Continúa el escándalo: la okupación consentida

INDEFENSOS Más de un ciudadano de lo que en tiempos, cuando queríamos flagelarnos, se denominaba la Europa civilizada se echaría las manos a la cabeza al ver la permisividad de nuestro país con el fenómeno okupa. Con los delincuentes okupas, porque debemos despojarlo del romanticismo de las comunas hippies. El asunto se nos ha ido de las manos. Por resumir, y dejando aparte demagogias, uno puede ahorrar toda la vida para comprar una vivienda y perderla en 48 horas si a otro se le antoja entrar sin permiso. A partir de ahí, un calvario de policías y jueces mientras uno corre con todos los gastos de los moradores, bajo amenaza de coacciones si se le ocurre dar de baja el agua, la luz o el gas. Cuesta creerlo, pero es así. A esto se le suman muchos factores colaterales, como el peligro para los vecinos, como denunciaba Encarna Otero ayer en este periódico, por ejemplo de incendio. Es el caso de la vivienda de la Alameda, sobre la que el Ayuntamiento no sabe o no quiere saber en qué situación legal está. En el barrio de Pelamios viven atemorizados. Otros okupas montan jaleo y tienen las zonas comunes destrozadas y llenas de basura. En estos tiempos de pandemia, esa falta de higiene y la negativa a utilizar medidas de protección, como mascarillas, convierten la zona en un polvorín. Pero nadie en las instituciones públicas quiere darse por enterado. El Gobierno, ni este ni los anteriores, no considera que esto suponga un problema al que haya prestar medio minuto de atención. O los ciudadanos hacemos presión continua para recordarles a los políticos que son servidores públicos a sueldo pagado, y muy bien pagado, por todos o no habrá nada que hacer. El escándalo de la okupación continuará hasta que a algún propietario se le crucen los cables y entre en su casa con una motosierra. Y nos echaremos las manos a la cabeza...

BEATRIZ CASTRO/Periodista