Cristo, el rey que pastorea

de acuerdo con lo que se vive en cada época, se tiene una imagen distinta del rey. En otros tiempos ese personaje tenía todos los derechos sobre los bienes e incluso las personas de quienes vivían en su reino. Hoy, cuando impera una cierta humanidad y cuando los medios de comunicación no permiten el dominio irracional de nadie, la figura del rey viene a ser la de quien procura el bienestar de todos, en virtud de lo cual tiene la última palabra, con el poder que se le reconoce. La 1ª lectura, del libro del profeta Ezequiel, nos dice que el Señor, al ver que había reyes que se aprovechaban de sus súbditos, iba a ser él quien apacentara a sus ovejas, de modo que puedan reposar, que pueda él vendar a las heridas y dar fuerza a las enfermas, y apacentarlas en general con justicia y con amor. Cierto que también juzgará entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío. El Evangelio enlaza con ese juicio al que se refería Ezequiel. Ese juicio lo llevará a cabo el Mesías, cuando vuelva glorioso. Se reunirán todas las naciones y él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras. Para unas habrá gloria eterna y para las otras un castigo eterno. La razón estriba en haberle dado de comer o de beber, o haberle acogido o no, a Cristo en los hermanos, pues, cuantas veces han hecho o dejado de hacer aquello con los más necesitados, se lo han hecho o dejado de hacer a Cristo. Cristo se había entregado por todos, ejerciendo así la realeza según Dios; y juzga a todos como juez que sobre todos tiene el poder. La 2ª lectura, de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios, nos presenta a Cristo resucitado como primicia de los que han muerto. Del mismo modo en Cristo hallarán todos la vida. Cristo ha de reinar hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser sometido será la muerte. Al haber sometido a todos sus enemigos, también él se someterá al Padre, para que Dios lo sea todo en todos.