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Gastroparesia, con
‘g’ de ‘globo’ (I)

    EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO

    Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

    COJA USTED CUALQUIER libro de nutrición, anatomía humana o histología, y podrá comprobar una cosa harto interesante: a la hora de aparecer representado el dibujito del estómago, ¡¡¡éste siempre aparece lleno, es decir, desplegado!!! Claro, este boceto estomacal facilita la comprensión de su forma distendida, que es la que adopta dicho órgano tras una buena pitanza pero, al mismo tiempo, esto nos puede llevar a mal pensar que el estómago es una especie de globo -con forma de habichuela- que siempre permanece desplegado, reclamando su señorío a codazos entre la masa visceral (hígado, páncreas, etc.). Pues va a ser que no.

    Ahora coja usted y cómprese una bolsa de deportes. Cuando se la entregan se la dan doblada, planita y acartonada, ¿verdad? Y es solo cuando usted llega a casa y la llena con las zapas, toalla y ropa de deporte, que la mochila “crece” y adopta la forma que tenía expuesta en la vitrina, ¿a qué sí? Pues lo mismo le pasa a su estómago, my friend. De facto, el estómago dilatado y protuberante de los grandes comedores-bebedores -amantes de las orgías vikingas- puede llegar a albergar la friolera de 4 litros de “papilla licuefactada”, léase el bolo alimenticio ya maceradito; mientras que un estómago plegado, con sus paredes acariciándose entre sí, apenas contiene unos 50 ml de secreciones gástricas protectoras (moco, mucinas, bicarbonato, etc.) las cuales forman una capa o pátina que facilita que ambas paredes, que yacen replegadas y en contacto directo, se deslicen suavemente entre sí evitando ásperos roces.

    Y ahora la pregunta de los 64.000 dólares: ¿cuál es el estado natural del estómago, lleno o vacío? Espérense, y mucho cuidadito con la respuesta, porque si tenemos en cuenta lo que vemos a día de hoy por la calle, con esas barrigas grotescas que circulan por doquier o esas obesidades ginecoides pavorosas que dominan el panorama actual, lo más seguro es que contestemos “estómago a punto de explotar”... ¡¡¡pero no!!! Que las barrigas cerveceras y los estómagos colgantes sean la nota predominante hoy en día, no significa que la versión “estómago petado” sea la fisiológicamente preponderante... ¡¡¡porque de hecho, no lo debería ser!!!

    A la hora de buscar respuestas antropológicas, tampoco hace falta tampoco irse al paleolítico inferior. Cójase un señor/a cualquiera, que viviese en la década de los 50, 60 o 70, del siglo pasado. Ahora obsérvese su barriga: más lisa que una tabla de planchar. ¿Por qué? Pues porque se gastaba todo lo que se comía... y además se comía de verdad, con alimentos reales y de temporada, no mierda plastificada o refrescos con burbujas. Por eso nuestros abuelos y abuelas, cuando eran jovencitos, estaban de putísima madre, y por eso mismo no había (al menos, no como ahora) diabetes, alergias alimentarías, celiaquías, enfermedades inflamatorias intestinales, autis-mos, fibromialgias... mucho menos obesidades mórbidas.

    ¿Conclusión? Bingo: el estado natural del estómago es replegado sobre sí mismo, como la mochila de deportes acartonada –antes citada- comprimida en su envoltorio de plástico. Sin embargo, el estado preponderante del estómago, a día de hoy, es el estado contranatural es decir, la hinchazón perpetua, debido a las constantes y reiteradas ingestas de comestibles –y bebestibles- ultraprocesados. Así es que nos levantamos con la barriga hinchada, nos pasamos el resto de la jornada con la barriga hinchada, y nos vamos para la cama rodando, con la barriga todavía más hinchada, hasta tal punto que la sección media de nuestro cuerpo ha cedido a la presión y ahora se parece más al globo de Betanzos que a un órgano hueco.

    Lo malo es que, detrás de un estómago que nunca se repliega -hinchado permanentemente- se halla el malfuncionamiento mecánico: la llamada gastroparesia crónica de bajo grado (término acuñado por el autor) es decir, esa tripa que ya no trabaja como debiera y luce grotesca, que ni cierra bien por arriba (reflujo), ni secreta jugos como debiera (aclorhidria) ni se agita como se espera de ella. La culpa la tiene el solapamiento digestivo, es decir, si bien el estómago no ha acabado de desalojar una comida, que le metemos otra por encima, lo que no sólo obliga al estómago a permanecer distendido per saecula saeculorum sino que, además, genera -o induce- dispepsia (empacho crónico), acidez-reflujo gastroesofágico, gastritis, ventoseo furibundo, toda vez que dispara la inflamación y es puerta de entrada de la hiperpermeabilidad intestinal y otros pesares (Continuará).

    Centrobenestarsantiago.com

    06 sep 2020 / 00:00
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