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Hazlo bonito

¿recuerdan cuando el señor Miyagi accede –por fin– a las súplicas de su pupilo –un quejoso y maltrecho Daniel Larusso– prometiendo enseñarle Kárate? ¡Ja! Pues resulta que es cuando el aprendiz se marcha feliz de la vida, para prepararse de cara a su primera instrucción vespertina, que se frena en seco en la puerta –¡ÑIIEEK!– y le pregunta al venerable anciano: “Maestro, ¿que cinturón tiene usted?”, que es cuando le contesta éste: “De cuero, con hebilla; 5,40 dólares en grandes almacenes”.

Pero es tras la risotada del maestro –y la indignación del imberbe alumno– que viene lo bueno del asunto: “Daniel San”, le responde ahora más serio el señor Miyagi, “Kárate aquí (señalando con la mano la cabeza)”; “Kárate aquí (señalando con la mano el corazón); “Kárate nunca en cinturón”.

Primera lección, lector/a San: olvide todo lo que creía saber acerca de los formalismos, al menos, a la hora de levantar pesas. Pues fue de dicha manera, y sin darse apenas cuenta, que ha operado un tal Santi Carro a lo largo y ancho de más de 30 años de observación y práctica, pero no con el Karate-do (o camino del puño desnudo) sino con la disciplina de los hierros. Aquellos que han sudado el gotamen conmigo (que han sido unos cuantos) saben bien que no voy de farol, y que mis depurados métodos se rigen por un principio similar al del señor Miyagi (“dar cera, pulir cera”), pero enfocados a la belleza del movimiento corporal: “hazlo bonito, o no lo hagas”. Porque, al final, no es cuanto tiempo que pasas trabajando en el gimnasio, brother, ¡¡¡sino cuanto produces!!!

En efecto: detrás de la belleza está el equilibrio. Si nos decantamos a la hora de elegir pareja, por pretendientes de armónicos rasgos faciales o simétricas formas corporales, es porque nuestro instinto nos dice que detrás de la belleza, está el equilibrio... ¡¡¡y todos los animales en la vida salvaje hacen lo mismo!!! Y con los ejercicios de musculación, ocurre igual. Lo único que hace falta para ser un auténtico experto/a en la ejecución de los ejercicios es practicarlos, practicarlos, practicarlos... y fijarse también un poquito, oiga. Malo será que, después de 30 años de ejecutar –y ejecutar– un determinado ejercicio, y de prestar algo de atención, no acabe uno siendo un poquito ducho en la materia.

¿Y los libros sobre biomecánica, anatomía, etc.? Se pueden ojear –faltaría más– para reforzar cosillas, pero vuelvo a lo mismo: el experto en musculación no es aquel que pasa muchas horas sentado, leyendo cosas, sino el que practica con tesón y ahínco.

VINO POR LANA Y SALIÓ TRASQUILADO. Y ahora la anécdota del día. Verán, hará unos 4 ó 5 años, me hallaba ejecutando una tanda de sentadillas acompañado de mi chica en un box (sala diáfana donde entrenan los crossfiteros) cuando siento decir así, por lo bajinis: “Oye instructor, mira que bien lo está haciendo este chico”, en referencia a la ejecución perfecta del ejercicio. El mascullado provenía de un jovencito jugador de baloncesto (alto como un demonio) el cual se hallaba pululando por los alrededores entrenando y lanzando kettelbells al aire (pesas rusas) con –imagino– el técnico de su equipo, un hombre ya ajado en años y con pintas de estar acariciando la –¿ya deseada?– jubilación.

El caso es que en el preciso momento de colgar la barra de sentadillas es su soporte –¡KLINCH!–, finiquitada la serie correspondiente, y dado que soy una persona perspicaz, me anticipé a los acontecimientos y barajé dos posibles escenarios: 1/ Que el ajado instructor exclamase “Amén”, ante su ojiplático alumno, que es lo que realmente tocaba ante la excelsa ejecución del movimiento; o 2/ Que, presa del estupor, tuviese más que añadir... cosa que, efectivamente, sucedió: el individuo en cuestión no sólo sentía un ansia irrefrenable por apostillar indolentemente sino que osó ir más lejos todavía, acercándoseme por detrás, con nocturnidad y alevosía (primer error), para apuntillarme una pequeña “errata” en la ejecución del movimiento (segundo error)... ¡¡¡cuando aún ni siquiera había recuperado el resuello!!! (Tercer y último error).

Ni la simbólica petición de “agua y tierra” (que a efectos prácticos significaba sumisión total) efectuada en su día por Jerjes -el Grande- a Leónidas de Esparta (480 a.C.), hubiese encendido más soflamas guerrilleras que el apostillamiento efectuado por aquel técnico de básquet hacia mi humilde persona.

Recuperado el aliento, y tras un barrido rápido al interfecto en cuestión, hube de preguntarle al escuálido experto si sabía a quién se dirigía, y –lógicamente– contestó que no. A lo cual, hube de continuar añadiendo que no entendía ni papa de lo que me estaba contando, pero de lo que sí entendía es de lo que me estuvo contando mi propio cuerpo a lo largo de treinta castañas. Voy a saltarme los dos o tres minutos posteriores en los que desmonté al pobre hombre sus hipótesis anatómico-forenses (que si el tendón de Aquiles se tronzaba con la tibia y el peroné, repercutiendo vía refleja sobre el menisco izquierdo, bla, bla...), haciéndolo con explicaciones para niños, porque sería harto bochornoso. Lo que sí voy a destacar, en cambio, es la conclusión final: la ejecución de los ejercicios pueden hacerse de 3 formas posibles; 1/Mal (ocurre muchas veces); 2/Pasable (ocurre la mayoría de las veces); 3/Perfecta (sucede una de cada cien veces).

Y, oiga, en muchas de las ocasiones no sabríamos diferenciar entre una ejecución mala de una pasable, pero cuando se trata de un movimiento excelso, perfectamente ejecutado, ¡¡¡salta a la vista, aunque no tengas ni pajolera idea de nada!!!

Mi propia chica añadió una cosa muy bonita, aquel día, después de la bochornosa actuación del mendrugo: “Santi, tú no haces un ejercicio: tú posas”. En efecto, la ejecución de un ejercicio excelso es cosa de la que todo el mundo repara y se da cuenta ipso facto, incluidos aquellos que no tienen ni papa de musculación. Everybody. Por eso mismo aquel joven baloncestista, pese a ser un profano en la materia, había reparado a través de su cerebro reptiliano (puramente instintivo) en la belleza del ejercicio, en lo acompasado de la respiración y hasta en la cinética del movimiento (velocidad de ejecución)... ¡¡¡su instinto se lo había dicho!!! Pero el monitor, obnubilado por los acontecimientos, prefirió tomar la senda equivocada: es decir, refunfuñar obviando las realidades.

Lógicamente, y sin ánimo de hacer leña del árbol caído, es bueno recordar aquel dicho que reza: “no le enseñes a tu padre a hacer hijos”. El culturismo, es una disciplina, y el baloncesto otra bien distinta es. Lo digo porque había que verle la cara al buen samaritano, experto en aros y calzones largos, tras gritarle a la cara (metafóricamente, claro está) aquello que reza: esto es Esparta.

No me malinterpreten. Como cualquiera, tengo que hacer el esfuercito de aprender, y por tales motivos me informo, bebo de muchas fuentes, mis conocimientos no emanan de ciencias infusas. Por todo ello devoro libros, papiros del Mar Muerto y pergaminos de la Acrópolis Ateniense, así como me place escuchar, pero escuchar consejos útiles de personas 1/ de buena factura y/o 2/ de franca disposición... porque si me vienen con la lengua entre mordida, no lo acepto.

Y ahora, para rematar la lección de hoy, una anécdota histórica que refuerza el mensaje transmitido: Un culturista de bastante relevancia en los 90, llamado Aaron Baker, de talante eminentemente práctico y autodidacta (o sea, uno de los míos) un buen día tuvo una contestación genial a una pregunta estúpida. Resulta que un admirador bastante Friki se le acerca en el gimnasio y le pregunta con gran interés, “Señor Baker, ¿sigue usted algún método, aritmética o mecánica, para saber cuándo está recuperado entre serie y serie?”, a lo cual el señor Baker le contesta: “Oh, sí: cuando la sala deja de dar vueltas, es que estoy listo”.

Sencillamente genial: entrena duro, escucha a tu cuerpo, quédate con lo obvio... y déjate de chorradas.

Centrobenestarsantiago.com

27 sep 2020 / 00:38
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