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De Serapis a San Serapio

Tanto al dios egipcio como al santo mercedario, los invocaron los enfermos, que esperaban de ellos la devolución de la salud

Serapis fue una influyente deidad (esposo de Isis y dios de la medicina y de la sanación de los enfermos) del antiguo Egipto, el cual –como resultado de la constante fusión y asimilación de creencias, que se dieron entre todos los pueblos de la Antigüedad– fue adoptado en Grecia con el nombre Asclepio, y en Roma con el de Esculapio.

En honor de Serapis fueron erigidos fastuosos templos, llamados Serapeion, siendo el primero el que, a comienzos del siglo III antes de Cristo erigió el rey Ptolomeo I Soter (el salvador) en la ciudad egipcia de Alejandría, cuyo interior llegó a albergar una sección suplementaria (con más de 300.000 volúmenes) de la celebérrima Biblioteca de Alejandría.

San Serapio Escolástico

In hoc signo vinces (bajo este signo obtendrás la victoria), la cruz luminosa que con esta inscripción se le apareció al emperador de Roma en el año 312, en el momento de franquear los Alpes, bastó para que Constantino el Grande se declarase abiertamente en favor de los cristianos y pusiese en su lábaro el signo de la cruz.

La conversión del pagano Imperio romano a la religión predicada por Jesús de Galilea hizo que los olvidados anacoretas (cristianos que vivían en soledad, dedicados a la oración, en los desiertos de Egipto) tuviesen de repente una extraordinaria visibilidad, con miles de fieles seguidores de sus prédicas. El más célebre fue, sin duda, San Antonio Abad (cuya festividad y bendición de animales sigue celebrándose con pompa cada 17 de enero, mismo día –por cierto– del año 1235, en que tuvo lugar la confirmación canónica de la Orden de la Merced) pero hubo otros muchos, como fue el caso de San Serapio apodado el Escolástico. También recibió el nombre de Serapión de Thmuis, por haber sido obispo de aquella ciudad egipcia. Según la hagiografía cristiana (que celebra su festividad el 21 de marzo) falleció en el año 388 a la edad de 60 años.

Toda vez que el Imperio romano se había hecho cristiano, era preciso que los fieles rechazasen a los falsos dioses e identificaran sus beneficios con los que prodigaban los santos (nombre que recibieron al principio los cristianos). Y a San Serapio el Escolástico le fueron traspasados los atributos que hasta entonces había tenido Serapis (dios de la medicina y de la sanación de los enfermos).

El por qué lo encontramos, primeramente, en la evidente afinidad onomástica, incluso en su variante romana (Esculapio – Escolástico). Pero también en la férrea oposición de San Serapio a la secta de los Maniqueos, cuyo hereje impulsor –Manes– que había estudiado medicina, fue encarcelado por el rey persa Sapor, tras haber sido incapaz de salvar la vida de su hijo. Y, bajo la lógica de los creyentes, si San Serapio predicaba contra un mal médico, no había duda de que el bueno habría de serlo él.

San Serapio, el fraile mercedario

Pero no es al San Serapio Escolástico al que cada año (en el primer domingo de septiembre que sigue a las fiestas de Nuestra Señora de la Merced) honra el barrio compostelano de Conxo con su centenaria procesión del Rosario, la cual discurre –escoltando devotamente los fieles con velas la imagen del santo– desde Platerías hasta la parroquia da Mercé.

El San Serapio de Conxo fue un cruzado inglés, Peter Serapion, que nació en Londres en el año 1179. Habiendo participado en las Cruzadas al servicio del rey Ricardo Corazón de León, a su regreso se enroló en la Reconquista de España como soldado de Alfonso VIII. Más tarde, a través de San Pedro Nolasco, se interesó por la labor que en la redención de cautivos cristianos desarrollaban los frailes mercedarios (de la Orden de la Merced) e ingresó en ella en el año 1222. Siguiendo con su vocación redentorista, el santo acompañaba a los ejércitos de Jaime I el Conquistador cuando en el año 1231 culminó el rey de la Corona de Aragón la toma de Mallorca. De ahí que San Serapio sea muy venerado en la isla.

Finalmente (como Cervantes lo llegaría a ser en 1575) San Serapio quedó cautivo en Argel, como prenda de otro al que así salvó la vida. Una cristiana acción que habría de costarle la suya, pues los piratas sarracenos que lo habían secuestrado, a cambio de botín, acabaron por crucificarlo –no sin antes haberlo sometido a terribles torturas– en una cruz aspada. Era el 14 de noviembre (día de su festividad) del año 1240. Casi cinco siglos después, en 1728, San Serapio fue elevado a los altares y posteriormente su nombre incluido en el Martirologio Cristiano.

Abogado de los enfermos

Y nuevamente, por asimilación de nombres, al San Serapio mercedario se le atribuyeron los beneficios de la medicina y la sanación de los enfermos que ya había heredado (del dios egipcio Serapis y de su homólogo romano Esculapio) el San Serapio Escolástico del siglo IV. Atribuyéndosele estos poderes curativos, aparecen publicados en Palma de Mallorca a comienzos del siglo XIX, los «Gozos al invicto Mártir San Serapio, Caballero laico de la Real Orden de Nuestra Señora de la Merced, especialísimo Abogado contra todo género de dolores, descoyunturas y quebraduras: Invicto mártir San Serapio, los muertos resucitáis y curáis las calenturas, viruelas y quebraduras y cualquier dolor sanáis al que os llama fervoroso. Mostrad por siempre ser nuestro Abogado, Serapio Mártir glorioso». Así mismo, en estos mismos Gozos se hace un ingenioso juego de palabras: «Gloria de nuestra nación, San Serapio pio [sic] será y como invicto mártir será pio».

La anécdota

En la mañana del sábado, día 10 de septiembre, un día antes de la procesión de San Serapio, me encontraba tomando un café en la terraza de un bar de Conxo, cuando de pronto no pude dejar de prestar atención a lo que un señor mayor contaba a sus amigos: –San Serapio non existiu. A súa devoción comezou hai anos, cando atoparon a imaxe dun santo no lixo. Siguiendo su relato: –Os paisanos daquelas terras chamaban ao lixo serapio, e ese foi o nome que lle puseron ao santo: San Serapio.

Por supuesto, este relato entra de lleno en el terreno de la fantasía. Pero lo curioso es que hay una Virgen, la madrileña Virgen de la Paloma (el 15 de agosto se celebra su festividad) cuyo origen tiene un relato similar. Todo comenzó en 1787, cuando unos niños que estaban jugando encontraron, abandonado en un corral de la Villa, un deteriorado lienzo con la imagen de la Virgen. La tía de uno de aquellos muchachos, que vivía en la calle de la Paloma, les compró el lienzo y lo colocó después en una de las ventanas, situada a ras de suelo, de su casa. Todos los comentarios de la gente, al pasar delante de ella coincidían en lo bonita que era la Virgen [de la calle] de la Paloma. Y tanto lo fue que la suya es la fiesta que mejor refleja la identidad de la Villa de Madrid, en cuyo honor el maestro Tomás Bretón compuso, en 1894, la mejor de sus zarzuelas: La Verbena de la Paloma.

25 sep 2022 / 01:00
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