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Fiesta, música y ceremonia en el largo ‘Ferragosto’ compostelano

Tratándose de Compostela, en pleno mes de agosto, momento en el que se celebran dos grandes solemnidades como son la Asunción y San Roque, y al margen de consideraciones de índole litúrgica o de otro tipo que reservamos para que eruditos en cuestiones de esa naturaleza se pronuncien, cabe preguntarse: ¿Cómo andan de música estas dos festividades en Santiago?... pues ya se sabe que no hay fiesta sin música: ambos conceptos, junto con el de ceremonia, van unidos de la mano... La respuesta, a priori y sin más ambages, cabría suponer que debería ser: “Pues... ¡por todo lo alto!”.

Motivos hay, o eso se ve de entrada: en parte por ser la ‘Asunción’ una solemnidad de incuestionable relevancia en el ámbito católico (universal) y, en parte, por ser la otra una fiesta local, nada más y nada menos, que del patrono de la ciudad... Conmemorándose, además, para más inri, en el mes más festivo del año, en el que la música suena por todas las esquinas, cae de cajón suponer un florecimiento musical entorno a ellas... Es el momento también en el que intentan “hacer su agosto” las orquestas, bandas, charangas y demás agrupaciones similares de carácter popular. Ergo, ante estas coordenadas se refuerza la sospecha de que, en el ámbito de la llamada ‘música culta y/o religiosa, tuvo  –y tiene– que darse la misma o parecida simetría. Pero, como la historia es caprichosa y tiene sus cauces, tras esa primera impresión aparentemente lógica, se puede decir que tal sospecha no deja de ser más que una simple quimera. Los hechos demuestran más bien lo contrario.

rebuscando en la memoria... y, por qué no decirlo, en no pocos archivos y bibliotecas de Compostela para llegar hasta donde la memoria no alcanza, con cierto desconcierto inicial pero con los datos en la mano, hay que decir que ‘música’, lo que se dice música dedicada a estas dos grandes conmemoraciones no hay apenas..., que se sepa de momento. No es que hayan sido fiestas sin armonías sonoras, pero lo que sí parece decirnos la historia con esta callada por respuesta es que la música compuesta ‘expresamente’ para estas fiestas, ha sido muy poca..., tan poca, que sobran los dedos de una mano para mencionarla.

Basta echar un vistazo a los fondos de la que ha sido la gran ‘fábrica’ de la música de esta ciudad: la Catedral. De ahí o de su entorno salían las piezas que resonaban en el resto de la urbe, lo mismo que una buena parte de los músicos que hacían eso posible. Entre sus fondos musicales solamente están catalogadas apenas un par de obras para la ocasión: una pieza sin datar, Sube María triunfante de Buono Chiodi (1728- 1783), recitado y aria de alto a la Asunción; y otra fechada en 1855, “Pues médico eres divino”, gozos a san Roque, de Juan Trallero (1817- 1891).

Aun rastreando otros archivos compostelanos, en un intento de hacer acopio en pro de tan escaso patrimonio musical referente a tan señaladas fiestas, no hallamos mayor ni mejor ventura. Nada hay –o parece haber– en los archivos de los monasterios de S. Paio de Antealtares, ni tampoco en el de San Martín Pinario... por citar los dos centros con más arraigo musical y cercanos a la propia Catedral.

Ese dato sorprende no poco. Sin embargo, como para todo hay un porqué, si se repara en los entresijos o intríngulis de la Historia, quizás encontremos razones que justifiquen, mitiguen o maticen tal fiasco...

Por una parte, es sabido que agosto viene precedido de un mes que, además de ser tan festivo como él, destaca por la celebración de las fiestas de Santiago Apóstol. Tras esa solemnidad no desaparece la música, obviamente, porque esta sigue cumpliendo una función fundamental, dentro y fuera del epicentro de la Catedral, pero... ya no es lo mismo. Cambian las circunstancias y los espacios o escenarios, aunque no así muchos de sus “actores”.

Por otra parte, cabe señalar que los músicos de la propia Catedral, junto a otros cuyos nombres no han quedado registrados en los libros, durante ciertos períodos del año, y especialmente en verano (desde junio en adelante) se multiplicaban para abarcar y sacar rentabilidad de lo que podían hacer en otros ámbitos externos a la Catedral, logrando combinar su quehacer en el ámbito de la música sacra con el de la música popular. Sus obligaciones con el templo catedralicio, como miembros de la “capilla de música” y trabajadores “dependientes” de la misma (así se les cita en los documentos) se diluían un tanto y pasaban a desempeñar otras funciones en lugares dispersos de Santiago, previo permiso otorgado por acuerdo capitular, a requerimiento, normalmente, de los numerosos conventos y monasterios de Compostela, pues estas instituciones, desafortunadamente, no podían sostener una plantilla musical ni de lejos parangonable a la de la Catedral.

La capilla de música –en su totalidad, o de modo parcial– intervenía, por tanto, durante todo el año en ciertas novenas, procesiones, rogativas... y también en profesiones de monjas y religiosos y en otros eventos extraordinarios fuera del recinto catedralicio. Estaban presentes, por ejemplo, en la función de Nuestra Señora del Carmen en el convento de la Enseñanza, en la celebración de la Asunción en el Colegio de la Huérfanas, o en la conmemoración de la Virgen del Portal en el convento de las Dominicas de Belvís, por citar tres fiestas de los meses de julio, agosto y septiembre. Las solemnidades del 15 y 16 de agosto se celebraban en la Colegiata de Santa María del Sar y hasta allí iban –extramuros– esos músicos, además de bandas y charangas populares de Santiago y alrededores.

Las ganancias que obtenían esos músicos “dependientes” de la Catedral posiblemente pasasen, en parte, a los fondos de la misma ya que, no en vano, la representaban con todo lo que eso suponía: prestigio, reputación, poder... y, en parte, se las repartían entre los músicos participantes, si fuese el caso de que no acudiesen como un ente corporativo, lo que solía generar entre ellos no pocas disputas... Realmente, como individuos de la “capilla de música”, tenían estipulados los estipendios en el Reglamento de la Catedral, pero cuando adquirieron mayor libertad de movimientos, cada cual miraba por sus intereses.

Por si fuera poco, y aunque les estaba totalmente prohibido, algunos de estos músicos hacían su ‘agosto’, dejando literalmente ‘colgada’ a la Catedral, al escaparse clandestinamente para participar en funciones de otras villas y pueblos de Galicia, e incluso del vecino Portugal... y más desde que se implantó la ópera (ca. 1768) en estos lares. Con todo, y aun siendo severamente reprendidos por conductas tan subversivas (llegándose incluso a su despido inmediato...), siempre que el cabildo lograra enterarse –algo casi inevitable en un pueblo tan pequeño– con esas escapadas lograban pagar la multa y, a mayores, sacar todavía pingües beneficios. Es decir, el riesgo, les compensaba con creces.

En cuanto a las ganancias, resulta llamativo –aunque comprensible en cierto modo– saber que los músicos extranjeros (con mucho italiano de por medio y algún que otro francés) cobraban mucho más –casi el doble– que los “nacionales”, sin crearse fricción alguna entre ellos. El simple hecho de tener un apellido acabado en ‘Yni’, como jocosamente señalaba Antonio Cernadas de Castro, era un plus de garantía y un aval para triunfar y tener una consideración –bien merecida– que otros no tenían. Así escribía en 1773 el citado Cura de Fruime al referirse con sorna a la reforma de los estudios universitarios en aquella época: “Monsiur Reynaldi, Monsiur Pichini, y otros acabados en Yni, logran con sus lecciones de Conciertos, Minuetes y Sonatas, un aumento de congrua, sobre la que gozan ya por su Capilla, que vale más que las Leyes, las Señoras Teologías, los Concilios, y otras Historias, que piden tanto cultivo, tanto estudio y tanto afán”.

Hay que tener en cuenta que en Santiago no existía más que el amparo y mecenazgo (si se le puede llamar así) de la Catedral. Por mucho que arañemos en su pasado, no hallamos ni una aristocracia asentada en la ciudad, ni una burguesía capaz de sostener un nivel de vida –y de cultura– equiparable al de otros lugares.

A lo sumo –al margen de sus conventos y monasterios– solo algunos canónigos y “señores” de la ciudad podían permitirse el lujo de organizar pequeños “festines” y “saraos” en ocasiones puntuales y con restricciones, con presencia de músicos de la Catedral. Pero no hacían uso de una gran orquesta ni tampoco exigían un repertorio de excepción... entre otras razones porque no eran grandes melómanos y para ellos la música cumplía más una labor social que cultural. A no mucha distancia, la ciudad herculina, con una sociedad más liberal y abierta al mundo, se llevaba la palma en este aspecto, sobre todo tras su despegue a comienzos del s.XIX.

Algunas obras de Beethoven, por poner un ejemplo, apenas tardaban nada en introducirse en los salones privados de muchos coruñeses. En Santiago, algo así, era impensable entonces.

¡No hay fiesta sin música!... aunque no siempre del modo que creemos más razonable. La Asunción, en Compostela, la ha tenido y la tiene..., aunque no sea específicamente la que parece requerir tal solemnidad. De la celebración de San Roque y ‘su’ música, poco se sabe, aunque a día de hoy aún vibra en su festividad..., aunque sea con una partitura ‘importada’, pues se trata de un ‘Himno’ compuesto por el organista y maestro de capilla catalán Domenèc Mas i Serracant (Barcelona 1866-1944), compositor de cierto relieve aunque apenas conocido.

Al hilo de lo aquí escrito: ¿no es hora de que se componga ‘algo’ expresamente destinado para estas dos fiestas con tanto arraigo en Compostela? Se llenaría así un notorio vacío ‘histórico’... al tiempo que habría de antemano un público entregado a la causa (el local y el de cientos de peregrinos y turistas que visitan Santiago en el Ferragosto), al menos en o para la primicia del estreno... Luego ya la Historia se encargará de poner a prueba la maestría y perdurabilidad de esa música... que, ojalá sea ad multus annos.

11 ago 2020 / 00:15
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