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Confesando lo que otros callan

Se sorprenden no pocos de las últimas declaraciones del director de orquesta italiano Riccardo Muti (Nápoles, 1941), leyenda viva de la interpretación de la mal llamada música clásica.

Sin tapujos, y más rotundo que nunca, confiesa en su ochenta cumpleaños que se ha cansado de la vida, idea que expone y apuntala con razones, pero un tanto hastiado por haberla repetido desde hace años, con otras palabras, pero parecido sentido.

Como muchos que todavía no han cumplido los 60, echa en falta la seriedad en la profesión que ejerce, a la que tilda “de conveniencia”, tarea de mucho ruido y pocas nueces, amaneramiento y escaso estudio, de personas que, sin formación ni vergüenza, campean a sus anchas sin que nadie les diga nada.

Habla en general, pero se centra en su patria, aunque lo que expone es extrapolable a lo que sucede en otras partes de Europa: No hay orquestas, la enseñanza de la música en las escuelas es inexistente, demasiados teatros históricos permanecen cerrados... Me duele ver al país caer en la ignorancia. Vivimos de las rentas del glorioso pasado. Tenemos un inmenso patrimonio cultural que se está precipitando a pesar de los esfuerzos de algunas personas.

Suena muy tajante, pero si bien se mira, matizando algunos puntos, es el panorama que vive nuestra música histórica, si por ella se entiende música clásica, en su amplio sentido.

Hay orquestas, incluso algunas prescindibles, mientras las buenas y serias son habas contadas. Las de antes se mantenían a expensas de las dificultades. Las que hoy nacen suelen ser flor de un día que se marchitan por falta de proyectos y tesón.

La formación musical, sin paliativos, es harto deficiente desde la niñez hasta la madurez. Aprender a tocar un piano – o teclado, que es más barato y ocupa menos- o unos acordes de guitarra para acompañar el gorgojeo de una canción de moda, siguiendo un tutorial on-line, cual manual de una thermomix o de un coche eléctrico sin saber cómo funciona ni conocer las reglas de circulación, es posible pero el resultado mejor obviarlo.

El pasado, qué decir de él si ni el presente se valora. Este parece un mundo dividido entre los que van contracorriente y los que vienen de frente; entre los de antes y los de ahora, a quienes se suman meteoritos que solo ven planetas y espacios siderales

Los jóvenes merecen atención y una labor de revalorización, como señala Muti. Pero los tiempos de aprendizaje se acortan y, como la masa sin levadura ni reposo, no fermenta, siendo inútil el esfuerzo realizado.

No sería problema si ellos mismos, a su vez, no tuvieran prisa por saborear las mieles de efímeros triunfos que se desvanecen nada más se tienen en mano. Pero son inquietos, por naturaleza y porque el mundo en el que han nacido es incluso hostil para ellos mismos. De ahí que, con su empuje, se reinventen día a día. Nada malo si el resultado es cabal y razonado. Ya no digo bueno, bello y verdadero, conceptos relegados al vocabulario escolástico.

Aterrizando en Galicia, en nuestro entorno más cercano, algunos todavía jóvenes de espíritu, rondando el medio siglo, ven en quienes les sobrepasan una década y, aun así, están más lozanos que ellos, unos jerarcas a los que deben venerar y someter a preguntas que son el “abc” de cualquier saber.

Decía en público un setentón (que espero no se ofenda por revelar su edad), siempre amable y apacible, que él no quería enfadarse por un hecho que realmente le tocaba de cerca y le parecía execrable. Ya se sabe lo que conlleva enfurecerse, explicaba: doble trabajo y mal trago, sin posiblemente haber conseguido nada, salvo un perecedero desahogo.

Yo tampoco pretendo mostrar enfado con estas líneas. No obstante, el clima que nos rodea, también en nuestros hogares y lugares de diario encuentro, no ayuda a mantener la calma y, cual mortales, caemos en la trampa.

Les pregunto: ¿alguien entiende ya aquello de las peras y manzanas? Alguna de color botella quizás lo aclare en lenguaje más idóneo. Todo se esclarece con el tiempo.

Mientras, vamos avanzando, viendo a nuestra muiñeira reconvertida en un hip hop o enraizada con el trap, o la popular Rianxeira remozada a ritmo de ranchera, con la catedral de fondo y unos pies descalzos en el agua, ondiñas veñen e van. Incluso a la Luz de Boimorto, a la que admiro, mirando emocionada las estrellas en busca del misterio de esa negra sombra que me asombras.

Tanto cover y discovery nos llevan por delante. Yo, sinceramente, prefiero mientras pueda, bucear en otras aguas, alentando a quien quiera a descubrir y vivir en ellas aventuras insospechadas.

Y, de momento, por si acaso, confieso como R. Muti: En mi funeral quiero silencio, si alguien aplaude volveré a molestarlo por la noche.

26 sep 2021 / 01:00
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