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Don Braulio, hombre cordial

SE NOS HA MUERTO D. Braulio Arce San Juan. Era cura desde el año 1966. No era hombre de muchas salidas, pero preparaba bien, con exquisitez, todo lo que le encomendaban. En su primer destino, de Vicario de la parroquia de San Miguel, era delicado y respetuoso con D. Bernardo Louro, un párroco inclinado a mandar. Cuando fue a dar clase de dibujo al Seminario Menor y después de Religión a la Escuela de Hostelería, trató de ser cercano a los alumnos. No concluyó en esos lugares su ministerio: lo hicieron capellán del Cottolengo, y ahí estuvo, siendo cercano a los más enfermos y a las personas que de ellos cuidaban.

Fue Delegado de Arte de la Diócesis. En realidad, había pasado bastantes años dando pruebas de su destreza con el pincel, y lo asociaron a D. Salvador Ares Espada, a quien más adelante había de sustituir. Le gustaba pintar las fachadas de la Catedral de Santiago, e incluso reproducir algunos cuadros de la Virgen, siguiendo al Greco o a Murillo. Por Navidad siempre felicitaba a los amigos con un dibujo suyo a plumín, u otra pintura alusiva al tema natalicio. Incluso nuestro Arzobispo solía felicitar a los sacerdotes con una tarjeta decorada por él.

Hacía ya un par de años que no podía ejercer su cometido sacerdotal de forma ordinaria: más bien debía conformarse con celebrar Misa cuando su salud se lo permitía, y ofrecer a las personas con las que departía una palabra cálida y esperanzada. Ha tenido una gran capacidad de resistencia ante las dificultades que debía afrontar, y todo lo ponía en las manos de Dios.

Su infancia y su juventud habían girado siempre en torno a la familia y al Seminario. Cuando era todavía un joven estudiante, se murió su padre, que trabajaba junto a la plaza de Cervantes, en un comercio de telas. Al ser seis hermanos, su madre ha tenido que centrarse bien, para mirar por sus hijos ella sola, ayudada por Julián, su hijo mayor, que hubo de abandonar los estudios de Derecho, para ocupar el puesto de su padre y ayudar así a mantener a su familia. De ese modo, los otros hermanos pudieron hacer estudios universitarios.

Como sacerdote siempre fue un hombre digno y merecedor de ser respetado y amado. Tendía a ser más bien retraído, consciente como era de que, con su modo de comportarse, debía dar testimonio ante los demás de fe, esperanza y amor a Dios y a los hermanos. Nuestro mundo necesita de personas así, libres de todo tipo de doblez y con el corazón entregado al servicio de los demás, transmisores de ese modo de la fe en Jesús, nuestro Señor. El ambiente de su casa y la vivencia de la fe y de la vocación en el Seminario y en la vida sacerdotal, creo que han sido de gran ayuda e importancia para dar testimonio en esta sociedad en la que vivimos, de modo que todos hagan un sitio a Dios y a los hermanos en sus propias vidas.

14 mar 2022 / 01:00
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