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Críos con autismo, hiperactividad o problemas de movilidad acuden semanalmente a la escuela // Las clases son para algunos como una sesión de rehabilitación TEXTO Andrea Oca

“Hay un vínculo especial entre los caballos y los niños con dificultades”

Un polo de color azul marino, con una silueta de un caballo trazada en blanco, acompañada de la figura de un niño sentado en una silla de ruedas. Debajo, también en letras blancas, en minúscula, se puede leer hípica la lagunita. Un simple logo resume a la perfección qué hay detrás de este lugar situado a pocos metros de la carretera nacional, en San Marcos, en el que la calma y el aire fresco son también protagonistas.

Esta no es una escuela de equitación al uso. Aunque se imparten clases dirigidas al público general, tanto niños como adultos, una de sus facetas que los hace especiales, y que su logo resume a la perfección. Caballos como Buga o Tody ayudan a niños con problemas del espectro autista, o con hiperactividad; y también a aquellos que tienen dificultades físicas para moverse como el resto. “Es muy satisfactorio ver la evolución de los niños”, explica Patricia Rey, una de las monitores. A su lado, algo más tímida, está la persona que dio vida a la escuela, Requina Jaleb Martínez, a la que todos llaman cariñosamente Minchy.

La forma de trabajar es distinta según las necesidades de cada niño. En aquellos que tienen, por ejemplo, autismo, es el caballo el que realiza el primer acercamiento. “Los caballos nos dan pie a nosotras para acercarnos al niño, es más fácil que el caballo consiga acercarse a ellos que nosotras. A raíz de que el niño coge curiosidad, toca al caballo, lo mira, pues vamos trabajando”, explican las monitoras.

Es en estas ocasiones cuando se crea un vínculo más especial entre los caballos y los aprendices. Tanto que los caballos son capaces de detectar los cambios en el estado de ánimo, o cualquier sensación rara en el niño que está montando. “Si van andando, se paran en seco, como diciendo, aquí pasa algo. Notan quiénes necesitan más ayuda”, cuenta Patricia.

Los niños con dificultades motoras requieren una atención más minuciosa. En muchos casos se realiza monta gemelar, con un monitor que se sube al caballo con el alumno. Asimismo, otro monitor acompaña al caballo para vigilar que sigue un paso estable. “Esta monta adaptada se hace con caballos concretos, que tengan siempre el mismo ritmo y con materiales especializados”, cuentan desde La Lagunita. Los niños con problemas de movimiento viven casi una sesión de fisioterapia o de rehabilitación cuando montan sobre el caballo. El movimiento del animal, su calor corporal, hace que los músculos del niño se vayan calentando y vayan estirando. En esos casos, no se usa silla para que el contacto sea más directo. Esto se transforma en más elasticidad y más fuerza para los niños. A la larga, experimentan una gran mejoría de las dolencias que padecen.

“Es más que un trabajo. Creamos un ambiente familiar, somos una piña. Es muy satisfactorio ver la evolución de los niños”, explican Minchy y Patricia. Algo que pudieron comprobar de primera mano en el confinamiento, cuando tenían que mandar vídeos a diario de los caballos, a los que alimentaban y sacaban a diario, a todos los alumnos de la escuela. “Nos preguntaban todo el rato por los caballos”, recuerdan.

Uno de sus principales objetivos es que los niños se sientan lo más independientes posibles, que sientan que pueden manejar al caballo por ellos mismos. Algo que también refuerza su autoestima, y favorece su buena evolución. “Con nuestro logo ya dejamos claro el espíritu que tenemos. Somos una piña”, concluyen. Aunque a veces hay peleas entre los niños: “Todos quieren a Tody, el caballo blanco y negro”, comentan. Que nadie se preocupe: porque Pitufo, Fenella o Pepsi están deseando conocer nuevos amigos.

19 oct 2020 / 00:00
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