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Por tierra de campos. Crónica peregrina de Manolo Fraga (I). Recorriendo la Ruta Jacobea uno se encuentra a personas singulares, cada una con su propia historia personal única // También se rememoran momentos de tiempo atrás

“El Camino es lo que tú quieras”

Los rigores del excesivo calor me acompañan por Tierra de Campos al volver al Camino de Santiago. Mi primer sello es del monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes. Arranco tarde y olvidando la vara, pero regreso para recuperarla. Apenas hay peregrinos este lunes por estos pagos infinitos abrasados por el sol. Me adelantan ciclistas y bicigrinos. Raúl, que es vizcaíno, deja de pedalear para hablar un poco. Ahora soy yo el que adelanta a un par de extranjeras, una a una en diferentes áreas de descanso. Me quedo sin agua en una pista de zahorra tan recta como interminable. Diría que en los últimos diez kilómetros hasta Calzadilla de la Cueza no hay una maldita fuente, solo alguna nave agrícola donde almacenan la paja empacada. En el horizonte emerge una iglesia hasta que, gracias a dios, aparece un pueblo soterrado. Llego al bar a punto de desmayarme. Me recuperan mucho líquido y una ensalada pobre, cuando reconozco por el acento a tres jóvenes ciclistas que acaban de entrar. Roberto, David y David son de Pontevedra: “Hoy venimos de Burgos y pretendemos llegar a León, 178 km, nos faltarán unas tres horas. Esto es muy llano y el calor, seco, así que es llevadero. Y eso que nos perdimos por el Canal de Castilla. Pero nos animan el reto y la aventura”. Me dispongo a andar hasta Ledigos, donde me recoge la taxista Victoria para llevarme a Sahagún, mi lugar de alojamiento estos días de Ruta jacobea.

Al día siguiente la temperatura sigue subiendo. Con la fresca de la mañana me acompañan mantos de girasoles, olorosas retamas y más peregrinos al fin. Es un paseo delicioso hasta Terradillos de los Templarios. En el albergue Jacques de Molay, figura medieval y último gran maestre de la Orden del Temple, Marisa me cuenta que hoy esperan una “avalancha” de peregrinos. Reanudo el camino con dos barceloneses de origen gallego y andaluz, que dicen “intentar contactar con lo sagrado o el interior de cada uno”. José Luis (57 años), prejubilado de banca, y Nicolás (64 años), anticuario, son simpáticos y proclives a la conversación. “El Camino aporta salud mental. Aquí te preguntas cosas que no salen en la vida rutinaria. Y me encanta la conjunción de los campos y las nubes proyectando un horizonte infinito”, señala José Luis. “Siento mucha emoción y que estoy en el camino de la vida que debo estar. También las personas que nos encontramos son importantes, igual que esta luz y este paisaje. Te das cuenta de que en el Camino todo está en su sitio”, advierte Nicolás, que lleva veinticuatro años andando hacia Santiago. Sigo solo hasta Moratinos y San Nicolás del Real Camino, último pueblo de la provincia de Palencia. Se divisa Sahagún a unos seis kilómetros y veo el mismo cuadro de mis 17 años, cuando vinimos de cámping tres amigos del colegio La Salle tras un amor juvenil. Los llamo por teléfono y comparto con ambos aquellos recuerdos insondables. Aprieta el calor y escasea la sombra cuando adelanto a una joven pareja de la República Checa. La senda discurre en buena parte paralela a la N-120 con avistamientos de la autovía A-231 de Burgos a León. La ermita de la Virgen del Puente, antiguo hospital y leprosería, está abierta afortunadamente. Elisa me cuenta que posee restos mudéjares y que el pavimento de cantos rodados y con dibujos geométricos se descubrió hace tan solo diez años. Sello y dejo un donativo. En este oasis de las afueras de Sahagún colocaron en 2013 sendas esculturas del Alfonso VI, rey de León, Castilla y Galicia nacido en 1040 en Santiago, y el abad Bernardo de Sedirac, cofundador de la villa cluniacense, para señalar que estamos en el centro geográfico del Camino, equidistante de Roncesvalles y Compostela.

Por la Ronda de la Estación, bordeando la plaza de toros y cruzando las vías por un puente, se entra en el pueblo, “que es muy taurino”, según me dice César al cruzarnos. Antes de alcanzar la Plaza Mayor, entro en la iglesia de la Trinidad, reconvertida en auditorio y oficina de turismo. Lidia me da horarios de monumentos y me insiste en que no deje de visitar la exposición de las Edades del Hombre en el Santuario de la Virgen Peregrina y la iglesia de San Tirso. Así que reservo un par de tardes para sendas muestras, que resultan ser de extraordinaria belleza. Giran en torno a temática mariana y exhiben piezas de enorme expresividad. Atrás quedan otras dos sedes en Carrión y una quinta en la catedral de Burgos, que aún tengo oportunidad de ver hasta diciembre.

A pesar del calor de las dos de la tarde me animo a seguir hasta Calzada del Coto. Tras cruzar el río Cea ayudo a una colombiana con sus bastones, Érika (33 años), que lleva tiempo en Madrid dedicada al sector turístico, se lanzó sola a debutar en la ruta jacobea: “El Camino es lo que tú quieras. Un reto conmigo misma... Conocer más a la Érika exploradora. También lo hago como agradecimiento a Dios, por motivos religiosos y personales”. Hoy, como ayer, se repiten las historias, aunque siempre únicas, de los peregrinos.

29 ago 2021 / 01:00
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