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Luces y sombras del teletrabajo

    ahora lo sabemos con certeza palmaria: la brutal irrupción del covid-19 en nuestras vidas obligó a empresas y empleados a cambiar el modelo laboral y echarse en brazos del teletrabajo, pero sin estar preparados. Una encuesta reciente confirma que siete de cada diez empresas españolas enviaron a parte de sus trabajadores a casa, cuando no a todos, de forma que más de tres millones de personas teletrabajaron durante el interminable trimestre del confinamiento. Fue una adaptación exprés y muy brusca a un nuevo modelo de relaciones laborales que, cinco meses después, sigue vigente entre luces y sombras. Los expertos advierten de que el teletrabajo ha provocado episodios de estrés crónico, deterioro físico, aislamiento, ansiedad, y alteraciones digestivas y del ciclo del sueño. Lo paradójico es que muchos teletrabajadores se declaran satisfechos con la experiencia porque les permite conciliar mejor, y porque, digámoslo, algunos hacen cosas personales en horario laboral. Sin embargo, las estadísticas dicen que en Europa se han trabajado dos horas diarias más de media y en Estados Unidos tres. Con los rebrotes amenazando la nueva normalidad, el 41 % de las empresas de nuestro país apuesta por seguir con este modelo y el Banco de España calcula que el 30 % de los ocupados podría teletrabajar. A nivel planetario, las grandes tecnológicas impulsan decididamente el trabajo en remoto: Google no tendrá empleados en sus oficinas hasta mediados del próximo año, Facebook planea que en un lustro teletrabaje la mitad de su plantilla y Twitter ya ofrece esa opción para siempre. Antes de la pandemia, el trabajo a distancia se nos vendía como una panacea a la que teníamos que aspirar, aunque existía paralelamente mucha desconfianza sobre su viabilidad real. La pandemia ha confirmado las luces, pero también las sombras. Al tiempo que estamos comprobando las colosales dificultades para su implantación, hemos descubierto que estamos inmersos a la fuerza en un modelo laboral que ha llegado para quedarse. Y lo mismo que nos hemos dotado de protocolos para combatir el coronavirus, necesitamos con urgencia consensuar normas para sacarle el mayor rendimiento posible al teletrabajo, las necesitamos para evitar que degenere en una pesadilla tanto para las empresas cuanto para sus plantillas. No sabemos todavía cómo será el mercado laboral en la nueva normalidad –quizás se imponga una fórmula híbrida entre el trabajo a distancia y el presencial–, pero si nos parece oportuno advertir de que no todo el monte es orégano. ¡Seriedad y sentidiño, por favor!

    10 ago 2020 / 00:15
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