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Los dioses se deben haber vuelto locos

    EL OBJETO DE ESTE ARTÍCULO ES SÓLO ORIENTATIVO. CONSULTA CON TU MÉDICO

    Y/O ESPECIALISTA CUALQUIER CAMBIO EN TU DIETA O ENTRENAMIENTO

    SEGÚN NOS CUENTA LA LEYENDA (transmitida de padre a hijo al crepitar de hogueras nocturnas), el origen del café se remonta al siglo IX en la lejana Abisinia (melodía de flauta antigua)... es decir, en la actual Etiopía. Según el antiguo relato, hubo de ser un modesto pastor de cabras llamado Kaldi el descubridor de la magia cafetera, al observar un enérgico cambio de comportamiento en sus cabritillos, tornándose sus animalillos mucho más vigorosos y dinámicos tras haber ingerido unas extrañas bayas rojas. ¡Bingo! Esas bayas no eran otra cosa que granos del cafeto. ¡¡¡Por los Dioses!!! Pensó Kaldi; esto debe ser cosa divina.

    Tras probar él mismo un puñado de esas coloridas bayas, masticando con tesón las simientes -CRONCH, CRUNCH!- nuestro protagonista descubrió estupefacto, de ahí a poco rato, que sus energías se duplicaban, sus sentidos se agudizaban y su espíritu se elevaba hacia los cielos infinitos por lo que, sin dudarlo un momento y arrancando con frenesí otro generoso puñado de esos condenados frutos rojos, puso pies en polvorosa a la retaguardia de su encabritado rebaño, partiendo hacia el consejo de ancianos. ¡¡¡Mi pueblo debe conocer de esta nueva medicina!!! Debió pensar un sudoroso Kaldi, al trote ligero, todavía imbuido en una especie de éxtasis místico.

    Una vez reunido el consejo al completo -con carácter de excepción y en mitad de grandes alharacas- y oído ya el enfático relato de nuestro protagonista, fue uno de los ancianos (el que parecía ostentar el mayor rango de todos) el que osó masticar un par de esos misteriosos granos, solo para escupirlos por su desabrido sabor -Puaj!-, procediendo después a triturar toscamente otras dos o tres cerezas con la intención de mezclarlas con un poco de agua caliente pero, tras darle un par de sorbos al brebaje, volvió a escupir maldiciendo en alto; por lo que ordenó tirar el resto de las semillas a las brasas, sin más dilaciones, descartándolas por su mal sabor.

    Pero justo cuando la decepción de Kaldi no podría estar en horas más bajas, y perdido ya cualquier atisbo de esperanza, el más anciano de los ancianos, ciego, desdentado y recluido al más oscuro rincón de la sala debido a la artrosis -y el único que todavía permanecía sentado en medio de un acalorado debate- murmuró a la vez que se reclinaba ligeramente hacia adelante (CREK-CREEK): ¡Espera! Y se hizo el silencio más absoluto, pues de las brasas comenzaba a emerger un aroma exquisito, una delicia para los sentidos que nunca antes, jamás en la historia de los hombres, había sido percibida por el olfato humano... SNIF, SNIF... lo que hizo enmudecer a los presentes, arremolinándolos cada vez más -y más- en torno al crepitar de las brasas... CREP-CRAP, ¡¡¡OOOOHHHH!!! Y así, boquiabiertos, absortos, ensimismados, debieron de quedar todos los presentes, ante la irrupción del furfuril mercaptano, el aceite esencial del café que ahora, y solo ahora, se liberaba al fragor del tueste -CREP- el mismo aroma inconfundible que brinda a café gran parte de sus encantos, mientras que los compuestos de Maillard (término acuñado mucho tiempo después) que ahora también se gestaban, daban el golpe de gracia al maravilloso efecto percibido.

    ¡Ja! Pero, por favor, antes de dar por culminado este bello relato (fraguado en la febril mente de un tal S.C.) hagamos un primer plano hacia nuestro humilde pastorcillo de cabras, que permanece de pie y en medio de los estupefactos ancianos, esbozando una sonrisa de oreja a oreja porque, amigo mío, ¡¡¡ese aroma sólo podía provenir de los Dioses!!! Un mandato divino... y Kaldi había sido su emisario.

    Sea como fuere, dicho acontecimiento no cayó en el olvido sino que corrió cual reguero de pólvora por las diversas tribus africanas, las cuales empezaron a probar diferentes fórmulas con las semillas del cafeto, como elaborar una pasta con los granos que utilizaban para alimentar a sus animales y/o aumentar las fuerzas de sus guerreros. Así es como su cultivo se extendió primeramente en la vecina Arabia, de ahí a Yemen y después al resto del mundo árabe, los cuales perfeccionaron la técnica de elaboración pasándose a llamar, desde entonces, qahwa que en dialectos musulmanes significa “estimulante”.

    Disculpen los más puristas académicos, y rigurosos historiadores, sobre la libertad de cátedra hoy vertida en esta hoja, con respecto a un relato del que apenas se tiene constancia histórica y que, posiblemente, sea apócrifo (transmitido de padre a hijo aún siendo falso en su contenido)... pero la imaginación a veces pide echar alas y este humilde siervo es de los que opinan que cualquier buena historia merece ser adornada, ¿no creen? Como quiera que fuera o fuere el caso, vuelvo a presentar mis excusas porque, ahora mismo... ¡¡¡Por los Dioses, allá donde la haya, toca una tacita de qahwa,!!!

    Centrobenestarsantiago.com

    15 nov 2020 / 00:00
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