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Libros

A LO LARGO DE ESTOS ÚLTIMOS MESES DE CONFINAMIENTO más o menos estricto he frecuentado mi biblioteca personal, ordenando, purgando, reordenando. Y cada vez me viene a la mente la pregunta inevitable, ¿y todo esto dónde acabará?

La historia comienza hacia 1960, como tantas otras cosas, un niño de clase media que lee tebeos y más tarde las aventuras de Tintín y luego las de Guillermo y las novelas de Julio Verne, Karl May o Enid Blyton hasta que llega a Baroja y penetra en la literatura. Una trayectoria típica de un medio social y de un tiempo. Empezó entonces una ronda inacabable por las librerías de la ciudad, que aparecían o cerraban: González, Follas Novas, Carballal, Galí, Aerno, Abraxas, Universitas, Gallaecia, Follas Vellas y alguna otra que se me queda en el tintero.

Pero el asunto es que ahora me encuentro con un par de miles de libros y me empiezan a asaltar las dudas. Uno de mis hijos ha dado muestras de ciertas aficiones y podría ser que aceptara una parte de los volúmenes, pero por ahora carece del sitio adecuado para ubicarlos. Y a todo esto, pienso aliviado, desde hace años tengo un libro electrónico y canalizo ahí las compras de libros ‘gordos’ que me resultan así más manejables y liberan espacio.

He pensado en varias posibles soluciones: hacer un escrutinio radical y reducirlos a la mitad, seleccionar doscientos como irrenunciables y buscarles un mueble ad hoc preparado para un posible traslado. Como era previsible no he decidido nada y todo sigue igual, lo que por otra parte tampoco es que sea un drama. Sí, son malos tiempos para las bibliotecas.

Recuerdo que ya hace algunos años revolviendo en una tienda de libros de ocasión me encontré con un montón de textos de matemáticas de un catedrático recién fallecido. Más recientemente he visto negocios en los que compran libros al peso, digamos 50 céntimos por volumen, y luego los venden un poco más caros. En cualquier caso, me digo, somos contingentes y nuestra biblioteca se va con nosotros. Así tiene que ser. Por supuesto que ni se me ha ocurrido pensar en donarlos a algún centro público, en todas partes se deshacen de ellos, ni irlos dejando en los bancos, como Pulgarcito, porque no creo demasiado en esas soluciones poéticas.

Así que por lo de ahora será mejor disfrutarlos y de ahí surgen la reordenación, el agrupamiento temático, los caprichos personales en suma.

Veo el rincón de Flaubert y el de la novela rusa. Ahí está la pulsión del XIX, que tiene también el rincón de Eça de Queirós: libros comprados en muchos viajes a Portugal, antes de que descubriera por casualidad que se podía adquirir la obra completa en edición electrónica por dos euros de vellón. Claro que esas obras completas no incluyen las biografías, las rutas lisboetas o un diccionario específico dedicado al autor.

Y así otros rincones, el de historia, el del pensamiento político y los ensayos, el de temas científicos, el de los autores clásicos y muchas novelas, revueltas en un caos más o menos controlado; aunque hay veces que no soy capaz de encontrar un libro que creo tener. Además todo lector tiene debilidades particulares y yo también: libros de Josep Pla, de Julio Caro, de exploradores polares y otros viajeros, de algunos poetas.

Ahora que lo pienso el valor de esta biblioteca es escaso. No hay ediciones de época y apenas algún libro dedicado por su autor. Lo único que me ha interesado es el texto, el puro texto, y que el libro no estuviera muy deteriorado. Quizá sea una idea un tanto reduccionista; es posible.

De esta forma he llegado a 2021. Veo ahora que las cosas van por otro camino. Si necesito un libro podré descargarlo de alguna plataforma digital por una mínima cantidad. Seguramente ese es el futuro a corto plazo, pero mientras tanto me demoro por las estanterías y picoteo aquí y allí, y en las primeras páginas encuentro fechas inverosímiles que me hablan de otros días y lugares. Tampoco está mal.

15 oct 2021 / 01:00
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