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En busca de la realidad perenne y soñada

Vamos perdiendo las cuentas y a veces, incluso, un poco de cordura o el punto de mira.

Entre bombardeo de cifras que suben y bajan, olas e oliñas que veñen e van, aniversarios y conmemoraciones (festivas y luctuosas, que de todo hay) previstas para ahora o para fechas que ni se vislumbran, se acumulan tantos números y eventos en el calendario que cuesta abrir la agenda sin dejarse abrumar.

Sumado a todo ello tanta dosis de información mal procesada y tal sobredosis de incertidumbre, fácil es caer en un continuo sinvivir.

Decía, lúcidamente, aunque frunciendo el ceño, un venerable empresario de los de antes, que pasó su vida haciendo números de memoria, sin mediar dedos de la mano, ni lápiz ni papel, ni artilugio alguno: dime qué buscas y echo cuentas de lo que sea, pero no me pongas a hacer números en el aire.

Se refería a esos ejercicios de memoria de interminables dígitos, de todos conocidos, que pretenden que se llegue al fin con la cifra precisa y, a poder ser, en el menor tiempo posible. Buen ejercicio, seguro, aunque hay que cogerle el gusto y que nos entre el gusanillo.

Lo ideal y lo real. Lo posible y lo probable. Entre esos mundos nos movemos. Mientras unos hacen cábalas, con mayor o menor fundamento, otros auguran un fin de era y una caída al precipicio de tal hondura que... ¡da paura!

El por-venir ocupa la mente sumándole gigas, megas y kilobytes que acaban saturando la memoria del más potente soporte digital... El resultado: bloqueo, limpieza, reseteo. O fin de la andadura, real y virtual.

¿Qué hacer? Por ejemplo, centrarse en el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado, siguiendo a V. Frankl. Como aquel anciano que atina con las cuentas reales, mientras que en las que se le antojan ideales, se pierde por verlas banales o ejercicio de malabares.

Vivir, esperar, confiar... Y ¿por qué no?, soñar. Como bien decía nuestra poetisa universal en Orillas del Sar: No importa que los sueños sean mentira, / ya que al cabo es verdad / que es venturoso el que soñando muere / infeliz el que vive sin soñar.

Se sueña a través de la mirada a los ojos de enfrente, más ahora que son lo poco que se nos ve. O del encuentro con la naturaleza. Ella, Rosalía, vivaz y observadora, nos ha dejado estampas memorables de lo uno y de lo otro.

Se sueña a través del cruce de palabras, de la conversación con quien aun viendo las cosas de otro modo nos convida al diálogo, a la reflexión, o a una oportuna limpieza o cambio de prismáticos.

Incluso se puede soñar, en su justa medida, practicando el denostado dolce far niente, ahora conocido en su versión holandesa como niksen o lo que es lo mismo, prestar atención, aunque sea momentáneamente, a algo que distrae el pensamiento, para aminorar el estrés y el agotamiento.

Y, por supuesto, se sueña, se viaja y se evade la mente a través de la lectura, del cine, de la música o del teatro. De todo lo que engloba la cultura, ese bien que, de un modo u otro, y en sus variopintas modalidades, está más al alcance que nunca.

Hora es de agradecer, en este sentido, las numerosas iniciativas que surgen sorteando mil obstáculos, en Santiago y en todas partes. Por citar lo más próximo: salas de exposiciones que nos remontan a la Galicia medieval en tiempos de Alfonso X o a la decimonónica Compostela que atrae la atención -para bien y para mal- de Dña. Emilia, la de Los Pazos de Ulloa... y de Meirás; recintos y auditorios que nos traen músicas de siempre o melodías transgresoras; o monumentales templos, como nuestra catedral, exposición siempre abierta y sorpresiva que, con sus tesoros y los paseos por las plazas y calles que la rodean, no tiene sinigual. Por cierto: ¿han reparado en el peculiar y centenario sonido de tanto abigarrado y bello campanario?

Somos caminantes y estamos como emigrantes en tierras desconocidas, buscando una nueva vida en un mundo hostil y ajeno a la realidad de la que partimos. Como gallegos bien sabemos que no parece sensato quedarse dormidos, bajo tormentas y furia de los mares, sin saber si se hunde el barco o, por contra, se atisba un buen puerto para el desembarco.

Viene a cuento, aunque el rótulo no parezca políticamente correcto, un poema erróneamente atribuido a Pablo Neruda. Se titula Queda Prohibido y, entre otras actitudes vedadas, señala: Queda prohibido no sonreír a los problemas, / no luchar por lo que quiero, / abandonarlo todo por tener miedo, / no convertir en realidad mis sueños (Alberto Cuervo Barrero)

Pues eso... y a por ello.

29 mar 2021 / 01:00
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