El conflicto saharaui visto desde Compostela: “Mucha preocupación por la familia”
Salamu Chej estudia en la USC, llegó con Vacaciones en Paz // Farrah Abdalahe Mamai estuvo detenido por manifestarse
Desde hace unas semanas, el alto al fuego entre las autoridades marroquíes y el Frente Polisario, máximo órgano de gobierno saharaui, está roto. La violencia y las detenciones van en aumento con la eterna disputa de un territorio que los saharauis reclaman como propio y que, en la práctica, continúa bajo la administración de Marruecos.
Son muchos los que observan el conflicto desde fuera, como es el caso de Salamu Chej, que vive y estudia en Compostela. Él llego por primera vez a España con el programa Vacaciones en Paz. Su primer destino fue el municipio de Rois, muy cerca de la capital gallega. Posteriormente, su familia de acogida decidió hacerse cargo de él para que pudiese completar en Galicia sus estudios. Actualmente, cursa Administración y Dirección de Empresas en la USC. Él tiene familia a ambos lados del muro construido por Marruecos: en los campamentos de refugiados y en las zonas bajo el dominio de este país. Su amigo Farrah Abdalahe Mamai, que vive en Rianxo, tiene a toda su familia en esas zonas ocupadas, en las que ahora se está produciendo el conflicto.
Denuncian que la ONU siga sin pronunciarse sobre los altercados que han comenzado hace más de un mes, y temen que la situación se extienda a las ciudades en las que viven sus familiares. Tienen poco contacto con ellos porque, según denuncian, las comunicaciones no son sencillas. “Tienen miedo a hablar, temor a las consecuencias, hay mucho bloqueo informativo”, apuntan ambos.
En este sentido, ven la vida en los territorios ocupados como una “semilibertad” ya que “no hay libertad de expresión, por muy poco sufres consecuencias”, afirma Farrah. Por su parte, Salamu añade que vivir allí es hacerlo bajo un régimen “pero siempre vas a ser un ciudadano bajo la ocupación que tiene que obedecer unas normas. No te puedes salir de la línea rígida que te marcan”. Por eso, su esperanza es que se libere la zona y poder reunirse con su familia, en libertad. “Se necesita el apoyo de otros países y de la ONU”, reiteran ambos.
Cuando hablan de otros países, apuntan directamente a España. Igual que ellos, toda la comunidad saharaui denuncia el papel de nuestro país en este conflicto, ya que consideran que sigue siendo la potencia administradora “porque la descolonización no se hizo bajo la legalidad”, explican ambos. ¿Y qué hay detrás de esta situación? Entre las causas, Salamu y Farrah apuntan directamente al chantaje migratorio de Marruecos y al interés económico de muchas empresas españolas en la zona. El pueblo saharaui denuncia la explotación de recursos: fosfato, petróleo, pesca o gas natural. “España sigue teniendo la voz, no descolonizó el lugar”, insiste Salamu Chej.
Ellos, como el resto de niños saharauis, crecen desde que tienen uso de razón con la esperanza de ver a su pueblo liberado. Salamu y Farrah recuerdan cómo en la escuela les enseñan su historia y sus valores comunes. “Adquieres esos principios, esa lucha. El Sáhara no es un país violento, te dan una educación pacifista y valiente”, relata Salamu. Una defensa pacifista de sus derechos, un alto al fuego pactado, roto hace unas semanas. Pese a que ambos recuerdan una infancia feliz, reconocen que los campamentos de refugiados en los que crecieron son una zona sin recursos “en la que no se puede avanzar”.
Salamu y Farrah son dos de esos jóvenes en los que su único contacto con el resto del mundo se producía cada verano, cuando viajaban, en su caso, a Galicia. Desde aquí no dejan de lado el sueño que les han inculcado desde pequeños: que los saharauis recuperen el Sáhara, y convertirse así en ciudadanos de primera. Mientras, duermen con su bandera al lado.
Santiago. Salamu Chej tiene a parte de su familia en los campamentos de refugiados de Tinduf, en Argelia, a los que este país y las organizaciones de cooperación le proporcionan recursos para sobrevivir. En la otra parte, los territorios bajo la gestión marroquí, viven su hermano y sus sobrinas, a las que no conoce. Él nunca ha podido viajar a esa zona, y su máxima ilusión “es seguir formándome para poder ayudar a mi pueblo a salir de donde está”.
Él conserva muy viva la esperanza de que los saharauis recuperen el territorio que reclaman como propio, pero lo hace “con la impotencia de no poder hacer casi nada en este momento para ayudar a los que están sufriendo allí”. Él nunca ha podido ir a las zonas ocupadas, un proceso burocrático nada sencillo para alguien como él, a quien se le ha denegado la residencia en España y que lleva cuatro años intentando conseguir la tarjeta de apátrida. “Te encuentras en una especie de limbo legal”, explica Salamu.
Su idea pasa por, en un futuro, volver a su tierra, en la que se sienten como en casa. “No vienes con la idea de olvidarte de todo eso”, reitera Salamu. Vive entre Compostela y Rois mientras termina sus estudios en la USC.
Santiago. Farrah vino varios veranos a Rianxo con su familia de acogida, con la que reside actualmente. Su hermana también vive en Galicia, pero el resto de su familia está en los territorios ocupados, algo que le preocupa mucho. Él, en 2016, acudió allí y estuvo detenido una noche tras participar en una manifestación. “Todavía tengo secuelas de los golpes. Si no te posicionas, puedes estar tranquilo, pero si no ya sabes lo que te espera: cárcel y tortura”. Explica que él tuvo una relativa suerte “porque no era nadie para ellos, pero si eres demasiado activista, si te implicas demasiado, es muchísimo peor”.
Su futuro lo ve en España ya que no desea volver a las zonas ocupadas, desde donde cree que puede tener un altavoz para ayudar a la causa. Igual que Salamu, su situación legal tiene más incertezas que certezas. La tarjeta de residente continúa en trámite, “mientras, estoy recluido socialmente, puedo salir de España pero no podría volver a entrar”. Su situación fue diferente mientras estudiaba gestión administrativa, “ya que estás más amparado”. No niega que ve muy difícil la liberación del territorio saharaui, pero “hay que seguir luchando para conseguirla”.