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Melodías perdidas en el tiempo y el espacio

La catedral de Santiago ha estado flanqueada desde el medievo por guardianes de la tumba del Apóstol: los monjes de S. Martín Pinario y de S. Paio

Hoy en San Martín Pinario ya no hay monjes de ningún tipo. Después de un glorioso pasado, desde el XIX y hasta el presente, entre desamortizaciones y cambios de funciones (Seminario Mayor desde 1868, de la Escuela de Trabajo Social, del ITC) y de otros usos más recientes (residencia y hospedería) junto con la actual amalgama de prestaciones del Espacio Cultural de San Martín Pinario, aun manteniéndose como Seminario Mayor, bajo la protección de su patrón, lo que vemos es un conglomerado multifuncional de intensa actividad, con una historia larga de contar. En noviembre celebran a S. Martín de Tours (s. IV) y nos uniremos a su fiesta principal.

Por contra, en S. Paio de Antealtares, las monjas benedictinas mantienen viva la liturgia de antaño entre sus quehaceres ordinarios.

Narra el P. Colombás que, entre el XVII y el XVIII, provenían de la nobleza o tenían parentescos de alcurnia o de señeros linajes. Otras, con menos padrinos y habilidades para oficios provechosos, reducían su dote a cambio de tareas que desarrollarían a posteriori con pasión y maestría.

En el aspecto musical, en esos siglos, arpas y órganos eran de uso ordinario ya que realizaban el acompañamiento o bajo continuo, para que las voces mantuviesen las líneas melódicas. A ello se sumaban las bajonas, término usado para simplificar el de “monjas bajonas”, en referencia al instrumento que tocaban: bajo, baxo, bason.

El cargo de maestra de capilla, hoy día se conserva y su función era parecida a la de un maestro de capilla catedralicio. Además de talento musical, poseían una formación considerable.

En conventos femeninos de otras órdenes incluso componían inspiradas obras. De eso hoy no hay rastro en Compostela. No obstante, en el capítulo de gastos, bien detallado por su archivera sor Mercedes Buján, aparecen elevadas sumas para el mantenimiento de la música del coro: papeles, tinta, cuerdas, encuadernaciones...

En los momentos de descanso, tañían instrumentos propios de la época: flautas, bandurrias, castañuelas o guitarras. Y hacían teatro y comedias con sus textos y canciones.

A partir de 1828, se impuso el uso exclusivo del órgano en el culto, sin orquesta ni solistas. No fue capricho o rareza de las benedictinas sino una indicación eclesial para impulsar la participación de toda la comunidad (religiosa o laica) en el culto, proceso que culminaría con el Motu Proprio de Pío X (1903). Comenzó otra era.

Recuperar el antiguo patrimonio -presumible, pero ahora no tangible- es difícil. Ni lo carcomido por polillas y ratas, ni lo desaparecido por napoleones y otros expoliadores, volverán al coro. Pero queda constancia de prácticas a las que siguen siendo fieles y de la que son testigos sor Mercedes y quienes con ella conviven, dedicadas al ora et labora, en medio del discurrir de las notas, la enfermería, los fogones y otras ocupaciones, sin dejar los ensayos musicales para realzar la liturgia de ese canto sacro, junto al tañido del órgano.

Poniendo las antenas, se me vienen a la mente los benedictinos de Montserrat, con sus escolanos, o los monjes de Silos cuyos CD’s dieron la vuelta al mundo. Sin duda son útiles, pero pudiendo escuchar esos cantos en el lugar que corresponde, arropados por la recogida atmósfera que los acoge, suenan de otra manera.

Un apunte tal vez no muy conocido. En San Paio se halla un Fondo Musical con obras de fines del XVIII y comienzos del XIX, típicas de los salones burgueses y sociedades instructivo-recreativas de entonces,

¿Cómo y por qué han llegado ahí? Por azar, por donaciones y aportaciones de los músicos decimonónicos (o de sus herederos), cuyo rastro ha seguido L. López Cobas, bajo la mirada y orientaciones de sor Mercedes. Incluso hay dos cantorales (copiados en el XIX) que son un indicio más de que hubo otros semejantes y que, por la grafía y otros detalles, permiten conectarlos con la música y los músicos de la catedral.

En S. Martín Pinario hallamos algo semejante. En los bajos del Instituto Teológico Compostelano, hay otra serie de carpetas repletas de partituras de carácter similar. Ese fondo está también inventariado, gracias a F. J. Fernández Places, en espera de que alguien le preste la atención debida y salgan estudios más profundos de su contenido y sus usos.

Lo que es evidente es que entre esta trilogía (la catedral y ambos monasterios) había un continuo trasiego musical. Instrumentos, partituras, manuales y, por supuesto, músicos o delegados de los mismos, iban de un lado a otro.

¿Cómo sorprenderse de que falte o no aparezca cada pieza en su sitio?... ¡Hay tarea para rato!

21 mar 2022 / 01:00
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