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El mapa de Galicia

UN AMIGO Y COLEGA de caminatas estaba leyendo el libro sobre Domingo Fontán de Alberto Fortes y con tal motivo decidimos dar un paseo hasta el Gaiás para contemplar con calma su famoso mapa, la Carta Geométrica de Galicia, que está expuesto en el edificio que recibe su nombre. Y allí nos fuimos siguiendo el curso del río Sar desde Pontepedriña y subiendo luego el monte en medio de los abedules plantados hace poco. El mapa, impreso en París en 1845, es magnífico; de gran tamaño, realizado en una escala 1:100 000, colocó a Galicia a la vanguardia europea de la cartografía.

Fontán trabajó en este proyecto desde 1817 a 1834, logrando una hazaña intelectual y científica de primer orden. Con instrumentos modernos adquiridos en Francia e Inglaterra, y moviéndose con los limitados medios del momento, estableció una red geodésica que cubrió todo el territorio, incluyendo el norte de Portugal y el occidente de Asturias, León y Zamora. Se trata del típico proyecto ilustrado porque el mapa debía ser el punto de arranque del conocimiento científico de nuestro territorio y elemento fundamental de su desarrollo posterior.

Domingo Fontán había sido alumno de José Rodríguez, el matemático de Bermés, Lalín, profesor en Santiago y que viajó a París para ponerse al día en astronomía. Participó luego en la expedición de Arago para medir el arco del meridiano de Barcelona a Formentera, un trabajo relacionado con la introducción del sistema métrico. Rodríguez se encargó de la adquisición de los instrumentos que necesitaba Fontán, viajó también a Inglaterra y Alemania y trató al Abate Haüy que le proporcionó la extraordinaria colección de modelos cristalográficos que podemos admirar en el Museo de Historia Natural de Santiago situado en el parque de Vista Alegre y volvió a España para sufrir las represalias políticas que siguieron al trienio liberal.

Y así, comentando estos asuntos tan picheleiros de aquellos matemáticos nacidos en pleno S. XVIII, fuimos volviendo a la ciudad por Sar y Castrón Douro, dispuestos a encontrar una taberna acogedora en la que seguir la conversación y las remembranzas. El Santiago decimonónico es una fuente de sorpresas; el banquete de Conxo, las controversias darwinistas, los médicos innovadores y todo ello en una ciudad muy conservadora. Lo mismo que hoy, cuando de repente creemos oír al mismísimo Donoso Cortés en boca de algún personaje local. Así son las cosas. Pero en este punto yo quise recordar a Vicente Vázquez Queipo, nacido en Samos, y que vivió durante gran parte del S. XIX. También peregrinó a París y aprovechó el tiempo. Tenía la obsesión de fomentar el conocimiento y utilización de los logaritmos y para ello compiló una tabla de logaritmos con seis decimales que atravesó muchas décadas de uso: cuando a finales de los años 60 yo me iniciaba en estos asuntos era la que utilizábamos en clase, porque todavía no habían aparecido las calculadoras y obtener una raíz cúbica tenía su miga. Recuerdo aquellas tardes de invierno en los estudios vespertinos del colegio, en las que yo leía el prólogo del libro de Don Vicente y me transportaba a regiones etéreas; no

podía imaginarme que durante mi etapa de profesor iba a comprobar que para la mayoría de los alumnos los logaritmos eran un asunto misterioso, un arcano indescifrable. Alguna vez les llevaba a clase las tablas venerables y provocaba su estupor.

Recuerdo también a mi hermano pequeño decepcionado de que me hubiera comprado las tablas de logaritmos vulgares, o sea decimales, y no las de una posible superior categoría. Pero dejando a un lado las anécdotas me gustaría decir algo más. Galicia atraviesa un momento delicado; crisis demográfica, crisis del mundo rural y marinero, crisis industrial, crisis lingüística también.

Los jóvenes mejor formados se marchan a Madrid, Barcelona o cualquier país de Europa; seguramente la mayoría no volverá. Bien está cuidar al turista, enseñarle el románico y el barroco y facilitarle el consumo de pulpo, sahariano claro, y cerveza, pero también sería oportuno tratar de desarrollar otras iniciativas. En este país occidental, atlántico y algo brumoso, hay capacidad, inteligencia e imaginación; lo hemos demostrado. Atémonos al mástil de la nave para resistir el canto de las sirenas; no hay soluciones milagrosas: seamos fieles al espíritu ilustrado y generoso de aquellos científicos gallegos que supieron estar a la altura.

03 jul 2022 / 01:00
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