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Santiago

Belvís, donde comprar productos ecológicos y de calidad es posible

El mercado Lusco e Fusco se celebra todos los martes por la tarde y se ha consolidado como un punto de encuentro para productores y consumidores que valoran lo natural, lo fresco y lo auténtico

Vendedores y clientes en el mercado ecológico situado en Belvís

Vendedores y clientes en el mercado ecológico situado en Belvís / Alina Rodríguez

Jorge Maril

Santiago

En los últimos años, la demanda de productos ecológicos y locales ha ido en aumento. Cada vez más personas se interesan por la calidad y el origen de los alimentos que consumen, buscando alternativas que promuevan una alimentación más saludable y sostenible. Sin embargo, en Santiago de Compostela, los lugares donde se pueden adquirir estos productos de forma directa y sin intermediarios siguen siendo escasos.

Uno de esos pocos escenarios de la agricultura local es el mercado ecológico Lusco e Fusco que tiene lugar todos los martes por la tarde en el Parque de Belvís, en frente del aparcamiento. Este mercado se ha consolidado como un punto de encuentro para productores y consumidores que valoran lo natural, lo fresco y lo auténtico. Entre las carpas improvisadas y los puestos coloridos, la dedicación de los agricultores se mezcla con la curiosidad de los compradores, creando un ambiente único. Durante el invierno están desde las 17:00 hasta las 21:00 horas y en verano de 18.00 a 22.00h. El martes que asistió EL CORREO GALLEGO estaban colocados siete puestos, aunque un transeúnte y vecino de la zona declaró que normalmente hay entre 10 y 15 mesas con productos.

El alma del mercado: los productores

Entre los puestos se encuentra el de Teresa Otero y su marido, un matrimonio proveniente de Vilanova de Arousa. Con paciencia y amabilidad, Otero explica a este diario que llevan viniendo al mercado desde hace casi una década. “Nosotros tuvimos un restaurante muy famoso en Vilanova, O Paspallás, y cuando lo cerramos, hace 8 o 9 años, como nos aburríamos, nuestra hija nos propuso venir a hablar con las personas que vendían aquí en Belvís”, comenta.

A esta experta cocinera le compran, sobre todo productos elaborados: “De dulce hago una especie de pastel de plátano, el brownie, que parece turrón, y también tarta de queso o muffins con cacao ecológico. Además, traigo empanadillas, samosas de pollo con curri, y productos de huerta como rúcula y tomates verdes”. Todos los productos que elabora son naturales, “sin ningún tipo de pesticida” y solo “podemos prepararlos con lo nuestro. Por ejemplo, si necesito algún ingrediente para las empanadillas, se lo tengo que comprar a un compañero”, afirma Otero. A pesar de la amabilidad con la que atendió a este medio, hubo momentos en los que se tuvo que poner seria pidiendo que no tocasen los productos, a lo que los clientes contestaron “tranquila, no tocamos”.

Un poco más lejos, en una carpa morada cedida por la Deputación da Coruña, se encuentra uno de los vendedores habituales desde que comenzó el proyecto. Este hombre destaca la importancia de la temporalidad en la producción ecológica. “Somos productores de nuestras huertas y vendemos lo que hay en cada época. Ahora mismo es uno de los momentos con más variedad, aunque agosto es complicado porque hay menos gente”.

Comenzó a vender en el mercado en el año 2011 y destaca la fidelidad de los clientes locales, quienes valoran la calidad de los productos. “Aquí la gente confía en nosotros porque saben que lo que vendemos es lo que producimos y en los supermercados te tienes que fiar de lo que ponen las etiquetas porque no sabes cómo se cultivaron y transformaron esos alimentos. Esa confianza y los buenos resultados del producto es lo que nos hace seguir aquí tras tantos años”, destaca este vendedor.

Otro de los productores es Miguel Navarro, del proyecto Burbullas de Sol en Vedra. “Nuestra especialidad es dar variedad. No hay un producto que destaque más que otros, pero el tomate es un clásico que siempre tiene demanda, especialmente por su sabor único comparado con los tomates industriales”, señala Navarro.

A pesar de la labor intensiva que implica la venta en el mercado, “trabajamos todo el año y tenemos poco descanso. Los días de feria son muy largos porque empiezas muy pronto para recoger esa mañana los productos. Y luego tienes que preparar la mercancía, llegar al mercado, preparar el puesto y, claro, llegas tarde a casa también”. Este productor encuentra en esta actividad una forma de dinamizar la vida social y ofrecer una alternativa de compra sostenible.

Los clientes: consumidores fieles

El mercado no solo es un lugar para comprar productos frescos, sino que también es un punto de encuentro para la comunidad local. Natalia da Silva, clienta habitual, destaca la importancia de este tipo de proyectos: “Me parece una iniciativa brutal. Creo que hace falta que se conozca más y que se apoye más desde el Concello porque es súper necesaria esta idea de consumir localmente, de apoyar a los productores que están intentando vivir de esto, que es súper duro. Y en la calidad del producto se nota muchísimo; tiene otro sabor, otra textura.” De hecho, esta clienta aclara que “toda la compra de verdura de toda la semana, la hago aquí. Llega el martes y compro ya toda, en el supermercado no compro nada”.

En cuanto al perfil, en el mercado Lusco e Fusco se puede observar gente de todas las edades, desde personas mayores hasta familias con niños pequeños. De esto deja constancia también Miguel Navarro, que afirma que “el perfil es muy variable, no hay un tipo de cliente definido. Por aquí pasan muchas generaciones diferentes, un gran abanico de personas”.

Pan ecológico, una forma distinta de elaborarlo

Al lado del puesto de Teresa Otero se encuentra el de Anabel Varela, una lucense proveniente de Xermade. Su producto estrella es el pan hecho a mano que “antes abundaba, pero la industria alimentaria lo copa todo y este pan ya no se ve tanto ni en la panadería ni en el supermercado”. No es un proceso fácil, debido a las técnicas que emplea para elaborar el producto. “Voy a un molino del siglo XVIII restaurado, y luego tengo la masa madre siempre activa. Para hacer el pan para el martes empiezo a prepararlo el lunes, porque tiene una fermentación súper lenta y pasa toda la noche fermentando. Amaso a mano, no uso amasadora, y el martes por la mañana lo meto en el horno”, explica Varela.

Y aunque su pan es más caro que en otros lugares, “en un supermercado te puedes encontrar una barra de pan por 50 céntimos, el bollo de pan que yo hago vale 3,30 euros”, un precio que justifica porque “los ingredientes también son más caros, de otra calidad y requiere más tiempo de elaboración”. No obstante, el pan no es el único producto que hace, por ejemplo, cuando la albahaca está de temporada realiza pesto. Aunque lo que más le gusta hacer son fermentos como el chucrut, una preparación originaria de países del centro de Europa y que tiene la col como base; el kimchi, un plato coreano; el tofu fermentado; o el tempeh, un plato originario de Indonesia procedente de la fermentación natural controlada de la soja que se suele presentar en forma de pastel.

Las dificultades

En verano, los puestos se colocan bajo los árboles, a la sombra, para resguardarse del calor estival. Sin embargo en invierno, con la lluvia “nos ponemos todos pegados al muro en carpas, para que no caigan gotas. La Deputación da Coruña nos dio 12 toldos y los teníamos guardados, pero nos los robaron. Entonces, los que tenemos ahora aguantan el viento pero no son tan resistentes”, declara Teresa Otero. Pero a pesar de la lluvia del invierno, tanto Miguel Navarro como otro de los comerciantes aclaran que los consumidores son más “agradecidos” e “incluso si hace mal tiempo vienen en coche si hace falta, estacionan en el párking y vienen al mercado, tienen ese componente de fidelidad”, aclaran ambos.

El mercado ecológico de Belvís no solo es una oportunidad para adquirir productos frescos y locales, sino también para apoyar a pequeños productores que se esfuerzan por ofrecer alimentos de calidad, respetando el medioambiente y fomentando una economía más justa y sostenible. Cada martes, este rincón de Santiago de Compostela se convierte en un ejemplo para promover un consumo más consciente y responsable, en el que los comerciantes atienden con alegría a los clientes e, incluso los propios productores tienen tiempo para hablar entre ellos, todo en un tono relajado.

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