El doble mandato del amor
SIEMPRE HAY entre nosotros personas más bien inclinadas a expresar directamente el amor a Dios, y otras que prefieren hacerlo más directamente hacia sus semejantes. En realidad, el uno y el otro precepto van juntos, o, si quieren más literalidad, las dos tablas de la Ley Mosaica incluyen, a continuación de los mandatos referentes a la adoración divina, los que tienen que ver de modo directo con el prójimo.
La 1ª lectura de la Misa de hoy sacada del libro del Éxodo, alude a una serie de preceptos que incluyen a los forasteros, a las viudas y a los huérfanos, prototipos de gente necesitada, y en general a cualquier pobre, pues está en una situación más indefensa que quien puede prestarle dinero. Si una persona explota a otra y esta clama al Señor, el Señor será vengador de su necesidad. Se incluyen en esos preceptos una serie de medidas encaminadas a evitar la usura e incluso a proteger a quien tiene que empeñar una pieza de ropa y quizás no tenga con qué cubrirse: quien la ha tomado en prenda, ha de devolvérsela antes de ponerse el sol. Si grita al Señor, Él le escuchará, pues el Señor es compasivo y misericordioso.
San Pablo se dirige a los Tesalonicenses y les recuerda cómo ellos acogieron la Palabra de los anunciadores del Evangelio, en medio de una inmensa alegría, fruto del Espíritu Santo. De ese modo se convirtieron en ejemplo para los que habitaban en Grecia y Macedonia. Su respuesta a la predicación de la Buena Noticia ha sido ejemplar, pues renunciaron a los ídolos para inclinarse hacia el Dios vivo y verdadero y esperar la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.
El Evangelio recoge la respuesta de Jesús a uno de los fariseos, quien, para ponerlo a prueba, le preguntó por el mandamiento más importante de la Ley. Jesús comenzó por el primero, concretamente “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma y con todo tu ser”. Sin embargo, aunque afirma que ese es el principal y primero, añade: “El segundo es semejante a él, y dice ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen los libros de la Ley y los de los Profetas.