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Afganistán: tambores para una guerra civil

Dice el libro del Génesis, que forma parte de la tradición religiosa judía, cristiana y musulmana que el primer asesinato fue el que Caín cometió contra su hermano Abel. No deja de ser curioso que el primer homicidio sea un crimen entre hermanos. Quizás se deba a que la violencia entre parientes es siempre la más cruel. Por eso, como ya dijo el historiador griego Tucídides en el siglo V a.C., las guerras más crueles son las guerras civiles. Los españoles han vivido una guerra civil que acabó hace 82 años, y da la impresión de que las heridas abiertas por ella aún no se han cerrado del todo. Lo mismo ha ocurrido en los EE. UU. con la Guerra de Secesión, que enfrentó al Norte con el Sur. Las guerras civiles, por desgracia, no son patrimonio de los países pobres y atrasados, sino que se han dado a lo largo de la historia en todas las latitudes del mundo.

Desde hace muchos siglos los pueblos de Afganistán han estado enfrentados entre sí. Los más poderosos, apoyados siempre por países extranjeros que les han armado, han cometido numerosas atrocidades contra los más débiles, delitos ante los que nunca han tenido que responder ni rendir cuentas. Para comprender la violencia en la historia de este país deberíamos tener en cuenta que fue una creación artificial promovida por dos grandes imperios, el ruso y el imperio inglés de la India. No hace falta más que ver un mapa para comprobar que los diferentes pueblos de Afganistán fueron divididos por la mitad. Los pastunes, el pueblo que ha controlado el poder desde la fundación en este estado, están divididos en dos por la frontera entre Afganistán y Pakistán. Y lo mismo ocurre en el norte con los turcomanos, los uzbekos y los tayikos, pueblos que hoy en día disponen todos ellos de estados propios. En la frontera con Irán y en el centro del país viven otro pueblo, los hazara, que comparten la lengua propia de Irán, el persa, y su religión chiita.

Es bastante fácil de entender que un país que pasa de los cuarenta millones de habitantes, con catorce grupos étnicos, muchos de ellos de más de cinco millones de personas, no puede estar muy unido. La geografía tampoco le ayuda. A día de hoy, Afganistán carece de ferrocarril. Es un país sin acceso al mar, y su columna vertebral geológica es la cordillera del Hindukush, que configura un relieve con alturas que se distribuyen en los siguientes grupos: más de 3.000 metros, entre 3.000 y 1.800 en la mayor parte del país y entre 1.800 y 600 en prácticamente todo el resto de su superficie. En el país hay zonas prácticamente aisladas como la provincia Wakhan, que es limítrofe con China y cuyo relieve es en su totalidad superior a 3.000 metros de altura.

Dar unidad a este país es una labor difícil, y su Constitución, que entró en vigor cuando el país fue ocupado hace veinte años por la coalición internacional, no lo logró plenamente. Había nacido la esperanza de que tuviese lugar un proceso de construcción nacional, pero los pueblos siguieron enfrentados entre sí, hasta el punto de que en las escuelas y las universidades los estudiantes se agrupan por su filiación étnica, tanto en su vida social como en la propia vida dentro del aula.

La única columna vertebral del nuevo estado fue en los últimos veinte años y quizás desde hace un siglo el Ejército Nacional de Afganistán. Ese ejército fue organizado y entrenado por las fuerzas armadas de los EE.UU. y la OTAN, que pronto se dieron cuenta de que su composición debía ser integradora, de tal modo que todos y cada uno de los distintos grupos se puedan sentir integrados en él. Su composición es la siguiente: el 43 % de los soldados son pastunes, el 32 % tayikos, el 12 % hazaras, el 8 % uzbekos, pero de su oficialidad, de la que no se dispone de datos fiables, forman parte mayoritariamente los pastunes.

En el servicio militar los soldados crearon fuertes lazos de amistad, unión, confianza y lealtad. Lucharon juntos, comieron juntos, rezaron juntos y se sintieron miembros del mismo grupo, y eso fue lo más importante. Cuando la corrupción asociada a los pastunes ahogó a todo el Gobierno del país, el Ejército consiguió mantener su integridad y por eso estaba socialmente muy bien valorado por la opinión pública.

Pero desde 2014, cuando el ultranacionalista Ashraf Ghani llegó a la presidencia, el Ejército Nacional de Afganistán pasó a convertirse poco a poco en una herramienta de ese presidente populista, que lo puso al servicio de los pastunes y llevó a aumentar el odio étnico y a hacer posible así la presencia de los grupos terroristas, no solo de los talibanes, sino también del Daesh. A partir de ese año el Ejército se politizó, se debilitó y su utilizó para reprimir a los civiles no pastunes. Generales y oficiales no pastunes han sido asesinados y son sistemáticamente enviados a la primera línea de fuego para que causen baja.

Todo el mundo se teme que a partir del 1 de septiembre, cuando todas las fuerzas extranjeras se retiren del país, puedan ocurrir dos cosas: o bien que los talibanes se hagan con el control del país o bien que estalle una guerra civil. Para que esa guerra sea posible, se requieren dos tipos de condiciones, las internas y los apoyos políticos internacionales. Veamos cómo es la situación.

El ejército afgano se compone de 194.000 soldados, y está dividido en siete cuerpos de Ejército distribuidos por el país de la forma siguiente: el 201 en Kabul, el 203 en Gardez, el 205 en Kandahar, el 207 en Herat, el 209 en Mazar-i-Sharif, el 215 en Lashkar Ga y el 217 en Kunduz. Todos estos cuerpos de Ejército tienen una fuerza equivalente, y ninguno sería capaz de imponerse claramente sobre los demás. Como están distribuidos geográficamente y corresponden con zonas étnicas de un modo claro, eso posibilitaría el inicio de una guerra civil. Los españoles saben que si el ejército de la República no se hubiese dividido, se habría abortado el golpe, o habría triunfado, pero no hubiera habido guerra, y lo mismo ocurrió en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Para que comience una guerra civil es necesario que el Ejército se fracture. Y en Afganistán, debido al fraccionamiento geográfico y al aislamiento de muchas partes del país y a su estructura social, esto es muy posible.

Cada cuerpo de ejército se compone de tres o cuatro brigadas, y cada brigada se compone de cuatro batallones, tres de ellos de infantería y uno motorizado. Pero el batallón motorizado o bien carece de carros de combate o los que tiene son muy antiguos. Hasta hace poco el

Ejército afgano tenía 44 tanques soviéticos modelos T-55 y T-62, totalmente anticuados. Esos carros van a ser vendidos a Angola y Mozambique y sustituidos por carros americanos M-46 y M-48 de la Guerra de Vietnam. Las brigadas del Ejército afgano tienen movilidad gracias a que disponen de 8.500 humvees norteamericanos, vehículos muy conocidos por el cine que refleja las guerra de Irak y Afganistán, junto con 634 blindados de transporte de tropas modelo A.S.V. de fabricación norteamericana. Todo esto quiere decir que ese Ejército está pensado para controlar el país desde dentro, pero que nunca podría hacer frente a una invasión exterior. Afganistán carece prácticamente de fuerza aérea. Dispone de 50 aviones de transporte, 30 aviones de ataque al suelo, modelos Cessna 208 norteamericanos y Super Tucano brasileños, que tienen apariencia de avionetas. También disponen de 68 helicópteros de ataque, que sufren accidentes constantemente por falta de mantenimiento y por estar obsoletos.

La unidad de élite del ejército afgano es el Mando de Operaciones Especiales con sede en Kabul, que se compone de unos 8.500 soldados y tiene una mayor capacidad operativa. Controla todos los sistemas logísticos y de comunicaciones y de él depende la artillería de élite, compuesta por 152 cañones autopropulsados norteamericanos. Es muy curioso que en cada brigada exista una compañía de inteligencia cuya misión principal es recopilar información sobre la insurgencia talibán, que ahora circula libremente por el país, está negociando con el Gobierno y es reconocida como interlocutor válido por la OTAN, los EE. UU., Rusia y China. En estas condiciones, esperar que el Ejército afgano pueda controlar el país al margen de los talibanes es absurdo.

Si a estas circunstancias interiores añadimos las de la política exterior, nos encontraremos con la siguiente situación: Afganistán es un país muy interesante por sus recursos minerales, que hasta el momento han sido poco explotados por la carencia de comunicaciones debida a su relieve. Los más importante son petróleo en el norte del país, carbón, hierro, cobre, plomo, zinc, plata, oro o azufre. Además de ello es una fuente importante de piedras preciosas como amatista, berilo, jade, lapislázuli, rubíes y turmalina, y de piedras como pórfido, cuarzo, mármol y mica. Solo hace falta un país que quiera montar empresas para explotarlos, y ese país es China.

China ha firmado un acuerdo preferencial con Irán por el cual invertirá cuatrocientos mil millones de dólares en su desarrollo a cambio de petróleo. Está comprando tierras en Afganistán e intentando desarrollar el mercado del azafrán. Y por otra parte ha llegado a un acuerdo con los talibanes que actuaban en la zona fronteriza de Wakhan y servían de apoyo a los minoritarios grupos terroristas minoritarios de los uigures. El acuerdo entre China e Irán puede favorecer la expansión de China en Afganistán y el aumento de la influencia iraní en la guerra por el control del agua.

Todos estos factores, unidos al abierto apoyo de Rusia a los talibanes, a la inhibición occidental y a la situación de debilidad militar, económica y social de Afganistán, son un presagio funesto para el futuro de este país. Son tiempos difíciles. Las revistas del Daesh se venden en los kioscos de Kabul a dos kilómetros del palacio presidencial, mientras los talibanes ganan terreno e intimidan a la población. Su lema es “vosotros tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo”. No tiene más que esperar a que el país se descomponga entrando en una guerra civil o a tomar el poder por la fuerza con el apoyo pleno de China, Irán (su nuevo aliado), Rusia y Pakistán, mientras Occidente decide mirar hacia otro lado.

27 abr 2021 / 01:00
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