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33 años sin olvido:
Fermín González Prieto

    CONTRADICTIO IN TÉRMINIS... el titular es sólo bueno a medias. Gracias a mi “agenda polaca” –me la regalaron en Varsovia uno de los primeros días de 1967 y la consulto cada madrugada para saber si vivo o sólo recuerdo–, a veces hasta llego a tiempo para felicitar a alguien por su orto o su éxito, que de todo hay y eso queda bonito visto desde este miserable jugar al escondite (me roban el periódico que me deja el repartidor antes de las nueve) disfraz de la absurda nueva normalidad... tan puñetera que me repetía Juan esta mañana desde la altura de casi uno noventa y ciento un años, todos suyos, todos vividos en las alturas agrestes del Barbanza y la orilla, sin remos, paseada, de la ría de Arousa.

    La agenda, pues, la polaca, no me habla de Juan sino de muerte, de la fecha, sábado 9 de mayo, de la muerte de Fermín González Prieto, al que, además, tengo por duplicado en el zaguán de mi casa de Boiro donde vivo o padezco, que es lo mismo. Y hasta juego contra las nubes y el viento oscuro... juego, digo, a aprender con dos dedos a decir palabras que me persiguen para meter en el papel su alma, y su cuerpo en la pantalla del ordenador. Fermín no pedía permiso para entrar en mi despacho. Si me encontraba solo, naturalmente.

    Tal día como el sábado 9 de mayo, pero de hace treinta y tres, de 1987, recibí la llamada de su hijo, el pintor González Cociña: “Ha muerto”, fue el mensaje. Había vuelto a la infancia cubana mucho antes, y estaba en gozo perpetuo consigo mismo y hasta lo estaba, rosmón él, con Concha. Yo fui su amigo cuando a uno le quedan pocos.

    Los cuadros de Fermín son cosa de agradecer... Estaba lejos de sus paisajes, en Madrid, y no sé por qué, no se decidía a volver a casa, a Lugo, a Viveiro, dormía a unos cuantos metros de mi despacho de Tabacalera, por donde quería volver a Lugo o a Viveiro, no estoy seguro. Por aquí no se vuelve, le dije una vez. Se enfadó: “Yo vuelvo por donde quiero”.

    Le llamé rosmón.

    Y así quedamos; ahora hasta para entrar en casa tengo que pedirle permiso, en una “Marina” no rematada, pero preciosa, y dos árboles hermanos, “Nacieron juntos”. Yo, con él, vi morir un mundo apasionante. Y un poco elemental, como a mí me gusta.

    12 may 2020 / 23:57
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