Mayores que viven y mueren solos

CADA POCO tiempo se repiten en Santiago, al igual que en el resto de España, noticias relacionadas con personas mayores que son encontradas muertas en sus domicilios varios o muchos días después del óbito. ¿Por qué sucede eso con tanta frecuencia? La respuesta es muy simple: el número de pensionistas que viven solos se ha disparado en los últimos tiempos, noticia que no tendría que ser negativa si no fuera porque su soledad es muchas veces absoluta y en absoluto deseada. Es decir, o carecen de familia o amigos o quienes deberían estar cerca de ellos, aunque solo fuese a través del teléfono para interesarse de vez en cuando por su estado psíquico o físico, pasan literalmente de ellos. De esta forma, nadie echa en falta su ausencia hasta que alguien, por lo general algún vecino, da la voz de alarma al notar malos olores en el edificio que se filtran por debajo de alguna puerta concreta. Este tipo de situaciones apenas ocurrían en España hasta hace muy poco tiempo, y menos aún en Galicia, donde los núcleos familiares siempre han estado muy unidos. Ahora, en cambio, cada vez más jefes de la tribu mueren en soledad sin que nadie se preocupe por ellos, lo cual demuestra que están fallando tanto las familias como los departamentos de asistencia social, que deberían tener un registro más preciso de las personas mayores que viven solas –la friolera de casi cuatro mil solo en Santiago– y hacer campañas constantes para animar a los residentes más veteranos a instalar en sus domicilios, de forma gratuita, algún tipo de dispositivo telemático que les permita estar comunicados en caso de encontrarse mal o de sufrir cualquier percance. En pleno siglo XXI, la fría tecnología debe suplir a las familias y a los amigos cuando estos fallan. Es el mundo en el que nos ha tocado vivir y la demencial sociedad que hemos construido.

BEATRIZ CASTRO/Periodista