El árbol se conoce por sus frutos

EL DUEÑO de un huerto valora sus árboles por los frutos que le proporcionan. Si busca lograr una propiedad rentable, intentará tener los árboles que den más y mejores frutos. Algo semejante acontece en la vida de los hombres: solo de quienes realizan buenas obras se puede afirmar que vale la pena tenerlos por amigos.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, del libro de la Sabiduría de Sírach o Eclesiástico, manifiesta que, así como la calidad de una vasija es puesta a prueba al meterla en el horno encendido, del mismo modo el valor del ser humano se demuestra cuando se pone a razonar; y, como los buenos frutos se logran cuando el árbol ha sido abonado, así acontece con el hombre, cuya palabra necesita del cultivo de la persona.

San Pablo nos dice que el hombre es corruptible, pero que se volverá incorrupto. Cuando esto acontezca, podemos afirmar que la victoria se ha sobrepuesto a la muerte. Entonces debemos dar gracias a Dios, que no ha supeditado todo al cumplimiento de la Ley mosaica, sino que nos da la victoria por Cristo Jesús: de ahí que hayamos de trabajar siempre por el Señor, convencidos de que Él recompensará nuestras fatigas.

El Evangelio nos dice que es mal guía un ciego para otro ciego. Tampoco debemos ponernos a juzgar lo que un hermano hace, si no purificamos antes nuestra mente. Dejemos que el Señor nos purifique, de modo que emitamos un juicio justo, pues las personas son como los árboles: si son buenas, de la bondad de su corazón sacarán el bien, en lugar del mal que sacará el que es malo, pues “de la abundancia del corazón habla la boca”.