EN UNA SOCIEDAD sociedad en la que unos y otros podemos pensar distinto, es fácil que no reparemos en ser enemigos entre nosotros. Sin embargo, al menos en lo que atañe a la religión cristiana -la mayoritaria en la nación española- el perdón de las ofensas es algo que se prescribe desde los fundamentos de nuestra fe. Baste con ver lo que dice el Padrenuestro, para sentirnos llamados a perdonar nuestras ofensas, “como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, tomada del libro de la Sabiduría de Sírach o Eclesiástico, nos llama a perdonar, al tiempo que nos dice que, si perdonamos las ofensas del prójimo, también el Señor nos perdonará cuando le pidamos el perdón de nuestras culpas. ¿Hasta dónde podremos pedir que se nos perdonen los pecados, si nosotros no tenemos compasión de nuestros semejantes? Seamos fieles a la alianza con el Señor, y perdonemos los errores de los demás. La 2ª lectura, de la Carta de San Pablo a los Romanos, se centra en el sentido de la vida del hombre: no hemos de vivir pensando en nosotros mismo hasta el punto de buscar nuestros intereses, sino que nuestra vida y nuestra muerte han de ser una devota entrega a Dios, pues a Él le pertenecemos.

El Evangelio de San Mateo recoge una conversación entre San Pedro y Jesús, en torno a las veces que hemos de perdonar al hermano. Jesús le dice que hay que perdonar siempre. Ilustra su afirmación con la parábola del Siervo Inmisericorde. A este no le urgió su gran deuda su señor; pero ese siervo, apenas recibió de él tan gran beneficio, encontró a un consiervo que le debía una minucia, y lo metió en la cárcel hasta que pagara su deuda. Entonces el señor le pidió cuentas a ese siervo e hizo lo mismo con él, al considerar que había debido ser misericordioso, como su señor lo había sido con él. La conclusión es que el Padre celestial hará otro tanto con nosotros, si nosotros no perdonamos de corazón a nuestros hermanos.