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Califican de osadía plantear una hipótesis sin haber analizado los restos del Zebedeo

Científicos aseguran no comprender el afán de publicar un supuesto descubrimiento treinta años después: “Ese no es el proceder habitual en el ámbito de la investigación”, sostiene Casares Long

“Creo que es una osadía plantear ahora como una hipótesis lo que me parece más bien una ocurrencia”. Son palabras de Juan Casares Long, exrector de la USC y catedrático emérito de Ingeniería Química, sobre las conclusiones del análisis forense del cráneo que se le atribuye a Santiago el Alfeo que Fernando Serrulla realizó en 1991 y acaba de publicar en la revista Forensic Anthropology de la Universidad de Florida. Un trabajo del que el Arzobispado y la Xunta dicen no tener constancia, y en el que también se plantea que la calavera no se corresponde a la de una persona que murió como la historia sagrada se refiere al martirio de este discípulo de Jesucristo; sino que podría corresponderse más bien con la cabeza de Santiago Zebedeo, “como ya pensaba el arzobispo Gelmírez”, afirmó este viernes Serrulla a EL CORREO.

En este contexto, Casares Long, tataranieto de Antonio Casares, eminente científico que a finales del siglo XIX practicó con otros dos catedráticos de la USC el análisis de los restos que aparecieron en la Catedral y que finalmente se certificaron como los del Apóstol Santiago el Mayor y sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro, afirma no saber “qué afán mueve ahora a este forense a publicar un estudio que realizó hace treinta años, un hecho que desde el punto de vista científico es totalmente sorprendente, porque ese no es el proceder habitual”.

Sostiene, además, que “es atrevido hablar de una confusión de huesos de dos discípulos de Jesucristo cuando él solamente estudió los restos que se consideran de Santiago el Alfeo, pero desconoce los que se le atribuyeron tras un minucioso análisis, no solo visual, sino también químico, a los de Santiago el Mayor”.

TRABAJO MINUCIOSO. Casares Long quiere destacar el “minucioso trabajo” realizado tras el redescubrimiento de los restos que hoy se atribuyen al Zebedeo en 1879 por Antonio Casares, entonces rector de la USC y catedrático de la Facultad de Farmacia; Francisco Freire Barreiro, catedrático de Medicina; y Timoteo Sánchez Freire, catedrático de Cirugía. “Se encontraron con cientos de huesos entremezclados y ellos consiguieron distinguir que eran de tres varones ; y por la composición química también apuntaron al siglo I después de Cristo”, señala el profesor Casares Long, que cuenta en su archivo con una copia del informe final, en el que “responden a la pregunta del cardenal Payá y Rico con total brillantez: No parece temeraria la creencia de que dichos huesos hayan pertenecido a los cuerpos del Santo Apóstol y de sus dos discípulos”, como recoge el documento original.

En este también indican que los “huesos aparecieron colocados sin orden y mezclados por alguna tierra, desprovistos de cartílagos y partes blandas, y tan deteriorados y frágiles que no existía un solo hueso entero o completo”. Contaron más de 350 fragmentos óseos indeterminables por su pequeñez y forma imprecisa y, tras los primeros análisis, concluyeron que eran de tres esqueletos distintos. A uno de ellos pertenecían 81 fragmentos correspondientes a 29 huesos nominables; al segundo, 85, pertenecientes a 25 huesos, y al tercero, 90, pertenecientes a 24. Los tres forenses finalizan especificando que todos los trabajos de identificación, excepto los análisis químicos, se realizaron por las noches, entre el 9 y el 25 de febrero de 1879, en el propio lugar donde habían aparecido los restos. El informe lo firman el 29 de julio del mismo año.

HALLAZGO en el ábside de la catedral. Cabe recordar que fue la llegada a Santiago del cardenal Miguel Payá y Rico, en 1875, la que permitió que se produjese el redescubrimiento de los restos del Apóstol. Tras vencer numerosas reticencias, el nuevo arzobispo consigue que se ponga en marcha la búsqueda. Se centra en el entorno del altar mayor de la Catedral. Los responsables de los trabajos son los canónigos y arqueólogos Antonio López Ferreiro y José Labín Cabello. Las obras, que se rodean del máximo secreto, se concretan en una serie de excavaciones que se presentan como simples intervenciones en el templo. Las primeras afectan al espacio situado bajo el altar mayor, donde se creía que estaba el antiguo edículo romano que había acogido el sepulcro, la actual cripta. Pero el fracaso es completo, recoge la Xacopedia.

Con esto, se busca en nuevos puntos, en parte siguiendo la pista de los rumores y dichos antiguos que circulan entre los canónigos compostelanos. Uno de los nuevos lugares de búsqueda fue la pequeña capilla que está justo detrás del altar mayor, en el ábside, también conocida como tras-sagrario. Y allí, en medio de la discreción, en la noche del 28 al 29 de enero de 1879, tras levantar el pavimento, apareció un nicho de piedra que contenía una serie de restos humanos.

Pese a la tosquedad del espacio y el aparente descuido con el que habían sido tratados los huesos, los responsables de la búsqueda decidieron que fuesen sometidos a análisis. Explica la Xacopedia que había fundadas sospechas de que podían ser los que buscaban. Los responsables de las excavaciones sabían que la tradición y la práctica decían que en el entorno del altar mayor nunca se habían realizado enterramientos por respeto al Apóstol. Por lo tanto, aquello tenía muchas posibilidades de ser lo que buscaban, pese a lo tosco del enterramiento, que se justificó con la prisa con la que habrían sido ocultados en 1589 por el temor a una inminente llegada de los soldados de Francis Drake.

Los huesos aparecieron a una profundidad de poco más de un metro en un nicho de 99 cm de largo, 33 de ancho y 30 de profundidad. La bula papal de León XII Omnipotens Deus, de 1884, certifica que son los auténticos restos del Apóstol Santiago el Mayor y los dos díscípulos, Atanasio y Teodoro, partícipes de la Traslación.

17 oct 2021 / 01:00
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