Anticipo de la alegría de Pascua

LOS HOMBRES se conforman a menudo con tener algunas “alegrías”; pero en muchos casos les falta la alegría. La Iglesia trata de contagiar el gozo en la liturgia: no solo en las solemnidades de Navidad y Pascua, sino en su preparación. Hay dos días que llevan un apelativo de alegría: la dominica Gaudete (domingo 3º de Adviento) y la dominica Laetare (4º domingo de Cuaresma), al percibir que, al final del camino, se halla la fiesta.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, del libro de Josué, muestra el cumplimiento de las promesas divinas, al liberar al pueblo descendiente de Jacob del oprobio de Egipto, y hacerle entrar en una tierra rica, de cuyos frutos comen, apenas llegan a ella, en la comarca de Jericó. San Pablo, por su parte, alude a la nueva condición del hombre que cree en Cristo. Somos criaturas nuevas, establecidas “en novedad de vida”: lo viejo, que era triste, ha pasado, y somos hombres nuevos, llenos de gozo y esperanza. Sucede esto porque el Padre nos reconcilió consigo por medio de Cristo, y este nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Por ello nos dice San Pablo: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Precisamente Dios envolvió en nuestras culpas a Cristo, el inocente, sin pecado, para librarnos a nosotros de esas manchas y que llegáramos a ser justos ante Él, que es la verdadera fuente de alegría.

El Evangelio muestra la alegría del reencuentro. El “hijo pródigo”, el menor de la casa, reclama la herencia que le corresponde. El padre reparte a sus hijos lo propio de cada uno. El pequeño se va lejos, derrocha lo que tiene y al fin pasa hambre. Se gana el pan con un trabajo poco acorde con su religión. Después, arrepentido, quiere volver a casa, y el padre lo recibe con tanta alegría que hace fiesta. Al hermano no le pareció bien lo que hizo su padre, pero este le dice: Debías alegrarte porque este hermano tuyo se había muerto y ha vuelto a la vida; lo habíamos perdido y ha sido hallado.