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La noche afgana

GABRIEL VILANOVA

Santiago de Compostela

Se dice que cuando Alá terminó de crear el mundo vio que le sobraban unos trozos. Entonces los cogió, los amasó y los tiró a la Tierra, y así nació Afganistán, un país a la vez aislado y cruce de caminos entre Oriente y Occidente, un país que tiene fama de conflictivo y del que dijo un colonialista inglés de la India: “los afganos solo están en paz cuando están en guerra”; un país sobre el que han recaído los tópicos del desprecio, como el refrán hindú que dice: “teme la venganza de un afgano, una cobra y un elefante”; y un país oculto antes y ahora tras un muro de silencio.

Afganistán conoció en el pasado grandes civilizaciones: la griega, la persa, la hindú, y ciudades como Herat fueron famosas por sus mezquitas, sus jardines, su cultura y sus poetas, y por ser importantes centros comerciales y haber protagonizado grandes hechos de armas. Pero también sufrió invasiones devastadoras, como la de los mongoles, que destruyeron gran parte de sus sistemas de regadío y sus ciudades; la de Inglaterra, que saqueó sus riquezas y sufrió allí tres importantes derrotas militares; la de la URSS, y la intervención de los EE.UU. y la OTAN, la única que resultó beneficiosa para él, pero que fue abortada por una retirada, que no fue otra cosa que una traición.

Se acaban de publicar los documentos conocidos como “los papeles de Afganistán”, que desvelan la incompetencia militar de los EE.UU. y su complicidad en la generalización de una corrupción nacida de un reparto indiscriminado e incontrolado de ingentes cantidades de dinero europeo y norteamericano. Podemos darnos una idea de lo que ocurrió con este párrafo de Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de los EE.UU., tomado del documento de 3 de septiembre de 2003: “Desconozco quienes son los malos en Afganistán o Irak. He leído toda la información de la comunidad y suena como si supiéramos mucho, pero en realidad, si escarbas un poco, ves que no hay nada sobre lo que podamos actuar.

Lamentablemente, estamos faltos de inteligencia humana” (Ver Craig Whitlock: Los papeles del Pentágono. Historia secreta de la Guerra, Barcelona, 2022, p. 161, foto 1). No deja de ser curioso comprobar el contraste existente entre la confusión de las antiguas guerras a las que alude Rumsfeld, y el actual conflicto de Ucrania, en el que los medios de comunicación están consiguiendo difundir una visión excesivamente maniquea de otra guerra, quizás no tan limpia como parece, y cuyas cifras se hinchan a conveniencia.

Afganistán fue invadido por la URSS en 1979 y estuvo en guerra hasta 1989. El Ejército Rojo nunca superó la cifra de los 160.000 soldados, pero por allí pasaron 642.000, casi todos reclutas no profesionales. De ellos murieron unos 15.000, quedaron inválidos 10.751, y fueron heridos o enfermaron 469.685, de los cuales, por ejemplo 115.308 sufrieron graves hepatitis, con 31.080 casos de tifus en ese mismo ejército. Esto da idea de la dureza de una guerra que dejó un país sembrado de minas, que han causado hasta hoy 400.000 muertos, muchos de ellos niños.

En Afganistán es muy normal ver a personas con patas de palo como prótesis. Y allí a la invasión rusa le siguió una guerra civil, que acabó con la toma del poder por los talibanes, apoyados por Arabia Saudí, los EE.UU. y Paquistán, hasta que la intervención internacional desembocó en otra guerra que causó 84.000 muertes de talibanes, 86.000 del ejército regular, 90.000 civiles y unos 3.500 soldados de la OTAN, que no sufrieron las enfermedades que padecieron los soldados soviéticos porque sus ejércitos cuidaron de ellos, lo que no hizo el de la URSS.

Después de agosto de 2021 Afganistán dejó poco a poco de ser noticia, y desde la guerra de Ucrania parece haber dejado de existir. Solo la ONU advierte de la posible muerte por hambre de 1.500.000 personas a lo largo de este año. Quisiera reseñar algunos hechos para que los lectores españoles sepan lo que continúa ocurriendo allí y nadie comenta aquí.

En Kabul y las áreas no pastunes del país los talibanes registran las casas de noche y se llevan a personas de las que nada se vuelve a saber. Cuando hay resistencia contra ellos, como ocurrió en el Panshir, una provincia que fue impenetrable para la URSS, envían miles de soldados y detienen y torturan a quienes se rinden por miles o por cientos, como en el caso de Bamian.

Es sabido que mi país se ha convertido en un infierno para las mujeres, los niños y la gente corriente y humilde, iniciando una persecución contra los escasos cristianos que solo tiene paralelo en Corea del Norte. El periódico Etilaat Roz, uno de los pocos que quedan, cuenta cómo se expropian casas y tierras para darlas como premio a las familias de los terroristas suicidas de la causa, y como casi toda la ayuda humanitaria que llega se queda solo en las zonas pastunes. Solo a ellos se les expiden pasaportes, y no a los hazaras de las provincias de Wardak y Ghazni.

Las niñas mayores de 15 años han dejado de ir a la escuela, en aplicación del código integrista mezcla del islam y las costumbres pastunes. Por eso ha aumentado mucho el consumo de antidepresivos y somníferos en las mujeres que pueden comprarlos. El desempleo masivo, la falta de remuneración de los funcionarios, y la exclusión de las mujeres de casi todos los trabajos ha hecho desaparecer a la clase media, ha generalizado la pobreza y llevado a cosas como la venta de riñones para trasplantes, o la venta de niños y niñas, como ya había ocurrido cuando la invasión soviética.

Según UNICEF uno de cada dos niños sufre malnutrición severa, y según Médicos sin Fronteras el sarampión pone en peligro la vida de los niños malnutridos, mientras quienes participan en las campañas de vacunación son acosados o asesinados, como los 8 que lo fueron en febrero de este año de hambruna general. Y mientras miles de personas fallecen por hambre en un país asolado por la sequía y sin presupuesto estatal, 1.153 personas han perdido la vida o han resultado heridas en nuevos atentados suicidas protagonizados por el Estado Islámico de la Provincia del Jorasán (ISKP), casi siempre contra los chiitas y los hazaras.

Los medios de comunicación casi han desaparecido, se controla o apagan internet y móviles, y los móviles se registran en plena calle, y por eso no se puede dar cifras exactas, pero se sabe que se practican las venganzas privadas a discreción y sin control. Mientras tanto las viejas élites políticas han decidido que es necesaria una reconciliación, junto con los lobbies internacionales que la preparan.

Inglaterra, muy tajante contra Putin, financia a Diva Patang, antigua presentadora de la RTA (Radio Televisión de Afganistán), y cercana al expresidente Ghani, para que entreviste a un general inglés que pide ser “generosos en nuestra derrota por los talibanes”. A esto hasta ahora se le llamaba sumisión abyecta, si era en boca de un militar. Nada importa si se garantiza de nuevo el monopolio pastún del poder, y por eso han retornado varios miembros del gobierno anterior, como Abdul Salam Rahimi, asesor del antiguo presidente, que se ha dejado barba como manda la nueva ley y se viste con la correspondiente túnica para ir a reunirse con los talibanes. De la misma forma Zarifa Ghaffari, una de las pocas alcaldesas afganas, que había dicho: “la comunidad internacional ha perdido la guerra contra un grupo terrorista” y que escapó de Afganistán alegando sufrir amenazas de los talibanes y el ISKP, ahora ha vuelto al país, solo seis meses después, mientras otras mujeres son detenidas en sus casas. Ante decía:” dejen de hablar con el gobierno talibán, porque así le conceden más poder del que en realidad tienen.” Sin embargo ahora considera posible volver.

Los pastunes en general están satisfechos con los talibanes, y no les importa el sufrimiento general, sobre todo si es el de los hazaras, tayikos y uzbecos, pero siempre que ese gobierno sea exclusivamente pastún. En el bando contrario están los tayikos, feroces enemigos de los soviéticos, que han formado el NRF (Frente Nacional de la Resistencia de Afganistán), que ha perdido su territorio en el Panshir y ahora está apoyado por India, Francia y Tayikistán. Pero, a pesar de sus apariencias democráticas, ese grupo utiliza la retórica islamista e intenta también llegar a un acuerdo con los talibanes. Los uzbecos, vecinos del poderoso Uzbekistán y que disponen de armas, no parecían querer organizar una resistencia militar hasta que los talibanes los expulsaron del gobierno ultra-islamista que han formado, logrando así su antipatía. Los hazaras tienen las manos atadas porque no tiene armas y ningún país los apoya. Carecen de dinero y sus cosechas de patatas y trigo se agostaron por la sequía, quedando además excluidos de la ayuda internacional Y no solo eso, los talibanes han enviado a sus sicarios a Bamian advirtiendo de lo dura que podrá ser la represión de una resistencia que no existe.

Los talibanes, negociadores con los EE.UU. en los hoteles de lujo de Qatar, no han cambiado nada. En su página web, que no debe consultarse sin permiso de las autoridades, siguen llamando a Occidente el “mal”, a Biden “el jefe de los ladrones”, porque les congeló sus depósitos para dar parte a las víctimas de 11-S. Se sienten fuertes y poderosos porque ya nadie los amenaza. Ahora hay un nuevo enemigo, que perdió las guerras de Afganistán, Chechenia, Siria y quizás Ucrania, contra el que se cargan las tintas de la retórica bélica por parte de un país que ha perdido las guerras de Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. Quizás las dos partes necesiten sentirse fuertes para recuperar su honor perdido al ser derrotados por los más débiles, mientras crece la pobreza y caen las víctimas.

03 abr 2022 / 01:00
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