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En pro de la música en Compostela

Santiago Apóstol bien merece miles de tributos, en Compostela y en el mundo entero. Ha sido agasajado de modos y formatos de todos los estilos. Quizás, huelga decir que, a veces, con más devoción que inspiración.

Otros personajes, en estas fechas y en esta ciudad, cabe situarlos en el candelero, dedicarles unas letras, e incluso promover una ruta turística, tan en boga ahora, porque forman parte de un pasado que se hace constante presente.

José Ignacio Prieto (1900-1980) será para algún escolano un nombre conocido, pero a la mayoría ni les suena de soslayo. No era gallego, pero casi primo hermano: asturiano de Gijón. Su talento y su recuerdo perduran en nuestra catedral pues su música suena en fiestas solemnes como en las del pasado Día de Santiago.

Entregado a su vocación y misión de jesuita, compositor, organista y maestro, supo adaptar las directrices del Vaticano II a la música sacra en su propia producción, haciéndose eco de su difusión. Algo nada fácil, pues supone encajar el milenario canto gregoriano con la más sublime polifonía renacentista, sin obviar giros folklóricos o nacionalistas ni renunciar a la modernidad de los tiempos.

Estudió con grandes maestros, viajó por lejanas ciudades de Japón, dirigió la Schola Cantorum de Comillas, fue profesor del Instituto Pontificio de Música Sagrada, miembro del CSIC, de la Sociedad para la Renovación de la Música Religiosa, etc. A él se debe la incorporación de España y el país nipón al movimiento mundial Pueri Cantori. Ya, de vuelta de todo, aun dirigió la Coral de la Universidad Complutense de Madrid.

José López Calo (1922-2020), jesuita como él, amigo y conocedor de su vida y su trabajo, le dedicó algunas líneas lamentando su falta de proyección y poca fortuna en su valiosa labor. Lo mismo hicieron otros estudiosos, si bien todavía queda mucho que descubrir de él.

El P. Calo por los motivos citados y porque cada verano desde finales de los ‘80 dedicaba parte de su tiempo a los C.U.I. Música en Compostela es otro nombre que brilla por sí solo. Profesor de Musicología, tan enganchado estaba a su cita veraniega que se mantuvo activo y participativo en ellos hasta poco antes de fallecer.

Impartía cursos sobre aspectos técnicos del medievo y del barroco (paleografía de códices y pergaminos, el bajo continuo y su interpretación) y otros, aparentemente más banales, como el cuplé.

Rememorando esos cursos me resulta obligado citar a Enrique Jiménez (1946-2018), galeno apasionado por todo tipo de saber y, en especial, por los secretos del arte musical, algo que para él no era una afición (pese a afirmarlo) sino un amor que cultivó siempre y le inspiró historias y leyendas convertidas en relatos, plenos de sapiencia, no aptos para leer de corrido, sino para saborear distendidamente.

Cercano, humano y humanista, sensible y erudito -sin pedantería-, aun estando por encima de otros, ocupó un discreto plano, sin por eso ser alma y vida, tanto de sus valiosos violines como de esos cursos. Empeñado en tender puentes, tras su paso en su juventud por la Orquesta de la Capilla de la Catedral, vio cómo sus desvelos tuvieron fruto al levantarse el Auditorio y crearse la Orquesta de Santiago.

Junto a él, Antonio Iglesias (1918-2011), orensano memorable, pianista y compositor cuyas múltiples facetas y galardones son imposibles de resumir en dos líneas. Alentó cursos, festivales, concursos y todo lo que se terciase con tal de revalorizar nuestra música -a la española y no españolada- desconocida fuera y dentro de nuestro país. En su intento de huir del folclorismo imperante, no faltaba a su cita con Galicia pese a sus numerosos compromisos.

Y aquí me paro pues soy consciente de que ninguno de los mencionados está ya entre nosotros. Descansan escuchando el tañido de los ángeles, como no, de Compostela.

Esa ruta turística que pretendía esbozar es intrincada. Mientras la perfilo, al hilo de lo escrito, no me resisto a apuntar un lugar emblemático que a la que otros maestros ilustres, como J. Otero Túñez, dedicaron estudios y desvelos: la Iglesia de la Compañía o Iglesia de la Universidad, desde hace décadas convertida en sala de exposiciones y sede de la nueva Orquestra da Universidade de Santiago de Compostela.

Con ello cierro, o más bien abro un capítulo de la historia musical de esta ciudad, la impronta de los jesuitas en ella y la singular presencia del arte sonoro en esta universidad, esperando que S. Ignacio de Loyola, en su año jubilar, junto con la catedral y la institución universitaria que hoy asume la encomienda de ese recinto rebosante de reminiscencias de su pasado jesuítico, armonicen anhelos y proyectos en pro de la música en Compostela.

12 dic 2021 / 01:00
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