La luz del Espíritu Santo

LAS PERSONAS, que intentamos comunicarnos con otras, nos preocupamos de tener la mente lúcida, para decir lo que procede. Los que además somos creyentes, nos dirigimos a Jesús como la luz que nos ilumina. Antes de afrontar su pasión y muerte, les dijo Jesús a los Doce que no los dejaba solos, sino que les enviaría el Espíritu Santo, para que los acompañara. Les dijo incluso que, en los momentos de persecución, no necesitaban pensar las respuestas que habían de dar, pues el Espíritu Santo les sugeriría lo que habían de decir.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana refiere la discusión de Pablo y Bernabé con unos judíos que intentaban mantener el cumplimiento de la ley mosaica como necesario para la salvación. Entonces Pablo y Bernabé acuden a Jerusalén, para consultarlo con los Apóstoles. Estos, reunidos en Concilio, deciden como respuesta suya, bajo la luz del Espíritu Santo, que solo han de evitar el contaminarse con la idolatría, el beber la sangre (se consideraba que en ella estaba la vida, y esta se debía solo a Dios) y la impureza.

El libro del Apocalipsis muestra la visión de Juan: en este caso contempló la Jerusalén celestial, portadora de la gloria de Dios. En su muralla había doce puertas, y en ellas grabados doce nombres, correspondientes a las doce tribus de Israel. La muralla tenía doce cimientos, con los nombres de los Doce Apóstoles del Cordero. El templo de la ciudad era el propio Dios, y la ciudad estaba iluminada por la gloria de Dios, y por su lámpara, que era el Cordero.

El Evangelio se refiere al amor hacia Jesús, que conduce a custodiar su palabra. A quien eso hace, el Padre le amará, de suerte que la Trinidad entera vendrá a habitar en esa persona, y a permanecer en ella. Todo lo que Jesús les ha ido diciendo, se lo recordará el Espíritu Santo, que les enviará el Padre en su nombre. Así gozarán de su paz, una paz distinta de la que ofrece el mundo.