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Destierren pesares, temores no tengan

    Difícil es seguir las noticias. Vueltas y revueltas, órdenes y contraórdenes, sugerencias, apelaciones, recomendaciones y demás contenidos acaparan titulares que van de la pantalla a la prensa y viceversa.

    El ambiente navideño, más explícito en materia (calles y tiendas adornadas) que en espíritu (inicio del año litúrgico, tiempo de Adviento), asoma y, con ello, la inquietud de saber cómo celebrar unas fiestas de las que solo presentimos que serán diferentes.

    Pero, como antesala de la Navidad, aún hay fechas señaladas. La de la Constitución, musicalmente, no nos depara nada. En cambio, “La Purísima” ha suscitado un corpus musical específico de gran riqueza.

    En la Península, para su novena y su fiesta se compusieron numerosos Villancicos. Esta palabra ahora remite a la Navidad y, en Galicia se equipara con “panxoliñas”. Pero, ni lo uno ni lo otro: durante casi cuatro siglos, los Villancicos compuestos en y para el ámbito litúrgico, son otra cosa. Proceden también del ámbito profano, con formas y temática variopinta, pero se impusieron en los templos a fines del s. XV, por ser más gratos al oído y de mejor comprensión que los cantos y rezos en latín. Entra así en iglesias y catedrales la lengua vernácula, con cautela por la parte eclesial y regocijo por parte de los fieles que así acudían más motivados a los templos.

    Fueron transformándose, yendo desde simples melodías fáciles de cantar, a complejas polifonías para coros y orquesta al completo. El contenido, tratándose en este caso de una fiesta mariana, alude a la virginidad y maternidad de María, pero no faltan “escenas bélicas” (lucha contra el diablo, entre el bien y el mal...) e incluso algunos contienen mensajes propagandísticos o de carácter político. No hay que olvidar que España, con la Monarquía a la cabeza, fue la nación que más luchó en favor de la promulgación del Dogma de la Concepción, declarado en la bula Ineffabilis Deus de Pío IX (1854).

    En Santiago, los más sonados se deben a Buono Chiodi. Nada más llegar a Compostela -junio de 1770- sin dominio del castellano ni habituado a los usos y costumbres de la liturgia de la catedral, estrenó en diciembre el primero: “Los ángeles digan, los hombres alaben”. A partir de ahí, compuso 2 o 3 Villancicos a la Inmaculada cada año. El pecado de Adán, la gracia virginal y ese carácter bélico, son recurrentes en ellos. Casi todos son para doble coro de 8 voces y orquesta, aunque alguno, con recitado y aria -cual ópera o cantata barroca- sirvió para lucimiento de Felice Pergamo, tiple excepcional de la catedral.

    Melchor López, su sucesor, debió echar mano de los de Chiodi para las fiestas marianas, componiendo solo Villancicos para otras celebraciones, alguno en gallego. Además, recuperó los “Responsorios” en latín. Razones tuvo, porque siendo suprimidos en 1750 en la Real Capilla (referente de todas las capillas peninsulares) tras los ataques de teóricos de la música y de autorizadas voces de la iglesia, esa tradición cayó en desuso. Además, todo se complicó con las dificultades económicas que lentamente llevaron al declive de la capilla musical, desde la Guerra de la Independencia a la Desamortización de Mendizábal. Música y la liturgia se mantuvieron, pero ya con otros parámetros, más adecuados al momento.

    La recomendación actual de no cantar y usar música pregrabada en los actos religiosos se comprende por la situación que vivimos. No vamos a recuperar tesoros dormidos. Toca reinventarse, teniendo en mente pautas que no pasan de moda ni deben perderse, aun “en tiempos de pandemia” pues es sabido que “el que canta ora dos veces”.

    La Instrucción “Musicam Sacram” (1967), entre otras consideraciones, incide en que el canto no es un adorno o entretenimiento de la liturgia. De ahí que el “hilo musical” de fondo -como en bares y restaurantes- no viene muy al caso. Siendo la liturgia algo “vivo” -opuesto a lo artificial- no cabe más que partícipes “vivos”, cantando, tocando o estando en silencio, que también es un modo propicio y necesario del acto religioso.

    Esto es lo ideal: participantes y canto “en directo”, ni playback, ni melodías enlatadas... Habrá que ingeniárselas para lograr el equilibrio entre la perfección (ese ideal, consustancial al culto divino) y la nueva norma. Y ya desde ahora, puesto que la improvisación, no es buena y sabido es que el que canta ora dos veces.

    Como reza el incipit de uno de los Villancicos a la Inmaculada de Chiodi, cantado a las puertas del Año Jubilar de 1773: Destierren pesares, temores no tengan...

    27 dic 2020 / 00:00
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