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Garitas y el omnipresente monte Gurugú

DECÍA JOPSEP PLA que nunca había pasado tanto frío en su vida como cuando vivió en su juventud en alguna de aquellas pensiones barcelonesas de la época. Al otro lado del Mediterráneo yo recuerdo también el frío siniestro de las garitas de Melilla. Ahora que lo pienso aquello no pudo durar mucho, el final del otoño y medio invierno, pero se quedó clavado en mi cerebro como algo brutal. Daba igual envolverse en camisetas, camisas, jersey, capote y todo tipo de prendas reglamentarias: aquello era insufrible.

El peor momento eran las horas previas al amanecer cuando uno ya no sentía los pies. Yo era de los que miraban casi más para dentro del cuartel que hacia fuera; al fin y al cabo los tiempos eran tranquilos y no se esperaban sorpresas. Cuando cesó el frío uno podía disfrutar de las gaviotas y a veces del canto del muecín y entonces las dos horas se hacían llevaderas y hasta placenteras. Podía decirse con el verso feliz del poeta catalán Salvat-Papasseit que uno contemplaba la vida ‘con la mirada lenta del vigía distraído’.

Y así, al cabo de unos meses, me despedí de las garitas y del omnipresente monte Gurugú. Yo había llegado hasta allí con muy vagos conocimientos de la presencia española en el norte de África y durante mi estancia fui leyendo cosas. Luego seguí con esa querencia; los libros de Sender, Barea y otros que lo vivieron y también algo de literatura histórica de tipo académico, hasta hacerme una idea más o menos cabal de lo que allí había ocurrido.

Lo que pasó en Marruecos fue tremendo. Un estado anémico despojado de sus colonias de Cuba y Filipinas se aferra a un rincón de tierra que le ceden las potencias europeas para no pelearse entre ellas; una tierra poblada por unas tribus empobrecidas y levantiscas y que no alcanzaba la superficie de Galicia. Allí entierra un ejército lleno de jefes y oficiales, mal pertrechado y mandado, y corrupto hasta la médula como demostró en su momento el informe Picasso, que desapareció oportunamente tras el golpe de Primo de Rivera. Y pasó lo que tenía que pasar, el desastre de Annual cuyo centenario se celebró el año pasado sin pena ni gloria; ya nadie se acuerda de Silvestre y Abd-el -Krim.

Los hechos de Marruecos fueron importantes por dos razones: por la agitación continua que provocó en la política y en la sociedad española aquella herida permanente y también por su contribución a la configuración de un ejército colonial, profundamente reaccionario y que fue un apoyo decisivo para el franquismo triunfante.

Pero estábamos hablando de garitas. Afortunadamente yo las frecuentaba muchos años después de aquel fatídico 1921 y pasar algo de frío no era algo que no se pudiera compensar con un vaso de jumilla o un té con menta en alguno de aquellos cafetines algo desolados que solía visitar de vez en cuando. Y además una garita con fecha de caducidad no deja de ser una fruslería.

Un escritor italiano Dino Buzzati, escribió un libro extraordinario sobre estos asuntos de centinelas y fortalezas, El desierto de los tártaros, que puede ser considerado como una metáfora de la vida. Si lo hubiera leído entonces habría comprendido antes ciertas cosas importantes. Pero en aquella ciudad extraña, llena de soldados de todas las armas imaginables, que vestían los uniformes más variopintos, bastante tenía uno con dejar fluir el tiempo y esperar el barco para darle el adiós definitivo.

Pero para ser justos hay que decir que el Informe Picasso se presentó en Melilla en octubre del año pasado. Bienvenido sea, aunque el viaje haya sido lento. Y también debería dejar constancia de los hermosos edificios modernistas que adornan la ciudad, ciudad en la que se escucha el español y el árabe o el chelja de los bereberes y el francés. Claro que en aquellos años en Melilla un soldado raso se pasaba el día saludando y esquivando a la policía militar que tenía una extraña fijación en el brillo de las botas de los reclutas y otras minucias del uniforme. Un día, ya en Santiago, me sorprendí a mí mismo esquivando en el Franco a una de aquellas parejas de mal recuerdo: a la altura del Submarino salí disparado hacia la Rúa do Vilar en un movimiento puramente instintivo. Cosas de la juventud, divino tesoro.

16 may 2022 / 00:00
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