
    ha bastado la llegada del covid-19 para digitalizar a to-do un país. No estábamos preparados para ello, ni las universidades, ni los negocios, ni las relaciones personales. Lo virtual debía im-ponerse frente a lo real pa-
    ra no perder la informa-
    ción ni la comunicación: Webminars, teleformación, teletrabajo, son algunas de estas innovaciones que trae consigo la cuarentena.

    Cuando tratamos de vaticinar qué ocurrirá después, sabemos que el contacto humano tardará en llegar y
    habrá de mantenerse la distancia de seguridad. Así
    que la forma de relacionar-se y socializar se irán ero-
    sionando aunque tratemos de negarlo.

    Estamos siendo sometidos a una prueba, un experimento social insólito cimentado en el cinismo, el hastío y el miedo que los bulos han distorsionado, en lo que respecta a la manipulación de las noticias sumados a un importante déficit en ciberseguridad y a cierta brecha digital que aún sigue imponiéndose, limitando el derecho a la educación y a la información de la ciudadanía.

    En momentos como este, dudo que se nos esté contando toda la verdad. Cuántas personas habrán muerto en soledad, cuántos ancianos quedaron abandonados a su suerte, cuántas medidas llegaron a destiempo por incompetencia y falta de conocimiento, porque no se consulta a auténticos expertos ni a los agentes sociales, que han conseguido organizarse mejor e infundir ánimos a aquellos que lo necesitan.

    La distinción entre hechos y ficción (realidad de la experiencia) y entre lo verdade-
    ro y lo falso es muy difusa. Han dejado de existir y todo es apariencia. Detrás hay
    deslocalización, miedo al cambio social y odio al que venga de fuera, mientras nos atrincheramos en la burbu-
    ja cual peces de ciudad en
    su pecera, porque los dirigentes de nuestro país no saben ver el mar ni anticiparse a los problemas.

    El sentido de una realidad compartida y de una comunicación interpersonal hacen que el lenguaje sufra una corrosión estremecedora que devalúa la verdad, porque nos puede la circunstancia y por eso preferimos no salvarla, no pensar.

    ¿Nos emociona que alguien salve nuestra vida o la de alguien a quién queremos? Entonces, ¿Por qué tenemos esa doble moral como para dejar notas en las puertas y luego aplaudir desde el balcón?¿Es eso un ejemplo de coherencia? Y esto es sólo un ejemplo.

    La premio Pulizter Mi-chiko Kakutani, en su libro La muerte de la verdad, habla de los negacionistas,
    que sobreviven y crean opinión a base de bots, sumando adeptos automatizados
    o con identidades falsas,
    cual muertos vivientes,
    que hacen posible la proli-feración de todo aquello
    que envenena al mundo, porque NO EXISTE desinformación inocua.

    Todo apunta a convertir la indiferencia hacia la verdad en algo corriente y la victoria será para aquellos que dan, porque tienen un don y saben lo que es verdaderamente esencial y no se trata sólo de pan.

    30 abr 2020 / 01:19
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