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Mucho más que Corinna, el elefante y el maletín

    nada hay más fácil que poner la lupa sobre los palmarios errores que han acabado por devorar el juancarlismo y derribar del pedestal al rey que supo leer el viento de la historia, enterrar el franquismo, abanderar la monarquía parlamentaria y desactivar el golpe de Estado del 23-F. El propio Juan Carlos I le confesó a un amigo que “los menores de 40 años me recordarán solo por ser el de Corinna, el elefante y el maletín”. En el pecado lleva la penitencia el hombre que soño con pasar a la Historia como el arquitecto de la España unida. Sin embargo, escarbar en las sombras del emérito y olvidar las muchas luces de sus casi cuarenta años de reinado sería no solo revanchista, sino injusto. Nos tranquiliza que el presidente del Gobierno de la nación respalde sin fisuras los pasos dados por la Casa Real, frente a reacciones incendiarias como la de Pablo Iglesias, su desatado vicepresidente segundo, en Twitter, donde calificó de “indigna” la “huida” de Juan Carlos I, al tiempo que Podemos retorcía la coyuntura para cebarse con la Corona y pedir el arresto del padre de Felipe VI. ¡Una peniña! Compartimos con el inquilino de La Moncloa el convencimiento de que lo que España necesita en estos tiempos inciertos es estabilidad, no gasolina en las hogueras. Y nos parece muy oportuna la matización de Pedro Sánchez para levantar un cortafuegos que proteja a la Casa Real: “Aquí no se juzga a instituciones, se juzga a personas”. El del emérito es un final tristísimo para una gran historia, pero queremos decir alto y claro que el balance institucional de la Corona, con muchos e importantes servicios al progreso y las libertades de los españoles, no debe de ninguna de las maneras contaminarse con los errores de Juan Carlos I. Por muy traumática que sea esta segunda abdicación, que lo es, el incendio debe circunscribirse a sus actividades. Intentar chamuscar siquiera a la más alta institución del Estado y al monarca reinante, que está desarrollando un trabajo ejemplar y transparente, sería una bomba de destrucción masiva de la paz social. La conducta de Juan Carlos I en sus últimos años nos ha decepcionado, sin paliativos, pero no compartimos que su caída en desgracia intente ser aprovechada para reabrir el debate sobre monarquía o república. Ese melón aún está muy verde. Tras la solución tajante y terapéutica del exilio, lo que toca es esperar a que la Justicia se pronuncie –todavía nada concreto hay en contra del emérito, que mantiene intacta la presunción de inocencia– y centrarse en lo que de verdad necesita España: estabilidad y recuperación. Lo que algunos buscan es pura y dura crispación tóxica.

    05 ago 2020 / 01:05
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