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Esta zona de la provincia coruñesa es conocida por los navíos y las vidas que se han perdido en las profundidades de su mar // El Cementerio de los Ingleses es un lugar donde rendir homenaje a las víctimas británicas de los accidentes M. Martínez

Leyendas que esconden los naufragios de Costa da Morte

“En otros tiempos se creía, y aún hoy se cree, que aquellos lugares están malditos por Dios, y en verdad, que jamás la conseja popular tuvo más razones de vida que en esta ocasión en que todo parece indicar al alma atribulada, que una maldición pesa sobre aquellas playas tan desiertas, pero también tan poéticas y hermosas en medio de su desnudez”. Así se refería Rosalía de Castro en su novela La hija del mar, a la Costa da Morte, una región del litoral gallego que esconde un número considerable de víctimas y naufragios, debido a su fuerte temporal y oleaje. La pandemia de estos accidentes marítimos ya es nombrada por muchos investigadores desde la Edad Media. Tanto es así que en el año 1168, Fernando II otorgó a la población gallega la potestad de aprovecharse de los restos y las mercancías que quedaban a las orillas de la costa tras los naufragios de los navíos, siempre y cuando no se tratara de barcos cuyos pasajeros fueran peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. De esta manera, nacieron los raqueiros, lugareños que acudían al lugar del accidente para hacerse con las existencias.

Esta época fue crucial en la historia de este tipo de percances en la zona, ya que coincide con la expansión mundial del tráfico marino, donde la costa gallega jugaba un papel crucial al servir de punto estratégico para las transacciones comerciales.

El primer caso de naufragio en la Costa da Morte data en el mes de octubre de 1596, cuando un navío de la Armada española al mando de Martín de Padilla, fue sorprendido por una considerable tormenta, lo que causó más de 1700 víctimas.

Pero el desastre solo acababa de comenzar. Era un 7 de abril de 1843, cuando el barco de vapor británico Solway impresionó contra un arrecife en los alrededores de la playa de Baldaio. El accidente provocó 34 víctimas mortales, mientras que la demás tripulación pudo ser rescatada. Los restos del barco quedarían en las profundidades del océano atlántico para siempre. Además, este acontecimiento es referenciado por el conocido escritor francés Julio Verne en su novela de ciencia ficción 20 mil leguas de viaje submarino.

Aún más salvaje fue el caso del Great Liverpool, considerado uno de los primeros transatlánticos ingleses, que quedó encallado entre un escollo de la ría de Corcubión el 24 de febrero de 1846. Afortunadamente, el accidente únicamente se llevó la vida de tres personas. La tripulación restante fue rescatada por el pueblo, que también les ofreció cobijo. Los raqueiros de la zona aprovecharon la situación para arramplar con todo aquello que el mar trajo a la orilla. Este acto, apreciado como un acto vandálico por los países extranjeros, alimentó gran variedad de leyendas sobre el territorio. Días después, y aún sin causa conocida, el capitán del navío, McLeod, fue hallado sin vida. Se dice que se suicidó con una navaja de afeitar porque no fue capaz de soportar su responsabilidad en las tres muertes que causó el naufragio.

Un siglo después, el 19 de diciembre de 1950, tiene lugar la historia más misteriosa de la larga lista de accidentes marinos en Costa da Morte. Es el caso del Adelaide, una goleta británica que llevaba trece tripulantes y tres pasajeros, entre los que se encontraban la esposa y el hijo del capitán del navío, William Dovall. El contratiempo tuvo lugar cerca de Estaca de Bares, cuando el barco comenzó a hundirse. El capitán, en un intento por salvar a su tripulación y a su familia, lanzó con ellos un barco de salvamento, que fue engullido completamente por las olas ante sus propios ojos. De hecho, Dovall fue el único superviviente que consiguió llegar a tierra firme.

Al día siguiente, los cadáveres de su cónyuge y de su descendiente aparecieron a orillas de la playa. El capitán los enterró en un huerto cerca de la parroquia de Santa María de Atalaya, donde aún hoy se puede visitar la lápida, escrita con letra ilegible. Pero esta historia alimentó una leyenda bien conocida por los lugareños de la Costa da Morte. Se creía que el Adelaide contenía un botín de oro que debía ser entregado en las Antillas, y que era muy codiciado por la nobleza británica. Tanto es así que cuando se corrió la voz de la noticia, estos contactaron con los raqueiros gallegos para solicitar su cooperación. Sin embargo, los raqueiros colocaron una serie de luces falsas para confundir a las tripulaciones que llegaban en busca del tesoro, lo que provocó aún más naufragios. En Devon, en Reino Unido, existe una lápida exacta a la del pueblo de Laxe, donde los visitantes pueden encontrar los testimonios del capitán Dovell, que no menciona en ningún momento la existencia del motín, pero sí la de la pérdida de sus seres queridos.

Un tiempo después, otra embarcación británica sufrió la ira del temporal de la Costa da Morte, el 7 de septiembre de 1870. El Captain era un barco de reciente construcción que padeció el desastre en su tercera travesía de prueba, donde regresaba a Inglaterra desde Gibraltar. Tan solo a setenta millas del cabo de Fisterra, el acorazado volcó debido al fuerte oleaje, dejando únicamente diecisiete supervivientes de quinientas personas de tripulación.

La misma suerte tuvo el HSM Serpent, también de la Armada inglesa y que protagoniza el naufragio más célebre de la Costa da Morte. Sucedió el 10 de noviembre del mismo año que el caso anterior. El barco se dirigía a las costas de Sudáfrica cuando de repente chocó contra unas rocas cerca de la costa de Vilán, entre Camelle y Camariñas. El accidente dejó 175 fallecidos y tan sólo 3 tripulantes lograron salir con vida. Sus cuerpos descansan en el Cementerio de los Ingleses, un lugar ubicado en el monte Branco, donde aún hoy es visitado para rendir homenaje a las víctimas británicas.

El barco de vapor alemán, Salier, iba cargado de inmigrantes rusos, polacos y gallegos que buscaban una mejor calidad de vida en las costas de Sudamérica, pero lamentablemente, nunca consiguieron llegar. El 8 de diciembre de 1896, el navío embarrancó cerca de Porto do Son. El percance causó 281 víctimas.

Así fue como la zona gallega comenzó a despertar la intriga y el interés de los países extranjeros, que bautizaron el territorio como Costa da Morte (en inglés) debido a su atracción por los naufragios.

Desde entonces, muchas más tripulaciones han sufrido accidentes en el territorio, como es el caso del vapor inglés Kenmore, en enero de 1904 junto a la playa de Traba, el acorazado español Cardenal Cisneros, un año después, o el barco ruso cargado de cemento, Olympe, en 1955, entre muchos otros ejemplos.

Además, el petrolero griego Prestige estrenó los casos de accidentes en la zona en el siglo XXI con su naufragio el 13 de noviembre de 2002.

Hoy en día, los turistas pueden hacer la Ruta de los Galeones y la de los Buques de Guerra, dos paseos que conducen a los viandantes por aquellos puntos clave donde se dieron todo tipo de naufragios en la Costa da Morte, una zona del litoral gallego que esconde un gran número de leyendas oscuras, pero que a su vez, enamora a todo aquel que se propone descubrirla a fondo.

17 ago 2020 / 00:06
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