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|| leña al mono, que es de goma ||

La Catedral, Proust y las magdalenas

MUCHOS NIÑOS de la EGB pasábamos largas horas construyendo vistosas fortificaciones con aquel juego que se llamaba Exin Castillos. Por lo general eran obras siempre inconclusas, porque tu madre llegaba en cualquier momento y recogía sin ninguna consideración las fichas que habías dejado dispersas por toda la casa, así que el reto fundamental consistía en acabar la construcción de un torreón o de una almena antes de la hora de comer, que es cuando había que levantar el chiringuito y despejar la mesa de la cocina o del salón.

En aquellos momentos de gran creatividad arquitectónica también era habitual escuchar a tu padre jurando en arameo tras haberse roto la crisma al pisar alguna ficha del mecano, que parecían haber sido diseñadas exprofeso para provocar resbalones de graves consecuencias para la osamenta, y a veces te caía una buena bronca por haber dejado las peligrosas piezas tiradas por el suelo. Uf, qué carácter más poco tolerante tenían aquellos progenitores anteriores al BUP.

En realidad, a algunos nos importaba un comino concluir o no el castillo, porque lo único que nos interesaba era dar forma a un par de torreones para colocar en la cima una especie de fantasmillas de plástico que formaban parte del juego. Medían apenas un par de centímetros y se perdían con mucha facilidad debajo de los muebles, pero eran los que verdaderamente daban algo de salero a la fortaleza con su cara deformada y su pinta de zombis envueltos en una sábana blanca.

Y bien, ¿a santo de qué viene esta parida sobre fortalezas y monigotes? Tan solo a que algunos zumbaos no podemos evitar recordar el Exin Castillos de marras cada vez que pasamos por delante de la restaurada Catedral de Santiago, cuyas piedras parecen haber sido lavadas con Perlan y semejan aquellas fichas relucientes que tantas habilidades nos ayudaron a desarrollar a los infantes con inquietudes constructivas (alguna cursilada por el estilo soltarían los pedagogos de nuevo cuño).

CUTRERÍO ESPANTOSO. Cierto es que dicha traslación temporal es de un cutrerío espantoso si la comparamos con la que experimentó Proust delante de una magdalena, pero el resultado viene a ser el mismo. El afamado escritor francés, al oler y mojar el pastelillo recién horneado en una taza de té, se vio de forma inconsciente autotransportado hasta el periodo más feliz de su niñez para revivir con un gran realismo sus placenteros sábados por la mañana en la casa de su tía, mientras que los juntaletras actuales, menos exquisitos, al contemplar la fachada catedralicia del Obradoiro nos vemos de nuevo encajando piezas de plástico sobre la mesa de un salón con vistas a un amplio patio de manzana. La diferencia más importante es que el autor de En busca del tiempo perdido viajaba con la mente al pasado a través de un desencadenante agradable, la dichosa magdalena mojada en té, mientras que los avezados constructores de castillos aún no tenemos muy claro si la nueva Catedral nos gusta o no. Decimos que sí, que qué limpia ha quedado y tal, pero en el fondo sentimos lo mismo que cuando al dueño de nuestro pub preferido le da por cambiar las viejas mesas de madera por otras de diseño, donde la cerveza sabe diferente, y los cuadros oscuros por cartelones luminosos. O cuando tu abuela va a hacerse unos arreglillos estéticos y al volver a casa piensas que la inquilina del sexto se ha confundido de piso.

-¿Qué deseas, estimada convecina?

-Soy tu abuela, imbécil.

-Ah, pues pareces Miss Botox.

LIFTING NECESARIO. La Catedral, sería de necios negarlo, ha quedado magnífica y su restauración no se ha limitado, ni mucho menos, a limpiar las piedras exteriores para quitarles la roña y la maraña de vegetación invasiva. Además, el complejo lifting era totalmente necesario con el fin de frenar unas humedades que estaban arruinando áreas de gran valor histórico, por no hablar del excelente trabajo de rehabilitación que se ha llevado a cabo en el Pórtico de la Gloria, en la rejería del Obradoiro o en todo el interior de la basílica.

Pese a todo, permitidnos a los frikis decadentes y renqueantes seguir contemplando con placer autodestructivo las piedras mohosas de las iglesias de pueblo, los canalones ennegrecidos, los tejados neblinosos y los torreones plagados de fantasmas del tiempo perdido. Y disfrutar también de los pubs húmedos con maderas apolilladas, de los amplificadores de válvulas y de las viejas jukebox en las que sonaba Leonard Cohen.

En cuanto al admirado Proust, tan solo decirle que los bollos se mojan en café, nunca en té. Y que los churros, aunque menos finolis, están mucho más ricos que las magdalenas.

04 jul 2021 / 01:00
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