Cuando los pajaritos piaban más alegres

CUANDO logró sentarse en el sillón de la alcaldía, Martiño Noriega se comprometió a convertir Santiago en una “ciudad rebelde” que sería la envidia de España a todos los niveles, sobre todo en el cultural y en el ecológico. De aquella, los regidores anticasta estaban muy creciditos y presentaban a la mandataria de Barcelona, Ada Colau, como la gran lideresa que lograría renovar la corrupta e ineficaz administración local. En Galicia, todo era una fiesta. Por fin gestores hábiles, cercanos y buenrollistas habían alcanzado el poder en Compostela, en A Coruña, en Ferrol y en otros municipios que nunca habían estado bien gobernados y que habían vivido de espaldas a “la veciñanza”. Con ellos, todo cambiaría. La música pastoril inundaría los parques, la gente circularía en bicicleta, la poesía fluiría por las rúas, los pajaritos piarían más alegres y los vecinos participarían en la toma de cualquier decisión. Pero los meses empezaron a correr y la “veciñanza” comprobó muy pronto que Noriega solo les había vendido humo. Santiago, de repente, se convirtió en Fochancas city, las calles empezaron a inundarse de basura, el servicio de autobuses empezó a degenerar, los pobres no mejoraron su situación y las fiestas perdieron fuste. Pasados dos años, el enfado se convirtió en clamor y cuando los vecinos pudieron acudir de nuevo a las urnas mandaron al alcalde rebelde y a todo su equipo a las catacumbas de Raxoi. Pese a todo, más de un año después la capital gallega sigue sufriendo la nefasta herencia del gran estratega, cuya mayor especialidad era prorrogar contratos debido a la incapacidad de su equipo de convocar concursos (o de hacerlo bien). Un ejemplo claro lo tenemos en la Escola Municipal de Música, cuyos profesores y alumnos llevan ya dos años sumidos en la incertidumbre porque en su día Compostela Aberta ni siquiera supo garantizar su futuro. Menos mal que iban a velar por los artistas...

BEATRIZ CASTRO/Periodista