Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

La venera, el Camino de Santiago
y la cultura material jacobea

    El descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago de Zebedeo en el finibusterre ibérico a comienzos de la novena centuria alcanzó pronto una expansión ultrapirenaica, como se constata en fuentes documentales como el «Martirologio» de Usuardo de Saint-Germain [redactado en el siglo noveno] o acontecimientos históricos como el peregrinaje del obispo aquitano Gotescalco de Le Puy-en-Velay a mediados del siglo décimo.

    Con el transcurso de las décadas, se observa una progresión geométrica en la difusión ultramontana de la devoción santiaguista, como se evidencia cuando, en el año 1072, el rey Alfonso VI de Castilla eximía del abono del portazgo de Valcárcel a los romeros “ad Sanctum Jacobum” oriundos de tierras hispanas, italianas, francas y germanas. Sin duda, como se acredita en las páginas de la «Historia Compostelana» y el «Liber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus», a la altura del siglo XII, las peregrinaciones al santuario de Santiago en Compostela ya estaban dotadas de una dimensión europea manifiesta y consolidada, que se irá extendiendo velozmente a norte, sur y este en las siguientes centurias, apoyándose en unas redes camineras y rutas marítimas antiguas, provistas ahora de una nueva semántica, surgida de y asociada a la espiritualidad jacobea.

    En este momento, se documenta en Compostela una práctica atestiguada en los grandes santuarios del Oriente cristiano desde la Antigüedad Tardía: el surgimiento de una cultura material vinculada a la devoción a Santiago de Zedebeo en el contexto histórico del florecimiento de la religiosidad popular en la Europa medieval. Como acontecía con la palma en Jerusalén, se va confiriendo a la venera una semántica sacra, relacionada con el culto santiaguista y el peregrinaje jacobeo, del cual se acaba convirtiendo en emblema y testimonio.

    Según y conforme el «Liber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus», “[...] los peregrinos que vienen de Jerusalén traen las palmas, así los que regresan del santuario de Santiago traen las conchas. Pues bien, la palma significa el triunfo, la concha significa las obras buenas. Así como los vencedores al volver de la batalla solían en otro tiempo agitar las palmas en sus manos, mostrando que habían triunfado, así los peregrinos que vienen de Jerusalén traen las palmas, mostrando que han mortificado sus vicios. Pues los que se embriagan, los deshonestos, los avaros, los ambiciosos, los litigiosos, los usureros, los lujuriosos, los adúlteros o los demás viciosos, puesto que aún están en la guerra de los vicios, no deben traer la palma, sino los que vencieron completamente los vicios y se unieron a las virtudes. Pues hay unos mariscos en el mar próximo a Santiago, a los que el vulgo llama “vieiras”, que tienen dos corazas, una por cada lado, entre las cuales, como entre dos tejuelas, se oculta el molusco parecido a una ostra. Tales conchas están labradas como los dedos de la mano y las llaman los provenzales “nidulas” y los franceses “crusillas”, y al regresar los peregrinos del santuario de Santiago las prenden en las capas para la gloria del Apóstol, y en recuerdo de él y señal de tan largo viaje, las traen a su morada con gran regocijo. La especie de corazas con que el marisco se defiende, significan los preceptos de la caridad, con que quien debidamente los lleva debe defenderse, esto es: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”.

    La multiplicación del número de romeros se tradujo en el incremento de su demanda, emergiendo entonces un sector artesanal y comercial especializado en la fabricación y venta de una serie de artefactos portables, fundamentalmente insignias con forma de venera o imágenes del apóstol de Galilea, confeccionadas en azabache o metal, que asumen su significatividad como “signum peregrinorum”, es decir, como signo distintivo de los peregrinos a Santiago de Compostela, una condición socialmente reconocible en sus comunidades de origen. Este hecho, unido al otorgamiento popular de determinadas capacidades apotropaicas, profilácticas y psicopómpicas, favoreció su rápida difusión en el Occidente de Europa a través del Camino de Santiago.

    Sobre la impronta de los “concheiros” en la economía y sociedad del núcleo urbano jacobeo, se conservan tres interesantes testimonios datados en el transcurso del siglo XIII. Así, en el año 1200 se registra un centenar de “uices concharium” o vendedores de conchas en Compostela, cien “vices conchariorum” evidenciados nuevamente en el año 1230, que recibían el amparo del papa Gregorio X en el año 1272, asociando la producción de “signa beati Jacobi que “conche” uulgariter appellantur” a la “ciuitate compostellana”.

    Hasta ahora, las fuentes arqueológicas y diplomáticas han mostrado la presencia de estas reliquias de contacto en áreas de España, Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Reino Unido, en donde se utilizaban como instrumentos de protección individual [se cosían a las prendas de vestir, en los libros de oraciones, en las mortajas, etcétera], familiar [se colocaban en altares domésticos, se añadían a los cimientos de hogares y establos, se infusionaban, empleándose el agua en bebidas o abluciones, etcétera] y comunitaria [se lanzaban a los cursos fluviales, se incluían en las coladas de las campanas de las iglesias, etcétera].

    Sin embargo, los movimientos religiosos reformados de la Europa central y nórdica consideraron que estas acciones relacionadas con las supuestas virtudes taumatúrgicas de estas insignias, transformadas en amuletos, banalizadas y sexualizadas, eran censurables prácticas supersticiosas que debían ser depuradas. En este sentido, estas enseñas vinculadas a la cultura material de las peregrinaciones fueron desapareciendo en el transcurso del siglo XVI, aflorando las medallas religiosas en el ámbito católico como artefacto substituto, más acorde con la doctrina devocional emanada del Concilio de Trento. Además, en el caso concreto de Santiago de Compostela, comienza a generalizarse el recurso a un certificado acreditativo conocido como “La Compostela”, que se convertía en el nuevo “signum peregrinorum” jacobeo.

    A grandes rasgos, este estado de cosas se mantuvo hasta el último cuarto del siglo XIX. En síntesis, entre los años 1879 y 1884, se redescubrieron los restos del apóstol Santiago de Zebedeo [ocultos desde la segunda mitad del siglo XVI] y se reinstauraron formalmente los peregrinajes a la basílica de Santiago de Compostela. Sin embargo, ambos acontecimientos acaecieron en unas coordenadas históricas y religiosas “modernas”, surgidas con las apariciones marianas en Lourdes. Su éxito como centro de peregrinación sirvió de fuente de inspiración a las autoridades eclesiásticas santiaguistas, que intentaron implementar las innovaciones formuladas en el ámbito de la mercadotecnia en el santuario compostelano.

    Desde entonces, se asiste a una gradual y constante dinámica de “souvenirización”, en la cual el antaño artefacto sacralizado ha sufrido un proceso de resemantización y se ha transformado en un “recuerdo”, en una nueva “reliquia” secularizada, integrada en la cultura material vinculada a la espiritualidad jacobea e impregnada de significados asociados a nuevas realidades socioeconómicas [como la consolidación de la clase media y la sociedad de consumo] o nuevas prácticas [como la universalización del turismo de masas y la “turistización” del Camino de Santiago]. ¡Ultreia et Suseia!

    26 dic 2022 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.